
Como en tantos otros aspectos, NY es una ciudad que demolió y siguió adelante sin demasiados sentimentalismos. No es como la vieja Europa, con sus exhaustivos cartelitos e iluminaciones artísticas de monumentos. La obra, aquí, es la ciudad misma, en progreso, pero sobre todo, el uso que los ciudadanos hacen de ella. Una ciudad, como todos sabemos, con una historia eminentemente moderna, reciente. Sin pasado monumental ni artístico. El resto, lo que alguna vez fue, lo tiene que imaginar uno mismo. Nadie va a estar allí para indicarlo.
Las viejas cuevas jazzeras, por caso, fueron derribadas o relocalizadas (el único lugar que emana algo parecido a un espíritu jazzero es el Village Vanguard) y otros sitios como el East Filmore están ocupados por sucursales de bancos o delis de comida india. Uno se acostumbra rápido a no encontrar lo que buscaba, pero sobre todo, se hace a la idea de que allá no hay tiempo (nunca lo hubo) de pararse a recordar. "¿Que acá tocó John Coltrane? Si ¿y?".

El "city walk" sigue por la Joey Ramone Place, aunque allí es poco y nada lo que se respira del espíritu y la velocidad Ramone. El caos de tránsito, oficinas, más deliverys y bares cool hablan de una ciudad que barrió su pasado reciente (pero me pregunto ¿qué es "reciente" para NY? ¿Meses? ¿Apenas un par de años?).

Una casa donde vivió Madonna, un elegante departamento donde piloteó sus resacas Charlie Parker, inexistentes relocalizaciones de la Factory de Warhol, el edificio de la portada de Physical Graffiti... Más lugares donde no queda ni un espectro.
Todo lo que uno puede imaginar es trabajo propio, una reconstrucción esforzada de un pasado que nunca vimos. Esa elegante indiferencia de NY por su pasado moderno tal vez sea parte (entre otras tantas miles de moléculas idiosincráticas) de su encanto.