Más útil que el mitin de Inés Arrimadas ante la casa del huido expresidente catalán, Carles Puigdemont, habría sido que hubiera acudido a Bruselas, a 30 kilómetros de Waterloo, con Albert Rivera y Pablo Casado para proclamar ante Europa que España quiere ocupar el tercer lugar en el podio de campeones la UE que abandonará el Reino Unido tras el Brexit.
Sería presentar a una España políticamente fuerte y unida -- Pedro Sánchez tendría que apoyarlos ante las instituciones europeas-- para contrarrestar, la propaganda separatista y, sobre todo, a los países que quieren ocupar ese influyente lugar junto a Alemania y Francia.
España nunca ocupó un lugar prominente en la actual UE desde su ingreso en 1986. Desde entonces ha crecido económica y políticamente, tanto, que puede competir con Italia, un país fundador del antiguo Mercado Común, pero gobernado ahora por ultras de derechas e izquierdas.
En circunstancias normales ese tercer puesto que concede gran fuerza política y económica sobre los miembros inferiores de la Unión sería de Italia.
Pero su actual ejecutivo, desconcertante por sus medidas, unas veces fascistas y otras comunistas, resulta como España estuviera gobernada por una coalición del neocomunista Podemos y el duroderechista Vox.
Europa no se fía de Italia, por tanto. Pero España, tampoco parece muy fiable tras tres elecciones generales (2015, 2016, 2019) en cuatro años, con la eclosión además de partidos ajenos a los tradicionales que fueron construyendo Europa desde hace casi siete décadas: democratacristianos, liberales y socialdemócratas.
Otro peligro para el podio español viene de Holanda, que abandera una suerte de alianza de países nórdicos, tradicionales seguidores del Reino Unido, que con Polonia y otros países del Este están unidos culturalmente por la antigua ruta comercial de la Liga Hanseática.
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SALAS