No voy a mentir, soy de esas personas que disfrutó Ocho apellidos vascos. Pese a que al a gran mayoría del público le haya gustado hay un selecto grupo de iluminados que no cesa en su empeño de intentar demostrar que la película es una mierda y que queréis que os diga, nada más lejos de la realidad. Aunque ahora vamos a centrarnos en su secuela, Ocho apellidos catalanes.
Partimos de la base que las cosas hechas a la prisa suelen salir mal. Y eso es algo que se nota desde un principio en Ocho apellidos catalanes. La magia y soltura que se notaba en la primera entrega aquí ha desaparecido. El motivo no es otro que lo que anteriormente fue algo casual (si conectó con el público es porque usaba un humor sincero y apelaba a sentimientos patrios sin pretensiones más allá de entretener) aquí está muy buscado y ya se sabe que ir con pretensiones suele jugar una mala pasada.
Aunque los responsables del guión sean los mismos que en su primera entrega (Borja Cobeaga y Diego San José) se nota que la formula está algo quemada y que han trabajado a contra reloj, imagino que obligados por los que sacan rédito económico de la película. Las coñas ya no tienen tanta gracia y como digo, ha perdido algo de magia.
Sin embargo gracias a un elenco en estado de gracia (no tanto Dani Rovira como los demás) la película se deja ver y en ciertos momentos incluso te lo pasas francamente bien. Más que evidente la superioridad actoral tanto en forma como en fondo de Karra Elejalde así como de los compadres Alberto López y Alfonso Sánchez que consiguen que eches en falta más minutos con ellos en pantalla.
Pero claro, aquí hemos venido a ver una película de tópicos donde todos sentirnos identificados, y lo que en la primera película funcionaba muy bien hay que reconocer que aquí flojea sobremanera. El principal problema es la elección de Berto Romero como contrapunto de Rovira. Quizás es que yo esperaba a un catalán cerrado con todo lo que esto conlleva y me encuentro con un hipster trasnochado. Esto lo único que consiguió fue sacarme de la película cada vez que el personaje aparecía en pantalla.
Doy fe que Berto Romero tiene gracia, o por lo menos a mi siempre me la ha hecho, pero en este caso hablamos de un problema a la hora de construir el personaje. Para mi estaba metido con calzador y en ningún momento me arrancó si quiera una sonrisa. Cosa que sí consiguió por otro lado Rosa Maria Sardà.
Así que podemos decir que Ocho apellidos catalanes está muy por debajo del nivel esperado, bastante peor que su primera entrega, pero que aún así se puede disfrutar si se ve en familia o con amigos, ya que el disfrute en solitario puede ser algo aburrido.
Ni que decir tiene que, nos guste o no, probablemente ya se hayan iniciado los mecanismos pertinentes para una tercera entrega, ya que la película está funcionando muy bien en taquilla así que ahora deberemos preguntarnos… ¿hacia que parte de la geografía española tirarán ahora?