Cristina Narbona ha anunciado que va a crear un Observatorio de la Sequía, esto es, que va a emplear gente para que constate la muerte de ganado y vegetación por falta de agua.
Desde siempre, los humanos más bucólicos son observadores gratuitos de la aridez y de la polinización. Pero los del Observatorio cobrarán por sentarse a la sombra de una encina, rascarse la cabeza bajo la boina y mascullar con la colilla en la comisura izquierda de los labios: “Pues va a ser que seguirá la sequía”. Y lo proclamarán en rueda de prensa.
A fin de mes, cobrarán la nómina. Es que esto del Medio Ambiente genera mucha actividad laboral: a la consejera de esa especialidad de Castilla-La Mancha, que dimitió por su gestión en el incendio de Guadalajara que produjo once muertos, la colocaron enseguida en un organismo oficial que distribuye energía atómica. Ella, una ecologista radical hasta ayer.
España sufre ahora una de sus habituales sequías. Para atenuarlas, antes se construían aljibes, canales, trasvases y presas. Ahora, y sin haber regulado aún toda el agua del país, esas obras públicas se han abandonado. Por prescripción ecologista.
Pero, como compensación, se crea ese observatorio que verá morir animales y cosechas. Porque se trata de permitir que quien tiene agua de sobra, porque pasa por su territorio hacia el mar, la considere como si fuera un producto bélico y la blinde, como si fuera una defensa militar, según anuncia que hará el presidente aragonés. Para que no llegue a las regiones más sedientas.
Cuando un gobierno está débil, abotargado y sin voluntad, inventa cosas inverosímiles para no afrontar responsabilidades, como la sequía. El actual, frente a calamidades y regionalismos, crea un observatorio con paisanos de boina, siesta y colilla.