El arte es ilusión, el artista vive de ella, haciéndola nacer en el corazón del espectador, alimentándola con sus mejores trucos de comediante. La ilusión es la esencia de la festividad de los Reyes Magos, que da lugar a una representación teatral que se prolonga desde la víspera hasta que en cada uno de sus hogares los niños reciben sus regalos la mañana del 6 de enero. ¿Con qué soñaron los alimentadores de sueños, con qué se ilusionaron los cómicos? Les preguntan cuando ya son hombres maduros y hasta ancianos, pero se nota en sus respuestas que la ilusión, como el oficio del cómico, no muere nunca.
(A la transcripción escueta de las contestaciones de los actores, este burgomaestre se ha limitado a acompañar una fotografía de cada uno de ellos- algo mejor que la que figura en el ejemplar de “Primer Plano”- y una sucinta micro-ficha-comentario totalmente insuficiente y, seguramente, innecesaria).
Pepe Isbert (José Ysbert Alvarruiz, Madrid 3-3-1886 – Madrid, 28-11-1966), probablemente poseedor de la presencia más definitoria de la Historia del Cine Español y una de las cumbres del escenario teatral de nuestro país, consiguió, a lo largo de su octogenaria existencia, aglutinar el cariño de varias generaciones de espectadores, dejando un sello indeleble en sus memorias. De su extensísima filmografía es obligado destacar auténticas gemas del Séptimo Arte, tales como “Bienvenido Míster Marshall”, “El verdugo” (ambas firmadas por Luis García Berlanga, estrenadas en 1953 y 1963, respectivamente), “El cochecito” (obra de Marco Ferreri y del guionista Rafael Azcona producida en 1960), “Ella, él y sus millones” (dirigida por Juan de Orduña y estrenada en diciembre de 1944), “Historias de la radio” (que filmó José Luis Sáenz de Heredia en 1955), “La gran familia” (puesta en imágenes por el zaragozano Fernando Palacios en 1962), y su estelar colaboración en “La vida por delante” (1958), obra maestra de Fernán-Gómez.
En este weblog no nos hemos atrevido aún a glosar su colosal figura. Únicamente, con motivo de la reciente publicación de su libro de memorias, este burgomaestre recogió la noticia con la reverencia y la prontitud requeridas.
Esto fue lo que contestó Pepe Isbert cuando le preguntaron que es lo que hubiera pedido a los Reyes: “Un traje de bombero. En mis tiempos, de cuando yo era más bajito, los Reyes no podían traerlos, porque no los había en el comercio. Ahora he podido descubrir con inmensa alegría que sí los hay”.
Antonio Riquelme (Antonio Riquelme Salvador (Madrid, 9-11-1894 – Madrid, 20-3-1968) de este enorme cómico, hijo y padre de actores, sí que nos atrevimos a colgar una entrada (“Antonio Riquelme, la osamenta de la comedia”) que pretendía con más entusiasmo que sabiduría glosar su excelencia en el terreno de la comedia. Destacadísimo intérprete de teatro durante las décadas de los años 20 y 30, de manera similar a como hiciera José Isbert, concentró, desde el periodo de posguerra, su talento en el medio cinematográfico, brindando sus inmejorables cualidades para lo cómico en films que engrandeció con su talento y su aquilatado oficio. Prestando a cualquier papel una naturalidad aplastante, empleó con habilidad nacida de la experiencia su pintoresco físico anguloso en establecer una corriente de energía simpática con el público, que sólo puede prorrumpir en una salva de aplausos a cada una de sus brillantes réplicas o reacciones que podemos encontrar en los más de cien films en los que intervino.Don Antonio Riquelme, tampoco titubeó al responder que lo que él hubiera pedido a los Reyes Magos era: “Un triciclo de los antiguos, de esos altos, de los que todavía he visto que alquilan en el Retiro. Que tuviera un buen timbre niquelado y reluciente como una estrella. Un triciclo con cadena, por supuesto. Nada de esos triciclos de ahora, que ni son triciclos ni nada.”
Sobre Jesús Tordesillas (Jesús Tordesillas Fernández, Madrid, 29-1-1893 – Madrid, 24-3-1973), de cuya prolongadísima carrera profesional tuvimos el honor de ocuparnos en una entrada dividida en tres partes (“Jesús Tordesillas, un característico de largo recorrido”), no vamos a extendernos ahora en el comentario. Limitémonos a señalar la grandeza de su arte interpretativo, que le permitió con igual solvencia brillar en dramones históricos más o menos acartonados (estuvo en lo peor y en lo mejor de la producción de Juan de Orduña), en comedias ligeras y amables, en películas al servicio del folklorismo andaluz más estereotipado, en westerns, en el género de cine religioso, y en un musical irrepetible y delicioso: “Doña Francisquita” (Ladislao Vajda, 1952). Su respuesta a la encuesta fue: “Un caballo... pero de los de verdad. Fue lo que siempre pedí a los Reyes aunque, naturalmente, me lo colocaban en el balcón por aquel entonces, pero de cartón o forrado de pelo... ¡Mira que si los Reyes Magos me escucharan y me colocaran en mi balcón un caballo de verdad!! No lo quiero ni pensar...” A José María Lado (José María Lado Rodríguez, La Habana (Cuba), 13-9-1895 – Madrid, 17-10-1961) le encontramos en este weblog en la entrada de la modalidad “Grandes repartos” dedicada al film “El gran galeoto”, y nos proponemos dedicarle próximamente una entrada en la que poder dar cuenta de su sólida profesionalidad, que le permitió encarnar sin fisuras el tan necesario tipo de personaje agrio, a menudo amargado, rencoroso y brutal, idóneo para ser receptor del odio del espectador. Actor hijo de emigrantes españoles en Cuba (de un gallego y una cordobesa, por más señas), se formó en la interpretación escénica en Barcelona y se consagró en Madrid. Experimentado doblador, alcanzó un puesto relevante en la pantalla a partir de su intervención en el film de Rafael Gil “El clavo”, donde su personaje ya daba la clave que le correspondería repetir en futuras actuaciones, de infame villano, castigado al fin, frecuentemente por su víctima, una indefensa mujer. Con candor indigno del rol que se le solía repartir en sus films, el señor Lado contestó al interrogante propuesto: “Un tren eléctrico. Me gustan muchísimo. Y como a mi edad ya los Reyes no me van a hacer caso, estoy por vestirme de Rey Mago para ir a comprármelo yo. Es un juguete precioso.” El bueno de Francisco Bernal (Francisco Bernal Jiménez, Jumilla (Murcia), 22-7-1900 – Madrid, 22-6-1962), tras prolongado periplo que le llevó a actuar desde temprana edad por los escenarios de toda España y más allá, hasta una duradera gira por México y Cuba, debutó al fin en el cine a los 38 años de edad. Pronto, su presencia enjuta y su rostro alargado y curtido se afianzará en gran parte de la producción cinematográfica española, obteniendo innumerables papeles de corta extensión en otros tantos films, en los que daba vida, con sencillez y resolución, a una pléyade de chóferes, criados, mayorales, parroquianos de taberna o alguaciles. Alcanzando, por ejemplo en 1957, el increíble registro de haber actuado en una docena de películas, es quizá su momento más famoso el que le llevó a ser burlado por Tony Leblanc y Antonio Ozores con el “Timo de la estampita” en la película “Los tramposos” (Pedro Lazaga, 1959). Más despierto y menos codicioso que su personaje del film de Lazaga, Francisco Bernal dio la siguiente contestación a la encuesta: “Un coche de pedales. Cada día me gusta menos la velocidad. En un coche de pedales me sentiría seguro y feliz paseándome por un parque solitario, sin autobuses, sin motos y sin peatones.” Al asturiano Félix Fernández (Félix Fernández García, Cangas de Onís, 21-7-1899 – Madrid, 9-7-1966) le dedicó este burgomaestre una entrada que, visto cómo ha ido evolucionando “Lady Filstrup”, hoy se le antoja totalmente insuficiente. No obstante, en “Félix Fernández, o la elocuente calvicie”, se encuentra un intento de poner de relieve la versatilidad interpretativa de este gran actor, uno de los más charlatanes que se han podido ver en la pantalla española. Con un estilo oratorio que rayaba en ocasiones en la prosopopeya (como en su papel de “Bienvenido Mr. Marshall”), Félix Fernández destilaba con mimo su acrisolada prosodia en docenas y docenas de films, año tras año. Alternando roles más o menos distinguidos “de puñetas y levita”, con otros de extracción popular (de posadero, de labriego, o de bandolero de la sierra), Félix Fernández siempre conservó e irradió generosamente una asombrosa capacidad para captar la atención del espectador, fascinándole por medio de la palabra y del gesto con el que admirablemente acompañaba sus parlamentos. Nos parece oírle y verle respondiendo a la pregunta de la encuesta: “Un organillo que he visto, precioso, y que tiene una gran variedad de canciones, entre ellas los nostálgicos culpes. Son una preciosidad estos organillos. ¡Ah! También pediría una gorrita para darle vueltas al manubrio en ambiente”. Quizá por haber estado trabajando en Hollywood, el sobrio Pepe Nieto (José García Nieto, Murcia, 3-5-1902 – Matalascañas (Huelva), 10-8-1982) se decanta en sus preferencias por un regalo más “práctico” que sus compañeros, como veremos al conocer su respuesta. Dotado de un físico agraciado, José Nieto fue uno de los galanes de la posguerra que aspiraba al puesto de privilegio de Alfredo Mayo en el favor popular. Su experiencia internacional adquirida en los primeros años 30, cuando emigró a Hollywood a rodar películas en castellano para el mercado hispánico, le permitió, en la madurez (como hiciera otro galán de su generación, Julio Peña), participar con frecuencia en co-producciones o en películas norteamericanas rodadas en nuestro país. Entre unas y otras experiencias, digamos, internacionales, se prodigó en papeles destacados en films bélicos (lo que en España era sinónimo casi siempre de “propagandísticos”, “dogmáticos”, “triunfalistas” y “patrioteros”, como la, por otra parte, notable “Los últimos de Filipinas”(1945), de Antonio Román), y gozó, de entre otros, del favor de un director tan influyente como Rafael Gil, quien puso a su disposición papeles de carácter que le permitieron completar una digna carrera en la (complicada para un galán) etapa de la madurez (como el que le valió el Premio del Sindicato del Espectáculo en 1953 en “La señora de Fátima”). Con su mejor sonrisa, el bigotudo héroe de la pantalla explicó que lo que él hubiera pedido a los Reyes Magos era: “Un estupendo “meccano”. Esto de poder fabricarse uno mismo diferentes juguetes, como son puentes, grúas, motores para elevar agua, tractores... Porque ya, puesto a pedir, pediría un “meccano” de los buenos: la última palabra”.Por último, Nicolás Perchicot (Nicolás Díaz Perchicot, Madrid, 19-9-1884 –Madrid, 26-10-1969), uno de los más entrañables actores de la pantalla española, quien tras una abigarrada trayectoria teatral desarrollada desde su juventud hasta los terribles años de la Guerra Civil, pasó por Berlín e Italia para regresar a España en 1942 y actuar para el cine de su país natal durante veinticinco años en los que encarnó personajes por lo general nobles, tiernos y pacíficos, dotados siempre de un corazón bondadoso, que se revolvía, dolido, contra la injusticia (como en la emocionante “Agustina de Aragón” (1950), de Juan de Orduña). Tan eficaz para la comedia como para el drama, su continente piadoso y algo seráfico le hacían ideal para encarnar roles de religiosos y fue su testamento cinematográfico (aunque no su último film), el papel que desempeñó en “Nueve cartas a Berta” (Basilio Martín Patino, 1965), de un catedrático que regresaba de visita a Salamanca, donde había vivido la fratricida contienda española. Artista polifacético que llegó a exponer su obra en Madrid y Barcelona en numerosas ocasiones, su respuesta a la pregunta planteada no podía ser más adecuada: “Si es cierto eso de que los viejos volvemos a la edad infantil, me gustaría pedir a los Reyes Magos una estupenda caja de pinturas con todos los colores y muchos pinceles. No he olvidado la ilusión que de niño tenía por la pintura, porque todavía la sigo teniendo.” Y de eso, amigos de Lady Filstrup, trataba esta entrada, de ilusión. Seguid manteniéndola siempre, no importa de qué. Como este burgo la ha tenido, por un rato, de estar en compañía de estos señores de la escena, de estos cómicos inolvidables.
PD: quiero agradecer públicamente a Eugenia Vilallonga y Martínez Campos sus correos en los cuales se ha prestado a corregir los errores en los que este atolondrado burgo había incurrido al tratar de narrar los hechos de la vida de quien fue su marido, el actor José Tasso. La tremenda generosidad de Eugenia la lleva en sus mensajes a valorar positivamente el conjunto del trabajo de este burgo, pero no se le escapa a éste que es imperativo que modifique prontamente el texto aludido a la luz de la valiosa información que tan autorizada fuente le ha brindado. De momento, este burgo ya ha empezado a introducir algunos matices y detalles que estaban equivocados y en próximos días confía en ultimar debidamente su labor, modificando fechas y hechos que ahora se han revelado como notablemente inexactos . Gracias de nuevo, Eugenia, a quien ya me atrevo a considerar amiga.
PD2: Para que los sufridos amigos de Lady Filstrup no tengan que volver a leer los más de cien folios con que les “obsequié” en la triple entrada de Tachuela, en busca de las novedades, subiré una entrada en la que presentaré, en formato resumido, aquellas cuestiones que han sufrido modificación, acompañadas de algunas imágenes nuevas, como nueva es la de la caricatura de Tasso (situada ahora en lo alto de la tercera parte de la entrada dedicada al actor), que ha tenido a bien enviarme su propio autor, el dibujante José Orcajo, la cual cosa aprovecho ahora para agradecer muy sinceramente.