Revista Opinión

Nunca digas “ahora o nunca”. Daniel Kaplún

Publicado el 03 julio 2015 por Lengua_de_brujo

Excelente análisis de Daniel Kaplún en torno a las pasadas elecciones y el supuesto y anunciado fin del bipartidismo, así como alternativas para “definir que se está entendiendo por “unidad popular””

Transcurrido algo más de un mes desde su celebración, ya se han escrito (y se siguen escribiendo) ríos de tinta sobre los resultados de las pasadas elecciones municipales y autonómicas. No pretendo, por lo tanto, incorporar nuevos elementos al respecto, sino más bien sintetizar, de forma crítica y personal, las distintas aportaciones que se han ido volcando en los numerosos artículos publicados, y las iniciativas y reacciones políticas que se han ido generando a lo largo de estos días.


1.El bipartidismo está tocado, pero no hundido

En el acumulado nacional de las elecciones locales, el PP obtuvo un27,05%, y el PSOE un 25,02%, lo que viene a representar en conjunto un 52,07% de los votos válidos para el llamado “bipartidismo”.

A nivel autonómico, considerando el acumulado de las 13 comunidades en las que se celebraron estas elecciones, los resultados son aún menos rupturistas: el PP un 30,45%, el PSOE un 24,83%, lo que viene a sumar un 55,28% para el dúo de la alternancia tradicional.

A la vista de estos datos, no puede afirmarse que el bipartidismo esté acabado, y menos aún si lo comparamos con los votos obtenidos en las anteriores elecciones europeas: PP, 26,06%; PSOE, 23%; acumulado de ambos, 49,06%. Es decir que no sólo no ha seguido retrocediendo, sino que ha recuperado parte del terreno perdido desde 2011. Y, lo que es aún más grave, nos guste o no, el PP sigue siendo la fuerza más votada en el conjunto del territorio nacional, pese a los recortes, la corrupción, las privatizaciones, la precarización, el desempleo y todas las demás responsabilidades que se le puedan atribuir (con toda razón, pero con efecto electoral cuando menos insuficiente).

La mayor o menor habilidad de la izquierda para tejer alianzas (entre sí y con otras formaciones) en cada territorio concreto va consiguiendo que el PP pierda una parte importante de su poder territorial, pero de ningún modo por la fuerza de una única organización, por más ciclónica que ésta haya pretendido ser (o lo haya aparentado, al calor de los sondeos de intención de voto publicados).

2.Y Podemos no puede

Porque, entre tanto, los resultados obtenidos en las autonómicas por Podemos, el partido del “ahora o nunca”, tienden a sugerir que, en contra de lo que predica su slogan, “el momento NO es ahora”: un 14,16% en el acumulado de las 13 comunidades, es decir algo muy similar a lo que los sondeos pronosticaban para Izquierda Unida antes de la entrada en escena de la organización del círculo morado.

A nivel municipal, como es sabido, la comparación es prácticamente imposible, puesto que Podemos no se ha presentado con su propia marca, y sus organizaciones locales, cuando se han implicado, lo han hecho en candidaturas mixtas, de composición y forma jurídica extremadamente variadas, lo que imposibilita cualquier acumulación.

3.La “unidad popular”: ¿opción táctica o cuestión de principios?

El éxito innegable de algunas de esas “candidaturas ciudadanas” o de “unidad popular” (éxito relativo, por otra parte, puesto que ninguna de ellas ha llegado a alcanzar el 35% de los votos válidos) ha venido a dar nuevas alas al discurso, ya ampliamente manejado durante toda la campaña electoral (e incluso antes) por parte de algunos dirigentes políticos de ámbito nacional, sobre la perentoria necesidad de la “unidad popular”: ninguna organización podría por su sola fuerza hacer frente al bipartidismo con posibilidades reales de triunfo, es indispensable que todas ellas (o al menos las más poderosas y representativas) se unan para conformar un frente común, porque “la suma multiplica”.

Esta idea del efecto multiplicador de la convergencia está basada en los resultados (ciertamente muy importantes) obtenidos en 5 ciudades (Madrid, Barcelona, Zaragoza, Santiago de Compostela y A Coruña) en las que tales candidaturas unitarias han logrado gobernar, siempre gracias al apoyo de otras fuerzas (fundamentalmente el PSOE o sus respectivas filiales regionales).

Pero si comparamos los resultados conseguidos por las candidaturas unitarias a nivel local con los de Podemos e Izquierda Unida a nivel autonómico, allí donde es posible (es decir, en las 13 comunidades que se rigen por el artículo 143 de la Constitución y, por lo tanto, celebraron elecciones autonómicas el 24-M), comprobaremos que eso de que “la suma multiplica” no está tan claro, ni mucho menos. El cuadro siguiente presenta los resultados electorales de las 32 ciudades de más de 100.000 habitantes existentes en esas 13 Comunidades, comparando los votos obtenidos por las diversas candidaturas de la izquierda en las elecciones locales con los conseguidos por Podemos e Izquierda Unida en las autonómicas, y sus respectivos acumulados:

cuadro

NOTA: Por participación de IU en cada convergencia entendemos la integración de la FEDERACIÓN REGIONAL de IU en la misma, aprobada por su respectivo Consejo Político Regional

En el acumulado de las 32 ciudades,  lo que podríamos denominar la izquierda del PSOE ha conseguido en torno a 110.000 votos más en las elecciones locales, lo que viene a representar un incremento de un 9,5% sobre la suma de los resultados de ambas formaciones en las autonómicas. Pero este incremento tiene su origen casi exclusivamente en los votos obtenidos por Ahora Madrid: si excluimos a la capital del Estado, la diferencia cambia de signo, y se transforma en un retroceso de unos 83.000 votos. Y si vamos al detalle municipal, constatamos que sólo en 6 ciudades (Santander, Burgos, Valladolid, Alcalá de Henares, Getafe y Madrid) la “izquierda del PSOE” en su conjunto ha conseguido un mejor resultado en las elecciones locales que en las autonómicas, y (salvo en Madrid) con diferencias generalmente poco significativas.

La otra constatación que surge del cuadro es la gran diversidad de situaciones que se ha producido en estas 32 ciudades, puesto que sólo en 6 de ellas (Zaragoza, La Laguna, Burgos, Salamanca, Logroño y Alicante) puede hablarse de una convergencia plena (es decir, en la que al menos hayan participado abierta y oficialmente Podemos e Izquierda Unida), mientras que en las demás Podemos e IU han ido por separado, ya sea montando diferentes formas de “unidad popular” o presentándose en solitario. Incluso en 9 ciudades las divergencias internas en la militancia de Podemos ha llevado a la formación de dos “candidaturas de unidad popular” diferentes, impulsadas o respaldadas por distintas corrientes de este partido, lo que ha contribuido a una aún mayor confusión del electorado.

La segunda cuestión de carácter táctico que se plantea para justificar la necesidad de la conjunción de las fuerzas que se auto-posicionan (explícita o implícitamente) a la izquierda del PSOE deriva de la legislación electoral vigente que, como es sabido, tiende a perjudicar gravemente a las formaciones pequeñas frente a las mayores, sobre todo en las provincias menos pobladas. En esas provincias con pocos diputados, acumular votos puede facilitar el acceso a alguna representación que de ninguna manera podría alcanzarse por separado.

Este argumento es de pura lógica, aunque difícilmente demostrable en la práctica: sólo mediante sondeos específicos en cada circunscripción se podría estimar a priori en cuántas provincias se daría tal situación, y cuántos diputados más podrían conseguirse. No obstante, algo así se intentó (aunque tarde y mal) entre IU y el PSOE en las elecciones generales de 2.000, y los resultados son de sobra conocidos: mayoría absoluta del PP y pésima votación de ambos participantes en el acuerdo, por lo que los antecedentes no resultan precisamente muy alentadores.

Todo ello me lleva a pensar que la utilidad práctica de la tan manida “unidad popular”, “convergencia” o como se le quiera llamar es, cuando menos, dudosa.

Sin embargo, más allá de su éxito o fracaso electoral, la pertinencia de esa convergencia no me parece objeto de discusión. Y no me lo parece ahora ni me lo parecía antes: quiero decir que, a mi juicio, no se trata de una opción táctica dictada por la coyuntura electoral, sino de una cuestión de principios. La unidad de la izquierda ha sido y es algo que ha dado sentido a mi militancia desde siempre, como ya he explicado en mis dos artículos precedentes publicados en este mismo medio (vid: “El Frente Amplio uruguayo: ¿un ejemplo a imitar?” y “La necesaria convergencia de la izquierda: sus opciones y dificultades”. Y creo honestamente no haberme sentido nunca solo en esa aspiración vital: la propia creación, en 1986, de una coalición denominada “Izquierda Unida” tenía ese sentido, o al menos así creí entenderlo en ese momento, más allá de las divisiones, escisiones y otras desgracias internas que la han ido laminando en cada ocasión en la que parecía apuntar a cierta probabilidad, no ya de triunfo electoral, sino cuando menos de ejercer alguna influencia sobre el rumbo de la política en este país.

El origen (endógeno o exógeno, o en qué proporción uno u otro) de esas divisiones (casi siempre terminadas en escisiones) sería objeto de otra polémica en la que prefiero no entrar. Me limito a apuntar que, en sociología, tendemos a interpretar lo que aparenta ser una suma de casualidades como síntoma de una causalidad subyacente.

4.El problema no es el qué, sino el cómo

Pero cuando se alaba el éxito de esas candidaturas “unitarias” se las suele poner a todas en un mismo saco, haciendo caso omiso de las importantes diferencias que presentan entre sí, tanto en su forma jurídica como en su composición, su regulación interna, etc. Un mínimo de información política alcanza para comprender que “Barcelona en Comú” y “Zaragoza en Común” (por ejemplo) se han constituido como coaliciones de partidos, mientras “Ahora Madrid” se conformó como un “partido instrumental”, figura jurídicamente inexistente que, en la práctica, se traduce en el registro de un nuevo partido, con el acuerdo previo (de carácter privado y por lo tanto legalmente no vinculante) de cesar en su vida orgánica inmediatamente después de la convocatoria electoral para la que fue creado.

Y si vamos al detalle municipal, podremos comprobar que el panorama descrito en el cuadro anterior presenta una diversidad rayana en lo incomprensible para el votante medio: ciudades en las que IU y Podemos han participado en plenitud en una única convergencia, otras en las que cada una ha montado su “propia” convergencia, otras en las que IU ha concurrido con su propia marca y Podemos con una “marca blanca” claramente identificable, algunos casos en los que Podemos ha presentado dos candidaturas supuestamente vinculadas a distintas corrientes internas, otros en las que una corriente de IU se integró en una “convergencia” mientras que la otra se presentó por separado y con su propia marca, etc.

Este maremágnum de siglas, nombres y formas jurídicas dificulta enormemente la evaluación de los resultados y, sobre todo, el establecimiento de alguna lógica que permita interpretarlos y extraer conclusiones operativas de cara a las inminentes elecciones generales.

Es indispensable, por lo tanto, definir con claridad qué se está entendiendo por “unidad popular” porque, con el panorama actual, el término resulta tan ambiguo y polimórfico que corre el riesgo de transformarse en otro “significante vacío” (Laclau dixit), de ésos que tanto gustan a los estrategas de Podemos.

A ese respecto, entiendo que caben al menos cuatro formatos alternativos posibles:

  1. La coalición de partidos bajo un único nombre común. En este modelo cada organización conserva su marca e identidad propias, pero acuerda concurrir conjuntamente con las demás a una determinada convocatoria electoral. Es el modelo adoptado con éxito por “Barcelona en Comú” o “Zaragoza en Común”, entre otros ejemplos. Modelo frecuentemente denostado por los dirigentes de Podemos como “sopa de siglas”, pero al que se han plegado gustosamente en los casos mencionados. Por más que he estado sumamente atento a su discurso, aún no he logrado comprender qué ven de malo en eso de la “sopa de siglas”: supongo que forma parte del “anti-partidismo” que fue una de las señas de identidad del 15M, cuya herencia Podemos pretende reivindicar para sí.
  2. La creación de una nueva organización que aglutine a varias otras preexistentes, que acuerdan disolverse para integrarse en la nueva entidad. En este caso, se supone que los militantes se integran a título estrictamente individual y acuerdan prescindir de sus respectivas marcas electorales, al menos coyunturalmente. Es el modelo formalmente adoptado para la creación de “Ahora Madrid”, aunque en su funcionamiento real dicha prescindencia de las marcas originales e integración a título individual sólo se dio a medias y de manera bastante asimétrica, puesto que Podemos intentó abiertamente rentabilizar su participación en “Ahora Madrid” de cara a las elecciones autonómicas.

Una digresión marginal, pero no carente de importancia: la oposición de Izquierda Unida de la Comunidad de Madrid (IU-CM) a integrarse en lo que terminó por denominarse “Ahora Madrid” se fundaba en su discrepancia con este formato, no con la idea de la convergencia en su totalidad, como erróneamente se ha dado a entender con frecuencia por parte de diversos medios de comunicación e incluso por algunos dirigentes federales de IU. Es posible que IU-CM se haya precipitado un tanto en ese rechazo, puesto que en los hechos las pautas de funcionamiento finalmente implantadas en “Ahora Madrid” hubieran permitido solventar algunas de las objeciones que lo sustentaban, pero sigo pensando que había motivos fundados y sólidos para no plegarse a ese proyecto, y continúo albergando serias dudas sobre la viabilidad y efectividad del Gobierno local a que ha dado origen, aunque no dispongo de espacio para explicar más extensamente las razones que me llevan a ello.

  1. La absorción de varias organizaciones preexistentes en una de ellas, que se considera particularmente exitosa y, por lo tanto, capaz de afrontar con mayores posibilidades la convocatoria electoral de que se trate. Es lo que parece propugnar Podemos: absorber el mayor número posible de militantes y cuadros de las organizaciones preexistentes de la “izquierda real”, a título individual y previa renuncia a su afiliación anterior, hasta vaciarlas completamente y forzar su disolución. Naturalmente, este modelo es difícilmente susceptible de alcanzarse por consenso, y tiende a generar fuertes resistencias en las organizaciones destinadas al desguace.
  2. Lo que en los documentos emanados de las IX y X Asambleas Federales de IU se dio en denominar “Bloque Social y Político”, un concepto que parece superado por el paso del tiempo pero que, en los hechos, nunca se ha intentado con suficiente ahínco, por lo que su supuesto fracaso resulta indemostrable. Podría definirse como una hibridación entre los modelos 1 y 2: una coalición electoral que, a la vez que integra a diversas organizaciones políticas preexistentes que no renuncian a su marca e identidad propias, también posibilita la inclusión de personas provenientes de los movimientos sociales o simplemente simpatizantes de la coalición en sí, sin necesidad de que formen parte de ningún partido político en concreto.

En los hechos, éste fue (y sigue siendo) el modelo organizativo adoptado para la creación del Frente Amplio uruguayo, como explico detalladamente en mi artículo precedente ya mencionado. Modelo cuya validez sigo reivindicando, no sólo (ni tanto) por su demostrado éxito político y electoral, sino por su pertinencia ética y corrección política, de la que aún estoy totalmente convencido 44 años después de su nacimiento.

Aunque quizá no lo hayan explicitado con tanta claridad, entiendo también que éste es el modelo propugnado por Izquierda Abierta en su propuesta de “Frente Amplio” (de hecho la denominación no es casual, y la propia organización proponente reconoce su inspiración en el ejemplo uruguayo). En definitiva, una nuevo denominación (aunque de nueva no tiene nada) para un concepto acuñado y desarrollado por IU desde hace al menos 6 años, pero que hasta ahora no hemos sido capaces de llevar a la práctica.

Después de todo lo comentado, resulta evidente que personalmente me inclino por este último modelo, bajo ciertas condiciones que considero irrenunciables:

  • Que los partidos participantes no renuncien a su identidad y mantengan su organización y su vida interna
  • Que la dirección de la coalición sea coparticipada por todos los partidos integrantes
  • Y cuente además con una adecuada representación de las bases organizadas (llámense asambleas, comités o de cualquier otra forma)
  • Que se admita la posibilidad de militar en la coalición como tal, sin necesidad de una identificación partidaria concreta
  • Que la denominación adoptada sea completamente diferente e independiente de las de las organizaciones fundacionales
  • Que el cabeza de cartel (o candidato al principal cargo ejecutivo, en este caso la Presidencia del Gobierno) sea igualmente fruto de un consenso entre todas las organizaciones integrantes, y en lo posible no esté connotado por su pertenencia o vinculación explícita a ninguna de ellas en particular.
  • Y, por supuesto, que se estructure en torno a un programa de gobierno con propuestas concretas y tangibles, consensuado entre todas las partes (una especie de máximo común denominador) y susceptible de traducirse en un listado relativamente breve de acciones básicas.

Por supuesto, estas condiciones no resuelven por sí solas todas las enormes dificultades que plantea un acuerdo de esta naturaleza: quedan cuestiones tan complejas como las cuotas internas de poder y, consiguientemente, el método de conformación de las candidaturas, que la legislación electoral española no contribuye precisamente a facilitar, sino todo lo contrario.

En este sentido, las elecciones primarias (aunque no sean precisamente santo de mi especial devoción) pueden constituir un elemento objetivo al que acogerse para salvar algunos escollos (siempre que se logre garantizar su imparcialidad y limpieza, problema de momento no superado en las experiencias conocidas, al menos en este país). Pero lo fundamental es la voluntad política de llegar a acuerdos, que es lo que de momento veo más borroso.

5.Pero con Podemos no se puede

Entre tanto, la dirección federal de Izquierda Unida (o al menos una parte mayoritaria de la misma) lleva ya un tiempo considerable discurriendo insistentemente sobre la expresión “unidad popular”, sin llegar nunca a definirla con suficiente precisión. Y, aún sin haberla definido, ha puesto en marcha acciones muy concretas para su realización, algunas de las cuales entran en abierta contradicción con las escasas pinceladas que se han ofrecido sobre el contenido de tal expresión: por una parte, se preconiza un proceso “de abajo a arriba” o “desde la base”, y por otro las únicas acciones conocidas hasta ahora han sido reuniones entre las cúpulas de las organizaciones llamadas a participar en el acuerdo. Reuniones que han acabado con resultados perfectamente previsibles: amplia disposición y apertura por parte de las entidades más débiles (caso Equo) y negativa rotunda de Podemos, que no acepta otro método de unificación que la absorción de todo lo existente, como era de esperar y ya he señalado anteriormente.

Los dirigentes de Podemos no están dispuestos a renunciar a una marca que consideran exitosa y que, en cualquier caso, han creado sin duda con esfuerzo y entrega personal, lo que me parece humanamente comprensible, aunque no lo comparta. Eso era sabido desde un principio (no es ni mucho menos la primera vez que la dirección de IU llama a sus puertas sin que éstas den la menor señal de querer abrirse), por lo que creo que a estas alturas ya nos podríamos ahorrar la imagen de humillación que esa inútil insistencia genera ante los electores y la opinión pública, imagen gozosamente ventilada por los medios, como también era previsible.

Así pues, habrá que asumir que la “unidad popular” o como se le quiera llamar tendrá que construirse sin Podemos, al menos de cara a las próximas elecciones generales. Los resultados dirán luego hasta qué punto se dan las condiciones para el establecimiento de determinados acuerdos postelectorales, si proceden. Se trataría, por lo tanto, de una “unidad” menos “unida” de lo que sería deseable, pero peor es nada, y más vale asumirlo de una vez y cuanto antes, que seguir paralizados llamando a unas puertas que siguen cerradas a cal y canto (salvo a quienes pidan su ingreso de forma individual y previa renuncia a su militancia anterior).

Y concentrarnos en definir con precisión la naturaleza del proyecto en sí: sus principales ejes programáticos, su estructura jurídica, su forma organizativa… y por supuesto sus integrantes y sus respectivas cuotas de participación o, al menos, el método que utilizaremos para determinarlas.

Todo esto parece difícil de acordar y consolidar en los escasos meses que faltan hasta las elecciones generales, por lo que quizá haya que asumir de una vez que es posible que “el momento no sea ahora”, como vengo señalando insistentemente desde mi primer artículo, y que es mejor ir despacio pero seguros de lo que queremos construir que actuar con precipitación y construir un edificio insuficientemente cimentado y que se venga abajo con el primer viento del invierno electoral.

Entiendo que se pueda vivir como un deber ineludible el intentarlo, pero deberíamos guardarnos en la recámara un “plan B” por si no lo logramos a tiempo y hay que salir a la intemperie a batirnos el cobre otra vez en solitario.

Y una última acotación: parece poco creíble un proceso de “unidad” cimentado en la división interna, y no otra cosa es la expulsión de facto de los 4.800 afiliados de Izquierda Unida de la Comunidad de Madrid: está todavía por ver cuántos de ellos querrán reengancharse en la nueva estructura que se pretende crear desde la dirección federal (un proceso no precisamente “desde abajo”), cuántos y cuáles de ellos serán admitidos en el nuevo paraíso de la “unidad popular” y, sobre todo, a qué cosa en concreto deberían reengancharse. Sin que esto implique concordar plenamente con lo actuado por la dirección de IU-CM durante los últimos meses, y particularmente a partir de las frustradas (y frustrantes) elecciones primarias del pasado 30 de noviembre. La autocrítica constante sigue siendo un método de trabajo esencial para cualquier organización que se reivindique marxista.

Fuente: Nueva Tribuna


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