No sé si debe ser algo que el ser humano lleva en los genes desde los tiempos remotos en los que vivía en cuevas y chozas y la evolución no ha conseguido borrar de nuestras neuronas al menos en la primera infancia. Pero mis hijos llevan una temporadita poniéndome de los nervios organizando cabañas en medio del comedor (que no es el salón del trono, precisamente) con todo tipo de manta, caja, silla o artilugio que se les ocurre. Ellos se lo pasan genial escondidos debajo de las mantas. Ayer mi pequeña princesa rubia quería que le llevara ahí la cena. Y mirando el lado bueno, ahorramos en calefacción porque oye qué calor sale de esos pequeños escondrijos improvisados. Y cuando empiezo a ponerme de los nervios, entonces una vocecilla en mi cabeza de chorlito me llama y me recuerda que yo, con su misma edad, hacía lo mismo. Sillas del revés, paraguas abiertos, batas de estar por casa... cualquier cosa para crear un pequeño universo en el que me escondía y pasaba mis mejores momentos jugando ahí dentro con mis muñecos.Será que en el fondo recordamos nuestra primera cabaña, pequeñita y calentita, en la oscuridad protectora de la barriga de mamá y ese recuerdo de un modo u otro tiene que perdurar. Así que, nada, seguiremos poniendo la casa patas arriba. Todo sea por no romper con los instintos primigenios.
Revista Diario
No sé si debe ser algo que el ser humano lleva en los genes desde los tiempos remotos en los que vivía en cuevas y chozas y la evolución no ha conseguido borrar de nuestras neuronas al menos en la primera infancia. Pero mis hijos llevan una temporadita poniéndome de los nervios organizando cabañas en medio del comedor (que no es el salón del trono, precisamente) con todo tipo de manta, caja, silla o artilugio que se les ocurre. Ellos se lo pasan genial escondidos debajo de las mantas. Ayer mi pequeña princesa rubia quería que le llevara ahí la cena. Y mirando el lado bueno, ahorramos en calefacción porque oye qué calor sale de esos pequeños escondrijos improvisados. Y cuando empiezo a ponerme de los nervios, entonces una vocecilla en mi cabeza de chorlito me llama y me recuerda que yo, con su misma edad, hacía lo mismo. Sillas del revés, paraguas abiertos, batas de estar por casa... cualquier cosa para crear un pequeño universo en el que me escondía y pasaba mis mejores momentos jugando ahí dentro con mis muñecos.Será que en el fondo recordamos nuestra primera cabaña, pequeñita y calentita, en la oscuridad protectora de la barriga de mamá y ese recuerdo de un modo u otro tiene que perdurar. Así que, nada, seguiremos poniendo la casa patas arriba. Todo sea por no romper con los instintos primigenios.
