“Había una plaga. Una invasión de jóvenes que habían perdido el alma, violentos, la mayoría manipulados por unos cabecillas que los habían convencido de que eran gudaris, épicos guerreros, heroicos libertadores de un pueblo oprimido.
Pero en la mayoría de los casos, a Gabo solo le parecían pobres idiotas a los que les habían inoculado un veneno, un virus que generaba apetito de sangre y muerte, que eliminaba los escrúpulos y la conciencia bajo una aplastante montaña de ideales enardecidos y de agravios inventados. Eran una plaga que había que detener, que controlar, que exterminar, porque su capacidad de destrucción, de provocar dolor, era infinita. Y él tenía ese trabajo. La caza.”
Gabo es un comisario de policía retirado que ha dedicado toda su carrera a la lucha contra el terrorismo. Harri es un terrorista que ha pasado los últimos veinte años en Colombia tras conseguir escapar de numerosos intentos de captura. Cuando los servicios de inteligencia españoles descubren que Harri ha vuelto a Madrid, el comisario general de Información le pide a su antiguo amigo y subordinado, Gabo, que averigüe extraoficialmente el motivo de su regreso. Aunque se había prometido mantenerse alejado de su antigua vida, la vieja fijación por detener a Harri y saldar cuentas pendientes arrastra a Gabo a iniciar una investigación en la que se cruzará con las redes internacionales de narcotráfico, el crimen organizado, el yihadismo y el oscuro mundo de los confidentes.Fernando Benzo (Madrid, 1965) es licenciado en derecho por ICADE y miembro del Cuerpo Superior de Administradores Civiles del Estado desde 1994. Comenzó su actividad en el ámbito público como consejero del Ministerio de Justicia en 1994, y posteriormente desempeñó numerosos cargos tanto en Interior como en diversas fundaciones y sociedades relacionadas, como el de director gerente de la Fundación Víctimas del Terrorismo. Entre 2016 y 2018, fue secretario de Estado de Cultura con Íñigo Méndez de Vigo como ministro de Educación, Cultura y Deporte, en la última etapa del Gobierno de Mariano Rajoy. Hoy en día compagina la creación literaria con su puesto de consejero delegado de Madrid Destino, Cultura, Turismo y Negocio, la empresa pública del Ayuntamiento de Madrid dedicada a la gestión cultural, turística y de espacios y eventos.
Literariamente hablando: en 1989 publicó su primera novela, “Los años felices”. Durante algunos años se centró exclusivamente en el relato breve y ganó, entre otros, el Premio Internacional de Cuentos de la Fundación Max Aub y fue galardonado en conocidos certámenes como el Gabriel Miró o el Gabriel Aresti. Con su segunda novela, “Mary Lou y la vida cómoda”, obtuvo el prestigioso premio Kutxa-Ciudad de Irún en 1994. Desde entonces, ha publicado las novelas “La traición de las sirenas”, “Después de la lluvia” (Premio Ciudad de Majadahonda), “Nunca repetiré tu nombre” y “Los náufragos de la Plaza Mayor”. "Las cenizas de la inocencia" (2019) y “Nunca fuimos héroes” (2020) son sus novelas publicadas más recientemente.
¿De qué va la novela?
"Nunca fuimos héroes" va de ETA, del terrorismo etarra. De un policía retirado, Gabo, al que sus exjefes le piden que vuelva extraoficialmente a la lucha antiterrorista. Y es que resulta que Harri, uno de los por entonces más buscados y perseguidos, ha vuelto a Madrid. Las altas esferas no tienen ni idea de qué puede estar haciendo en la ciudad, nada bueno, seguro. Aunque la banda hace tiempo que abandonó la lucha armada, puede que esté planeando un atentado y Gabo es uno de los más indicados para intentar averiguarlo.
Harri había sido la fijación de Gabo. En su caso, al menos, era algo lógico. Pero también había sido su gran frustración. Su gran fracaso. Nunca logró detenerle. Sus vidas se habían ido encontrando una y otra vez a lo largo de los años. Pero se le resistió hasta el final. Y ahora le tenía de nuevo ante él. En una fotografía. Otra vez apareciendo en su vida. Décadas de fijación. La banda prácticamente no existía ya. La pesadilla de los atentados y las muertes era ya cosa del pasado. Nadie estaba ya interesado en todo aquello.
En un principio no le hace demasiada gracia, abandonar su tranquilísima vida actual para volver a perseguir a los malos, pero es incapaz de negarse a intentar sacarse esa espinita que todavía se le sigue clavando, intentar librarse de esa obsesión que todavía le sigue martirizando, de ese continuo sentimiento de culpa, que aún hoy le persigue. Culpa, siempre culpa, mucha culpa . . ., por no haber llegado a tiempo, por no haber podido evitar tantas y tantas muertes.
Lo había dejado hacía ya más de diez años. Sin capturar a su fijación. Sin querer mirar atrás. Cansado. Decepcionado. Nunca había estado seguro de qué palabra ponerle a su abandono. Solo. Sí. Esa no era mala. Lo había dejado porque se sentía solo. Porque todos se habían ido. Uno tras otro. Hasta su fijación. Le habían dejado solo. Y él seguía en el mismo sitio y llegó un día en que se miró a sí mismo y ya no supo cuál era la respuesta a la pregunta de por qué aún seguía allí. Y ese día se marchó. O quizá no. Maldita sea, quizá se creía que se había ido, pero estaba equivocado y aún seguía en el mismo sitio. Exactamente en el mismo sitio de siempre.
Y resulta inevitable que persiguiendo de nuevo a Harri, a Gabo le vengan mil secuencias del pasado a la mente, recuerdos, constantes flashbacks: de sus comienzos en San Sebastián, rememorando como se vivía la lucha desde dentro, cómo fue su relación con sus compañeros de piso El Dandy, Javi, Cata, compartiendo esas eternas esperas espiando a los etarras, recabando pistas. Y luego en la capital, donde consiguió logros tan importantes como el desmantelamiento de los dos comandos más peligrosos (el comando Madrid y el Barcelona)
Aquellos primeros años en Madrid fueron el gran carnaval de la culpa. Para volverse loco. El plano de la ciudad iba llenándose de puntos rojos. Visitas de la muerte. La plaza de la República Argentina, la de la República Dominicana, Juan Bravo esquina con Príncipe de Vergara. Militares, guardias civiles, policías, jueces, ciudadanos aleatorios que pasaban por allí.
La última novela que leí, “Tierra” de Eloy Moreno, dejó el listón tan alto que después no me ha resultado nada fácil encontrar libros que consigan engancharme, de hecho, desde que empezó la cuarentena he abandonado al menos tres. Todo un récord . . .
Lo relacionado con la banda terrorista ETA en principio me parece interesante, sobre todo de unos años a esta parte en los que ya por fortuna no lo sufrimos en nuestras carnes (aunque desgraciadamente otro tipo de terrorismo, el islámico, sí está presente en nuestros días y también de refilón en la novela). Hubo un tiempo en el que me costaba oír hablar, leer o ver pelis sobre ello, porque me hacía revivir antiguos terrores y miedos, dolor, pero ahora ya es agua pasada, siento que puedo hacerle frente.
A mí no me sonaba para nada Fernando Benzo y mientras leía no lo sabía, pero ahora sé que este madrileño fue durante cinco años Director Gerente de la Fundación de Víctimas del Terrorismo y también ocupó diversos cargos en el Ministerio del Interior entre 1996 y 2001. Toda esa experiencia le confirió al autor bastante conocimiento y precisión sobre la metodología, acción y sentimientos de los cuerpos de seguridad del Estado y eso es algo que se nota en lo que cuenta y en cómo lo cuenta, se nota que sabe de lo que habla en su novela y es por ello que la termina conviertiendo en un auténtico retrato social y real de todos esos años de horror vividos en España.
Además he visto por ahí que “Nunca fuimos héroes” ha sido calificada ya como la otra cara de "Patria" de Fernando Aramburu, otra novela que también disfruté mucho (podéis leer la reseña aquí) y sí, es una novela similar en cuanto a temática, pero está contada desde otro punto de vista, el de los polis, desde el punto de vista de uno de esos héroes que sí que lo fueron. Y ambas tienen una trama sólida, emotiva, y buenos personajes.
¿Qué me ha parecido? ¿Me ha gustado?
Sí, “Nunca fuimos héroes” me ha parecido una buena novela. Una mezcla interesante de géneros (policial y novela histórica), ya que gran parte de los sucesos que se narran lo son de nuestra historia no tan lejana. Una trama policial en un contexto histórico que a todos nos suena, a unos más que a otros y que muchos hemos vivido unos más de cerca que otros.
Y por eso a mí personalmente no me ha resultado difícil empatizar con los personajes, sobre todo con el protagonista y su sentimiento de impotencia ante tantas muertes inútiles. La lectura no es que sea dura, pero sí lo es el hecho de los momentos y recuerdos que te trae a la mente, porque es un libro que no te deja indiferente, te afecta, te remueve, te inunda de momentos dolorosos vividos, y de noticias que en su día te impactaron. Por ejemplo, en algún momento de la lectura he recordado exactamente que hacía yo y donde estaba en el momento del asesinato de Miguel Angel Blanco, como si fuera ayer mismo, casi como si el tiempo no hubiera transcurrido.
Las dos tramas, la del pasado y la del presente se van alternando por capítulos, ambas enganchan mucho, no sabría decir cual más. La prosa del autor también me ha gustado, una prosa bonita, bien construida e inteligente, para nada simple.
Estaba la culpa global. La culpa por todo. La gran losa. Cada asesinato, cada atentado. Llegaba la noticia a la oficina. Otra vez. Un hombre caído en la acera. Una plaza regada de cadáveres. Y te sentías culpable de cada viuda, de cada huérfano, de cada grito de rabia, de cada lágrima derramada. Los tiempos policiales. Intentabas apelar al mantra de los tiempos policiales. No podían forzarse. Los malos caían como la fruta madura. Cuando tocaba. Cuando las operaciones llegaban a donde tuvieran que llegar. Paso a paso. Pero, mientras, sonaban disparos, explotaban bombas, se enterraba en vida a secuestrados, las familias quedaban rotas, las lágrimas eran ya mares, y a veces todo parecía culpa de uno.
Resumiendo: “Nunca fuimos héroes” es como un repaso histórico novelado sobre el terrorismo etarra contado desde el punto de vista de los que siempre fueron héroes, un recorrido por todos esos años negros y terribles sufridos en España, hasta que ETA decidió el cese definitivo de la actividad armada en 2011. Y una especie de homenaje a ellos, a los que lucharon por acabar con esa incomprensible lacra.
“Muchos de aquellos tipos no sabían ni explicar sus supuestas convicciones ideológicas. Solo eran soldados, mano de obra para los otros, los ideólogos, los que construían desde sus escondites franceses el discurso que justificaba la sangre, los que dejaban las ejecuciones para aquellos héroes de andar por casa, que creían que iban a pasar a la historia por haber sido elegidos para apretar un gatillo”
Por cierto, hace poco he visto una miniserie de Movistar “Cruzar la línea” (Mariano Barroso, 2020) basada en hechos reales sobre los comienzos de la Banda, que os recomiendo (los que seguís mi cuenta de Instagram ya lo habréis visto) porque está bien hecha y porque muchos aspectos del argumento, sobre todo el final seguro que es capaz de sorprenderos. No os la podéis perder.
Mi nota esta vez como no podía ser de otra manera, la máxima: