Mientras que la sociedad occidental moderna consume sin control (premisa principal del capitalismo), las grandes compañías programan los productos para que su ciclo de vida se reduzca a unos pocos años.
En medio de esta locura consumista, la chatarra es depositada en inmensos cementerios ubicados en países poco desarrollados. Allí, familias enteras viven en medio de cables y placas de acero tratando de recoger las piezas que les permitirán sobrevivir una jornada más. La obsolescencia programada es la antítesis del consumo responsable.