Grandes masas negras emergen en la oscuridad de la noche.
Sus formas están bien definidas en la opacidad que dibuja el cielo.
De repente, asoman dos pequeños reductos de caótico desorden.
Titilan mientras observan cómo te adentras en la inmensidad de su reino.
Sigues avanzando y la noche, junto a las farolas, va bocetando un paisaje de colores fríos y sentimientos cálidos.
Reconoces alguna que otra forma mientras, bajo tus ojos, pasa a toda velocidad la raya discontinua de la carretera.
Sigues de frente y giras a la derecha.
Las montañas no paran de interrogarte. Las luces que las habitan te observan fijamente.
Te adentras en una de esas siluetas negras que tanto te fascinan.
Vas dejando a un lado las luces titilantes de las farolas.
Ya estás en su interior.
El bosque te recibe en un húmedo abrazo.
Ya estás en casa y el sentimiento que te invade es el de aquel lugar al que perteneces.