Esta frase la podemos aplicar a cualquier aspecto de la vida. La verdad. No hay que ser contundente para nada y para nadie. Podría estar horas hablando de situaciones en las que he comprendido el significado de esta frase a lo largo de mi vida, muchas situaciones. Pero hoy me quiero centrar en la parte más superficial: en la ropa.
Cuando en las revistas de moda hablan de este tema siempre hacen referencia a las hombreras. Al final acaban poniendoselas. A las que hemos sido It girl en los ochenta nos ocurrió al revés. Pensabamos que jamás ibamos a salir a la calle sin hombreras. Yo es que me las quería injertar en el hombro si hubiera sido posible. Pero sobrevivimos sin ellas. De hecho ahora están volviendo y no acabamos de ponernoslas. Sorpresas te da la vida.
Como he dicho voy a ser superficial en este tema y por lo tanto no voy a recurrir al típico comentario de “es que hacen con nosotros lo que quieren”, “las marcas de ropa nos manejan”. Oye, pues si. Que se le va a hacer, nos manejan y además nos gusta ser manejados. Llega un momento en que te hartas de llevar siempre lo mismo y apetece cambiar. Es así y lo tenemos que aceptar.
Por ejemplo, quien no ha dicho: “Yo un pantalón de campana no me lo pongo que yo soy de pitillos” y a los dos meses iba por la calle con sus campanones haciendo talan talan. Yo si. Lo confieso.
Y también está el factor edad. Tu cuerpo va cambiando, no sabes como ni cuando pero cambia. Es algo silencioso y rastrero. Pero es así. Aunque tengas la misma talla que hace diez o veinte años jamás volverás a poder entrar en aquel pantalón negro tan mono. Es la dura realidad y hay que olvidarse de algunos conceptos básicos: de los taconazos, de las mini-mini-faldas (esto yo lo llevo muy mal), de los top cortitos y ajustados, de los shorts, de las prendas de lycra. De tantas cosas. Hay que renunciar a algunos principios o acabarás convertida en Ana Obregón, y eso es lo último. NO. Antes muerta que Ana Obregón.
Al final acabamos haciendo aquello que nunca pensamos que ibamos a hacer. Os lo digo yo que voy con un “total look” azul marino(me encanta usar estas expresiones de bloguera de moda, me da mucha risa). ¡Azul marino!. No es por nada pero le he tenido siempre mucha manía a este color , era el color del uniforme de mi colegio y eso de ir todas vestidas iguales no se hizo para mi. El caso es que le he tenido mucha manía durante años. Si acaso algo en primavera por aquello de ir con un estilo naútico (que tampoco me suele gustar la verdad). Pero todo cambia.
Así que aquí estoy, vestida de los pies a la cabeza de azul marino (la goma del pelo también es azul) y tan contenta. De hecho voy monísima y a la última.
Cualquier día os estaré hablando convencidísima de que el rosa y el rojo combinan a la perfección. Espero que ese día no llegue. Porque le tengo aversión a esa combinación de colores. Es más, no me compraré jamás un coche rojo porque no podría llevar nada rosa dentro de él, ni las bragas. Si véis que os digo que llevo una falda roja y una blusita rosa llamar a urgencias y que vengan por mi. Que hay aguas que espero no beber en la vida. Dios me libre.
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