Revista Educación

Nunca más

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Nunca más

Si quieres, te compro flores: nardos, lirios, azucenas, rosas (amarillas, blancas, rojas...) geranios o clavelitos chinos y los pongo en un jarrón bonito de esos modernos de Ikea o de los antiguos y con solera que heredé de mi abuela.

Si me lo pides, te cocino arroz caldoso con gambones de los buenos como en la receta de Arguiñano, te compro quesadillas y te hago malabares con naranjas o, en su defecto, con mandarinas.

Si me pones ojitos, desempolvo mi vieja guitarra y te canto canciones improvisadas, te escribo sonetos para recordarte mi habilidad rimando o, si lo prefieres, te dibujo monigotes, te sorprendo con mi destreza con la papiroflexia y te recreo la figura del guardia civil con una cajetilla de Marlboro o te entretengo poniendo en práctica mis nociones de sombras chinescas para principiantes reproduciendo las siluetas del cisne, la mariposa y el pastor alemán.

Incluso, si me vengo arriba, salto a la pata coja siguiendo la senda que marca el diseño de las losetas de la acera como cuando de chicos jugábamos al teje y, aún a riesgo de luxación, me tiro de bomba en la piscina, te hago la voltereta lateral o te bailo twerking (pase privado y sin teléfono móvil para evitarte la tentación de inmortalizar la actuación en un vídeo y que se acabe haciendo viral a través de las redes sociales).

Si no queda más remedio, hago el sacrificio y veo contigo El Hormiguero, compro entradas para el concurso de Ritmo y Armonía o te acompaño a un concierto de Pablo Alborán (y sin tapones en los oídos).

Si te apetece, bajo el volumen del televisor y digo toda suerte de tonterías intentando doblar con chorraditas de las mías los discursos de los políticos de turno, me pongo nariz de payaso y te deleito con mi exclusivo repertorio de chistes malos (rematadamente malos) para casos excepcionales o me saco selfis haciendo las más hilarantes muecas y te los mando por whatsapp.

Si realmente lo necesitas, (basta con que me lo digas) adoptamos un gatete, te preparo café cargado, saco del congelador las tarrinas de helado de Häagen-Dazs o te hago cosquillas en la planta de los pies.

Si te atreves, me arriesgo a invocar el conjuro de la eterna felicidad, aunque luego me equivoque al pronunciar las palabras mágicas y acabe cayendo una copiosa tormenta.

A pesar de que me cueste poner en entredicho mi acreditada lucidez, haría todo eso y mucho más para verte contenta, para que tu hermosa sonrisa vuelva a acumular más tiempo en tu cara que el cómputo total de horas de sol en el verano del trópico y para que nunca, NUNCA MÁS, estés triste.


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