Como acaba de verse en EE.UU., las minorías étnicas y culturales, crecientes y más prolíficas, unidas frente a una mayoría histórica crecientemente polarizada, desnivelan los electorados tradicionales y cambian los instintos dominantes de los países.
La reelección de Barack Obama ha roto para siempre el equilibrio habitual entre republicanos y demócratas.
Y se debe al apoyo mayoritario de negros, latinos, mujeres profeministas y otras minorías que exigen tolerancia con nuevos inmigrantes y con hábitos sociales, antes “inmorales”.
En la elección de 2008 hubo votantes de todas las etnias y culturas que apoyaron a Obama, incluyendo numerosos WASP (blancos, anglosajones, protestantes), y lo hicieron con la proporcionalidad tradicional de los demócratas.
El presidente que había llegado como un Ungido, y que lleva al ocaso la imagen todopoderosa de su país, en 2012 perdió parte de su clientela blanca, pero avanzó entre las minorías que lo habían rechazado antes, como los latinos hostiles a negros y mulatos.
Hace sólo ocho años Mitt Romney habría ganado. Pero ahora han aparecido millones de nuevos votantes de las minorías que compensaron, por ejemplo, que Obama no entusiasmara ni a la mitad de los jóvenes universitarios blancos que lo adoraban en 2008.
Situación que calca las tendencias que se viven en España desde hace bastantes años, y que últimamente crecen en Europa.
Las minorías nacionalistas españolas minaron la fuerza de los partidos mayoritarios en sus CC.AA., con excepción de Galicia, al actuar hábilmente en el Congreso castigando o apoyando al PSOE o al PP para alcanzar sus objetivos políticos y económicos.
En Francia, la movilización del electorado musulmán fue fundamental para la elección de François Hollande, como se vio en la proclamación de su triunfo, con sobrerrepresentación de ropas típicamente islámicas, entre las que había incluso burkas.
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SALAS