Al cumplirse otro aniversario del ataque a las torres gemelas de Nueva York lanzado por islamistas de Al-Qaeda, y ante el avance del nuevo Estado Islámico de fanáticos suníes en Irak y Siria, Barack Hussein Obama le anunció a los estadounidenses que le declaraba la guerra a esos terroristas que, según aseguró, “no son musulmanes”.
Esa negación es una falsedad. Obama sabe que son musulmanes, y para muchos de sus hermanos religiosos los más fieles a la doctrina.
Hijo de musulmán y madre multiculturalista, Obama fue educado alrededor del Corán hasta los diez años, los tres últimos en una escuela islámica –madraza--indonesia en la que tenía que memorizar el Corán.
Y él sabe que ese libro sagrado no se presta a libre interpretación alguna porque cada una de sus palabras en árabe está dictada literalmente por Alá, aunque cada creyente puede preferir para sí los textos exactos que desee.
Hay muchos musulmanes que eligen unos pasajes del Corán sobre los otros, pero al haber 114 azoras o capítulos, algunas con aleyas o versos de brutalidad medieval, los musulmanes más belicosos pueden adoptar esos pasajes como base de su vida y declararse los más fieles.
Pero hasta el musulmán más moderado y bondadoso, enfrentado a temas claramente condenados en el Corán, como la apostasía, reconoce, aunque sea apesadumbrado, que el apóstata debe ser ejecutado. Y este es sólo un ejemplo.
Todo lo anterior explica por qué, con ayuda de la permisividad occidental, surgen en todas las comunidades islámicas, incluso en las más pacíficas de Europa o América, fervorosos de la ortodoxia dispuestos a matar de mil maneras en genocidios, y a exhibir cabezas decapitadas como botín de guerra, junto a las esclavas sexuales.
Sabiendo esto, nuestro Obama Nobel de la Paz miente aposta. ¿Qué pretende ocultar engañando tan groseramente?
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SALAS