Esta semana he quedado para comer con una compañera psicóloga. Empezamos a coincidir en alguno de los módulos formativos de fines de semana sobre Focusing que ambas realizamos desde hace varios meses. Aunque un pequeño problema de salud me ha impedido asistir a éste último, hemos aprovechado para comer juntas el otro día y charlar un rato.
Después de hablar sobre los contenidos de la formación, como los podíamos aplicar en el trabajo diario, sus beneficios y similitudes con otras técnicas, la conversación derivo de forma natural a nuestra vida diaria.
Yo le estuve poniendo al día de los últimos cambios en mi vida; recientemente he dejado un trabajo en el que llevaba algo más de siete años, y he decidido poner mis energías en otros proyectos.
Ella por su parte, me comentaba la razón por la que después de varios años dedicada a compaginar los estudios de psicología con la crianza de sus dos hijos, decide emprender un camino en solitario como terapeuta.
– La verdad es que no me podía quejar de nada- me decía. Me apetecía mucho estar con mis hijos mientras eran pequeños y por suerte podía y quería hacerlo.
– ¡Qué bien!- le comentaba yo. Antes las mayoría de las mujeres solo teníamos una opción, la vida doméstica. A veces tengo la sensación de que ahora solo tenemos una también, la de hacer las dos cosas o incluso las tres a la vez (ser super-profesionales, super-madres, super-amas de casa…). Me tranquiliza ver que en ocasiones se puede elegir libremente o una cosa o la otra.
– Sí, soy afortunada. Sin embargo, te voy a contar por qué me decidí a trabajar, ya que yo me sentía satisfecha compaginando mi vida familiar con los estudios.
Y así fue como me relató que se encontraba un día con su hija pequeña hablando de qué quería ser esta de mayor. Muy sorprendida se quedó mi colega cuando la niña le dijo–
“…de mayor yo quiero hacer lo mismo que tú mamá, no hacer nada”
– Algo estoy haciendo mal- se dijo mi amiga a sí misma- siguiendo esa tendencia culpabilizadora que tan familiar nos resulta a la mayoría de las mujeres.
–Si con todo lo que hago en el día a día en casa mi hija cree que no hago nada solo porque no trabajo fuera, algo de eso le estoy trasmitiendo. De nada van a servir otros mensajes que le quiera transmitir.
Independientemente de la opción que tomemos para corregir esta situación: reforzar la valía del trabajo doméstico y visibilizar el esfuerzo y dedicación que suponen o bien compaginarlo con una actividad profesional fuera de casa, la reflexión de mi compañera tiene una base cierta:
El modelado, imitación o aprendizaje por observación es una de las formas más importantes de transmisión y adquisición de comportamientos.
Bandura (1969) fue uno de los psicólogos que más extensamente estudió los modelos de aprendizaje. Bandura sostenía que una gran cantidad de comportamientos se aprenden mediante la observación de un modelo.
Sin entrar a exponer los postulados de la teoría, sí que me parece interesante reflexionar sobre que características del modelo pueden influir decisivamente en el proceso de aprendizaje.
- Similaridad con el observador. En cuanto a sexo, edad. Cuanto más cercano se considere al modelo, mayor será la influencia y potencia con la que el aprendizaje puede instaurarse.
- Valor afectivo. Cuanto mayor sea el vínculo afectivo entre observador y modelo, mayor será la influencia de éste. No en vano a los padres y madres se nos considera modelos de referencia. A medida que los/as niños/as van cumpliendo años, entran en su vida otros modelos de referencia que tendrán gran influencia en ellos (escuela, familia extensa, amistades, etc).
- Prestigio. Suele ser más efectivo un modelo que genera cierto grado de admiración en la persona que observa. Damos mucho valor al comportamiento de personas que consideramos de un estatus similar al nuestro.
- Eficacia. Valoración o reflexión que hacemos de la posibilidad de poner en práctica ese comportamiento.
Por alguna razón se suele decir eso de...obras son amores, que no buenas razones
Yolanda P. Luna
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