Revista En Femenino
Nunca me ha gustado el frío. Me encantaría vivir en una ciudad costera, ya se sabe que la cercanía del mar suaviza las temperaturas, y a ser posible en el sur. Lo único que me lo impide es mi empecinamiento cosmopolita. No sobreviviría en una ciudad de menor tamaño o densidad que Madrid. Necesito sus luces, su ruido, su contaminación y su ambiente, como ya os he comentado en otras ocasiones. Con lo que no puedo es con la crudeza del invierno.
Necesito al sol para vivir, para realizar la fotosíntesis, necesito sus cálidos rayos acariciándome el rostro, su oronda presencia protegiéndome desde la altura, redondo y anaranjado, sonriéndome como un cítrico dulzón. Me deprimen el bastardo gris plomo del cielo nublado, arañado apenas por las tristes ramas peladas de unos árboles desvalidos, la odiosa y persistente lluvia, que me hace temer perder mi forma humana para metamorfosear en un anfibio viscoso, y el viento gélido, que se me cuela entre los pliegues de la ropa congelándome las entrañas y entumeciendo mis músculos.
Quedan ocho días para cambiar de estación y tacho los días del calendario con la misma ansiedad que un preso marca con rayitas en la pared los que le quedan para alcanzar la libertad. Que me perdonen los alérgicos, pero ¿quién no tiene ganas de primavera?
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