Revista Salud y Bienestar

Nutricéuticos, la sociedad del consumo de suplementos y aditivos

Por Pedsocial @Pedsocial

SuplementsSi hay un fenómeno social de importantes consecuencias económicas en el mundo capitalista más universal, no es otro que el consumismo. Sobre el descansan la mayor parte de las industrias y empresas comerciales y a él se atribuyen tanto los males como los beneficios del desarrollo económico.

Como tal fenómeno social, repercute también directamente en la salud de los humanos, tanto social, como física y mental. Un sector que ha tenido un extraordinario desarrollo consumista en las últimas décadas es el de los suplementos dietéticos de supuesto beneficio para la salud. En los Estados Unidos, que es de donde siempre nos llegan estadísticas, el año pasado la industria de los suplementos dietéticos movió 28.000 millones de dólares en aquel país, que vienen a ser unos 70 euros por habitante.

Cuando hablamos de “nutricéuticos“, palabro o término fue acuñado en 1989 por el Dr. Stephen DeFelice, nos referimos a los suplementos vitamínicos, aditivos , barritas energéticas, lacticinios de efectos digestivos, “reguladores”, activadores, antioxidantes y una miríada más.

No vamos a repasar aquí cada uno de ellos ni reseñar sus efectos casi siempre dudosos, a menudo no substanciados ni demostrables y ocasionalmente perjudiciales. Todo esto está aquí para quedarse y no es ni mucho menos nuevo. Desde el bálsamo de Fierabrás, a la purga de Benito, el “hongo”, el aceite de serpiente, la crema del tigre, hasta los más recientes Omega 3, Bacillus casei más o menos “immunitas” o la vitamina C para la gripe, desde los más inocuos hasta los más inútiles, desde las medias verdades a las más elaboradas patrañas, desmontar lo que ha sido calificado de “racket“, el término coloquial inglés para los negocios ilegales, no es tarea fácil. Principalmente porque descansa en la credibilidad de las gentes y sus ansias de encontrar la panacea a sus males reales o imaginados y la búsqueda de la supervivencia cuando no de la inmortalidad.

Sólo llamamos la atención de que casi nada es oro, reluzca o no, y que en épocas de crisis, si hay algo de lo que se puede prescindir es de aquello que tiene una utilidad inventada y que tiene características de “añadidura”. Y sobre todo, cuando se trata de aplicarlo a los niños. Tenemos la obligación hacia ellos de ahorrárselo y ahorrárnoslo.

X. Allué (Editor)


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