Como son ya la tres y cuarto de la madrugada de este día 20 de enero de 2012 y no logro pegar ojo, me dedico a escribir este articulito, aunque reconozco de mucho mayor provecho la lectura del blog del padre Javier Sánchez Martínez o de los compañeros de Lex orandi. Avisados están.
Comencemos con unas palabras del conocido liturgista Achille Maria Triacca:
«El conjunto de nuestras celebraciones litúrgicas constituye el humus donde al mismo tiempo la verdad de la fe es profesada, el acto de fe es formulado ya sea personalmente ya sea comunitariamente, el contenido de la fe es actualizado, la eclesialidad de la fe es manifestada, y se realiza la historicidad de la fe», A. M. Triacca, «Présentation», en La liturgie expresssion de la foi, ed. A. M. Triacca y A. Pistoia, Bbliotheca Ephemerides liturgicae. Subsidia 16, CLV-Ed. Liturgiche, Roma 1979, 7.Me gusta reflexionar acerca de este corto párrafo porque contiene una gran verdad, pero me parecería ingenuo admitir que tal verdad pueda ser entrevista sin tener presente el principio fundamental que permanece bajo las palabras del profesor Triacca, a saber: que la liturgia de la Iglesia es algo que ella enseña y ofrece a sus hijos (salvaguardando, como es más que evidente, la total iniciativa divina), pero nunca algo que los fieles, ministros o laicos, puedan inventar o modificar a su antojo bajo ningún concepto ni basándose en ningún pretexto. De todo ello tenemos, desgraciadamente, numerosos ejemplos, unos más graves que otros.
Misal de Toulouse, año 1362
La liturgia es un medio a través del cual se expresa la Tradición viva de la Iglesia y si recordamos que la Tradición es fuente de Revelación hemos de concluir que la liturgia es por tanto regla de fe. Y es justamente a partir de aquí desde podemos tomar el punto de inicio para justificar la importancia del libro litúrgico, en el caso del artículo que nos ocupa, la importancia del Misal Romano. En el libro litúrgico se expresa la fe que la Iglesia celebra. En el caso de la Eucaristía podemos preguntar: ¿quieres conocer la fe que la Iglesia celebra? ¿Deseas ver y saber cómo expresa la Iglesia esa fe? Respuesta: 'acude' al Misal, es decir: estáte atento a sus textos cuando vayas a misa, reza con las palabras que oigas según son leídas de sus páginas. En definitiva: reza como la Iglesia reza, celebra como la Iglesia celebra.
Las celebraciones litúrgicas −y esto es básico− se llevan a cabo per ritus et preces (tal y como recuerda Sacrosanctum concilium 48). Pues he aquí que los ritos y las preces son el contenido de los libros litúrgicos, 'lo que está dentro' de las tapas del libro. No hallarás otra cosa. Los ritos se expresan en las rúbricas (para los de la ESO: aquello que está impreso en color rojo), y las preces se expresan en los textos eucológicos y en los sistemas de lectura (lo impreso en negro). Por eso el Misal Romano, para quien quiera saber cómo 'hacer una eucaristía', es de suma importancia. En él se expresa la fe de la Iglesia que se actualiza en la celebración, siendo a la vez no un libro redactado por cualquiera sino precisamente el libro litúrgico que propone la fe de la Iglesia y que ella misma manda seguir para toda celebración.
Es verdad, y excede el propósito de este artículo, que absoluto solo es Dios y que los libros litúrgicos han experimentado muchos y muy variados avatares a lo largo de la historia de la Iglesia. Verdad es también que dentro del propio Misal, por ejemplo, hay elementos más importantes que otros. De ahí la necesidad de una adecuada hermenéutica litúrgica. Sin embargo, esto no resta importancia a la referencia constante a aquellos ritos y oraciones enseñados y propuestos por la Iglesia y su Magisterio. ¿Por qué siempre sigue viva el ansia por inventar? ¿Qué necesidad habrá de que fulanito o menganito introduzca aquí y allá sus ocurrencias pseudopiadosas o pastorales?
Cuentan del eminente liturgista, hoy beato, Alfredo Ildefonso Schuster que decía que él daría gustoso su vida por una rúbrica del Misal Romano. Lo cierto es que aún no he podido contrastar la historicidad de la anécdota (la escuché de labios de Félix María Arocena Solano), pero lo contenido en ella se non è vero è ben trovato.