Revista Sociedad

Occidente enfermo

Publicado el 03 enero 2013 por Pnyxis @Pnyxis

Occidente enfermo[Artículo original en El sentido busca al hombre]

Giacomo Sadek Ludovici
No es un juicio de valor afirmar que occidente está enfermo, sino la evidencia de enfrentarse a un mundo que sólo tiene respuestas para lo más inmediato. El nihilismo ha impregnado el corazón del hombre occidental. El camino del interrogante filosófico y de la búsqueda de la virtud es el único que puede volver a llevar a buen puerto.

¿Por qué el Occidente está en crisis y aparece siempre más débil frente al Islam? Naturalmente hay muchas causas que explican esta crisis, pero es cierto que la enfermedad mortal de la que sufre hoy en día Occidente es el nihilismo que Nietzsche le había diagnosticado hacía un siglo.
  Más preciso, nuestra civilización está en crisis por que la mayor parte de los hombres contemporáneos son víctima del nihilismo. De hecho, como ya decían Platón y San Agustín, el estado y la historia del hombre dependen de lo que prevalece y predomina en lo más íntimo de cada ser humano. Pero el nihilismo en el que se ha hundido el hombre occidental contemporáneo ya había sido teorizado en el S. V a.C. por Gorgias, pero en ese momento la cultura griega había reaccionado; sin embargo hoy, el nihilismo es la mentalidad más difundida de la filosofía y de la cultura contemporánea, y se puede sintetizar así: la existencia y la vida humana son insignificantes (por ejemplo, Sartre ha dicho que el hombre es una pasión inútil), visto que no existe ningún fin, meta o sentido, ni para la vida, ni para todo lo que existe en general.
La civilización griega reaccionó al nihilismo de Gorgias porque rápidamente Sócrates relanzó las grandes preguntas que, antes de él, habían inaugurado la filosofía y que constituyen las directrices fundamentales de toda auténtica búsqueda filosófica: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo? (es decir, ¿cuál es mi origen?), ¿dónde voy? (es decir, ¿cuál es mi fin?), ¿existe Dios?, ¿si existe Dios por qué existe el mal?, ¿qué son el bien y el mal?, ¿somos libres?, etc.
El hombre contemporáneo no se esfuerza más por responder a estas preguntas radicales, ni siquiera intenta responderlas y no toma conciencia del propio origen, de su identidad y su fin. Ahora bien, la pregunta más importante de todas, porque su respuesta permite responder a todas las demás es la que concierne a la existencia de Dios (y era ya la pregunta más relevante para los primeros filósofos que se preguntaban sobre el arché, sobre el principio de todas las cosas) y está claro que la actitud nihilista coincide sobre todo con la muerte de Dios. ¿Y cómo se ha producido la muerte de Dios? Responde Nietzsche: " Nosotros lo hemos matado [...] somos sus asesinos", es decir, somos nosotros los hombres occidentales que nos hemos alejado de Dios, de la piedra angular de nuestra civilización, en buena medida mediante una actitud de desinterés hacia Dios, más que por medio de una negación explícita (como la que ha intentado Nietzsche). Y la muerte de Dios es la eliminación del fundamento, del punto de referencia, de la estrella polar de nuestra civilización, en definitiva está claro, como decía Kierkegaard que la enfermedad mortal del Occidente es la pérdida de la fe en Dios y en Cristo, una pérdida de fe que es escandalosa por que nace de la indiferencia: "es un escándalo dejar a Cristo en la indiferencia. El hecho que el cristianismo te ha sido anunciado significa que debes hacerte una opinión en torno a Cristo; Él, o el hecho de que Dios existe y ha existido, es la decisión de toda la existencia". En definitiva, la enfermedad mortal que asedia nuestra supervivencia , que nos hace débiles, extenuados, flojos, que nos hace poco capaces de reaccionar a la tentación terrorista de destruirnos, es cierta y principalmente el olvido de nuestras raíces cristianas, que Juan Pablo II ha recordado reiteradamente.
Habiendo ya hablado de los valores cruciales de los que incluso los no creyentes deben al cristianismo, después de haber reafirmado la importancia crucial de la pregunta sobre Dios y de la fe para la supervivencia de nuestra civilización, debo por último resaltar dos elementos griegos que han hecho nacer a nuestra civilización y que los cristianos han fortalecido a continuación, y que debemos volver a nutrir para curar de la enfermedad nihilista.
En primer lugar debemos revitalizar la actitud teorética, es decir contemplativa, y justo a partir de tal revitalización debemos volver a ponernos grandes interrogantes. La actitud de los griegos frente a las cosas consistía de hecho en preguntarse "¿qué es esto?", a prescindir de su utilidad/inutilidad, ventajas/desventajas. Se trataba de una actitud no utilitarista, no pragmatista, sino de estupor y maravilla, de las cuales surgían las grandes preguntas. Se trata de un fármaco fundamental contra el cientificismo, es decir contra el predominio de una ciencia y de una técnica, que junto con el nihilismo, a partir de una revolución científica obraron, como decía Husserl en 1954 "un alejamiento de aquellos problemas que son decisivos para una humanidad auténtica": de hecho "en la miseria de nuestra vida [...] esta ciencia no tiene nada que decirnos. Excluye de principio aquellos problemas que escuecen más al hombre, el cual en nuestros tiempos atormentados, se siente en manos del destino; los problemas del sentido y del no-sentido, de la existencia humana en su complejo". Un fármaco contra un cientificismo que ha desvinculado el progreso mismo de la ciencia de toda norma ética y que ha conducido a Hiroshima, a la clonación, a la eugenética, etc.
En segundo lugar, debemos retomar de los griegos la exhortación a buscar la virtud, es decir a mirar a la excelencia moral, a cultivar lo que somos interiormente e y redimensionar (sin eliminar) la importancia de los bienes materiales que tenemos, o de los bienes como el éxito, el prestigio, el poder, etc., o de los bienes del cuerpo como la belleza, la fuerza, el vigor, etc. Como decía Sócrates: "no debéis preocuparos por el cuerpo, ni de las riquezas, ni de ninguna otra cosa antes que del alma , de manera que se haga lo mejor posible", al punto que decía Aristóteles que el hombre virtuoso cumple muchas acciones virtuosas "aunque debiese morir", porque "prefiere aquello que es bello (es decir, la virtud) a cualquier otra cosa".
Sobre estos dos fundamentos la cultura romana y el cristianismo han aportado su contribuciones cruciales para construir la identidad del hombre europeo y occidental que debemos realimentar para que Occidente, etimológicamente, tierra del atardecer, no lo termine siendo.


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