Revista En Femenino

O de cuando un intento de Kim Bassinger termino en un Full Monty.

Por Nosoysuperwoman

Cuenta la leyenda que hubo una vez una época de mi la historia en la que las mujeres no se sentían como amebas o ángeles, es decir, asexuadas. 
Sabemos por los restos arqueológicos encontrados que en dicha época existían lo que se ha dado en llamar "obreros", los cuales eran hombres que empleaban herramientas conocidas como "martillos neumáticos" o "picos" o "retroexcavadoras" y su principal misión consistía en hacer enfadar a las mujeres que pasaban cerca de ellos con palabras malsonantes, apelativos dedicados a su condición física.
Tenemos ejemplos diversos en los escritos de algunos autores de la época, siendo el más famoso "Te espero en el andamio", de autor desconocido. Se está estudiando el significado de dicha palabra.
Era una época histórica que generalmente se conoce como "conejil", debido a los dientes largos que provoca en aquéllos que ya no pertenecen a la misma. Esta etapa "conejil" se caracterizaba por estar habitada fundamentalmente por parejas jóvenes, sin hijos, y que no llevaban mucho tiempo emparejadas.
Pues bien, en este momento de la historia de la humanidad, la vestimenta tradicional se complementaba con accesorios de tejidos ricamente labrados, cuyo valor económico se incrementaba cuanto menor era la cantidad de tejido utilizado. Los ciudadanos de las urbes del momento los conocían como "negligees", "picardías" o "saltos de cama". Este último apelativo parece que tiene su raíz etimológica en la cantidad de tálamos que sufrían sus efectos.
La protagonista de esta historia o leyenda, decidió un día al pasar frente al puesto de artesanos lenceros, que uno de los modelitos que tenían expuestos le quedaría que ni pintado. Era uno de esos modelos tipo "zorrón" (término todavía en estudio), que cumplía con todos los requisitos de las prendas tradicionales de la etapa conejil: poca tela, estampado animal, y transparente (bastaaante transparente). Y caro, carísimo.
Rauda y veloz, viendo la oportunidad y oliendo la oferta (así como adivinando las posibilidades, jejejejeje), se acercó con la mayor discreción a la dueña del lugar, con la idea de llevarse tal tesoro. Cual sería su sorpresa cuando, tras el momento del pago (evidentemente, tres cabras y una oveja, con descuento de las gallinas porque era rebajas) y al salir a la calle, casi choca con el jefe de la empresa en la que ella trabajaba. Jefe que desde la increíble distancia de 2 enormes metros había visualizado la operación retirada del escaparate de la prenda en cuestión. La mujer, muy digna aunque con un poco habitual color granate en sus mejillas, le saludó educadamente y se dirigió a su hogar.
Allí, se preparó para la llegada de su esposo, poniéndose ese traje tradicional y preparando la música folclórica para el rito que se iba a celebrar esa tarde/noche. 

Para ello se preparó con las pinturas de guerra designadas por el hechicero de su poblado: labios rojos, ojos ahumados, rimmel a tutiplén... el kit completo.
El esposo llegaría alrededor de las 9, así que ella se dispuso a esperarle. Como todavía eran las 8 y tenía frío en los pies, tomó prestado el calzado de descanso de él, talla 45, cuya recreación se conserva en ala del Museo del Prado dedicado a dicha etapa de la historia.
O de cuando un intento de Kim Bassinger termino en un Full Monty.Por motivos de pudor, el autor del recopilatorio de costumbres de la época ha decidido no mostrar imágenes de la combinación de negligee con dicho calzado, ya que podrían provocar un ataque de risa histérica.
Pues bien, continúa la leyenda con su narración y nos relata que el esposo llegó a casa antes de lo previsto, de forma que la mujer fue sorprendida con el salto de cama, las zapatillas y colgando la ropa.....con lo cual, lo que iba a ser el baile que anteriormente mencionamos, se quedó más o menos en esto....

En un último apunte del autor, nos confirma que a pesar de todo, las risas dominaron la situación y el asunto no trascendió al público general, y tanto el esposo como ella supieron sacar partido a dicha prenda, aunque sin baile.
Por último, parece que el jefe de la mujer jamás mencionó el episodio, y ella siguió trabajando en la empresa con toda normalidad.

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