Según las informaciones de última hora, el espacio aéreo estaba cerrado y la totalidad de los vuelos habían sido cancelados. A medida que nos íbamos acercando al aeropuerto tenía más claro que las probabilidades de poder volar eran prácticamente nulas, pero me resistía a aceptar que los ocho días que habíamos planeado pasar en Sicilia se iban al traste. A pesar de que en los paneles informativos aparecía la palabra maldita al lado de todos y cada uno de los vuelos previstos para el día 4 de diciembre, nos dirigimos al mostrador de Aena en busca de información que nos mantuviera un poco la esperanza. Quizás había una remota posibilidad de acuerdo con los controladores y el tráfico aéreo se reanudaría en pocas horas, pero nada más lejos de la realidad. Después de los primeros momentos de rabia, impotencia y disgusto, me resultó bastante fácil cambiar los planes y lo único que tenía claro era que a casa no volvía.Nos sentamos en la cafetería, rellenamos las hojas de reclamación correspondientes y saqué el portátil para enterarme de cómo estaba el mundo. Lo primero que hice fue anular las reservas de los alojamientos que teníamos en distintos puntos de Sicilia y luego consultar las previsiones del tiempo. La cosa pintaba bastante mal, una ola de frío en prácticamente toda Europa. No llevábamos ropa ni calzado para soportar tan bajas temperaturas ni tampoco teníamos ganas de pasarnos los ocho días en la carretera por lo que las opciones no eran muchas. Nos dirigiríamos hacia Francia y dependiendo de la evolución climatológica tiraríamos para un lado o para el otro. En el kiosco del mismo aeropuerto compré una guía de Lonely Planet “Lo mejor de Francia” para intentar organizar algo sobre la marcha. A pesar de que partimos con la esperanza de poder llegar hasta las regiones de Auvernia y Borgoña, al cabo de dos días ya desistimos porqué el tiempo no parecía que iba a mejorar. Así pues, nos quedamos en la Provenza, región de la cual guardábamos muy buen recuerdo. Hacía 18 años que habíamos estado por esa zona y nos quedaron entonces muchas cosas pendientes, por lo que ahora teníamos la ocasión de conocer nuevos lugares pero también para recordar otros.Bajo un frío intenso pero con un limpio cielo azul tomamos la A7 en dirección a la frontera. Muchas veces hemos hecho ese trayecto pero siempre pasando de largo al llegar a Montpellier. Son ya casi las 12 del mediodía y nos desviamos para comer en la ciudad. Nos sentimos a gusto y decidimos quedarnos a dormir en Montpellier para dedicarle lo que queda de día. La capital de la región del Languedoc-Roussillon nos ha sorprendido. Detrás de una imagen externa un poco desaliñada se esconde una ciudad elegante, dinámica, alegre y viva con fama de tener una alta calidad de vida, a lo que tiene mucho que ver su agradable clima y su proximidad al Mediterráneo.Magníficos edificios bien restaurados, tranquilas callejuelas empedradas, una historia de peso, antiguos palacios, tiendas con encanto donde venden productos de “terroir” de calidad, galerías de arte y anticuarios, infinidad de restaurantes, un gran mercado de Navidad, gente amable … ¿qué más se puede pedir?.
Por supuesto que la mejor manera de verla y disfrutarla es a pie y la amplia zona peatonal lo facilita. Nos dirigimos hacia el centro, que se conoce como l’Ecusson por su forma similar a un escudo. En realidad, su perfil dibuja una especie de pentágono y sus aristas son bulevares que ocupan el lugar de las antiguas murallas.Dejándonos guiar por su alto campanario de 69 metros que domina toda la ciudad, llegamos a la antigua iglesia de Santa Ana. Se construyó en el siglo XIX en estilo neogótico y actualmente está reconvertida en una sala de arte contemporáneo llamada “Carré Saint-Anne”. Por esas fechas, el espacio está ocupado por una feria de anticuarios y entre vitrales, columnas, arcos góticos y con el órgano de fondo, se pueden encontrar todo tipo de antiguallas.
En este pintoresco barrio, entre el conservatorio de música y la iglesia de Santa Ana, se pueden ver algunos talleres de luthiers, los artesanos que se dedican a la construcción y reparación de instrumentos de cuerda.Continuamos por las animadas calles peatonales que ahora ya están a reventar y bajando por la rue de la Loge llegamos a la Plaza de la Comedia, centro vital y punto de encuentro de los habitantes de la ciudad. Este gran espacio está presidido por la Ópera Comedia y rodeado de otros edificios de solera. En el centro de la plaza se encuentra una copia de la fuente de las tres gracias – Aglaya, Eufrósine y Talía – uno de los emblemas de Montpellier. La estatua original, creada por Etienne Antoine en 1970, se encuentra en el hall de la Ópera Comedia.
Por lo visto, el frío intenso que se va acentuando a medida que el sol se esconde, no desanima a la gente y da la sensación que toda la ciudad se ha volcado a la calle. De los aproximadamente 250.000 habitantes, unos 60.000 son estudiantes y ese espíritu juvenil se hace notar. Muchos son extranjeros, ya que se trata de un destino muy solicitado por los estudiantes de Erasmus.Un grupo de percusión y un conjunto musical en dos puntos de la plaza animan el ambiente y algunas parejas se atreven a demostrar sus dotes de baile ante las miradas de un público improvisado.
Aquí también se inicia el gran mercado navideño que nada tiene que envidiar a los mercados de las ciudades alemanas, incluso encontramos el vino caliente o mulled wine, más típico de la Europa Central que de una ciudad mediterránea, como tampoco pueden faltar los crèpes, gofres y todo tipo de delicatessen. Para entrar en calor tomamos una sopa de cebolla, la sopa más deliciosa que jamás he probado, para seguir con un crèpe de chocolate negro al cointreau …ummmm.El mercado de navidad se extiende a través de la amplia Esplanade Charles de Gaulle hasta la Opera Berlioz, la otra Ópera de la ciudad, separada tan sólo 400 metros de la primera lo que demuestra la gran afición por el espectáculo de los montpellerienses. En este mismo paseo, se encuentra el Museo Fabre, considerado uno de los más importantes museos de Bellas Artes de Francia, con obras de Rubens, Zurbarán o Delacroix entre otros. Su nombre hace honor al pintor François-Xavier Fabre que nació en Montpellier en 1825. Retrocedemos de nuevo por la rue de la Loge y seguimos por otra de las principales avenidas del centro antiguo, la rue Foch, que desemboca en el Arco de Triunfo que a finales del siglo XVII fue mandado construir por el Administrador del rey en honor a Luís XIV justo en el lugar que ocupaba una de las puertas de la antigua muralla.
Detrás del arco de triunfo se abre el gran parque público Place Royale du Peyron, en el punto más alto de la ciudad y desde donde se puede contemplar una bonita vista. A los pies del parque se levanta el acueducto des Arceaux, que está inspirado en el puente de Gard. Construido en 1754 por el ingeniero Henri Pitot de Launay, tenía la función de abastecer la ciudad de agua potable que provenía de los manantiales de Saint Clément. De la misma época es el llamado Château d’eau, que era el depósito de agua de la ciudad.
Siguiendo por el Boulevard Henri IV se llega al conjunto monumental de la Facultad de Medicina y la Catedral de Saint Pierre.
La Facultad de Medicina de Montpellier es la más antigua del mundo en actividad ya que la de Salerno desapareció a principios del siglo XIX. Cuando la ciudad no tenía aun dos siglos de vida, su señor feudal Guilhem VIII firmó en 1180 un sorprendente edicto en el que se autorizaba la enseñanza de la medicina a cualquier persona sin tener en cuenta su religión o sus orígenes. Fue así como a principios del siglo XIII, médicos judíos – en Montpellier había una importante comunidad judía - crearon la Escuela de Medicina.En sus aulas estudiaron Ramón Llull, Arnau de Vilanova o Nostradamus.
Justo al lado se levanta la Catedral de San Pedro construida en 1364 por encargo del Papa Urbano V. Su imponente pórtico le da un aire de fortaleza medieval.Otro de los lugares interesantes es el Santuario de San Roque, hijo de la ciudad y su santo patrón, donde se recibe a los peregrinos que hacen camino hasta Santiago.También es hijo ilustre de Montpellier, Jaime I el Conquistador, hijo de María de Montpellier y Pedro II de Aragón. Tras este enlace, Montpellier pasó a formar parte de la Corona de Aragón en 1204.Al morir el rey Jaime I, Montpellier pasó al Reino de Mallorca y en 1349 Jaime III vendió la ciudad al rey francés Felipe IV para recaudar fondos.A pesar de ser una ciudad “joven” (S. VIII), o al menos mucho más si la comparamos con otras ciudades vecinas como Nîmes, Narbonne o Carcassonne, Montpellier tiene mucho que ofrecer. Le dedicamos tan sólo unas horas pero las suficientes para contagiarnos de su buen ambiente.