Cuando cuento que vivo frente a un colegio y a un parque de diversiones, siempre logro que quien me escucha abra bien los ojos en señal de asombro absoluto. He aprendido a vivir con el ruido y he aprendido también a detestarlo. Sin embargo, no puedo alejarme mucho del agite de la ciudad. Me voy buscando silencio y vuelvo para dejarme envolver, para caminar rápido y llenarme de ciudad por todos lados, hasta que llega el momento de salir de nuevo, como quien busca una bocanada de aire para poder seguir.
Planeo viajes a diario, pregunto precios, investigo y sueño sin ningún tipo de límites. Siempre digo que el primer paso para poder viajar es creerlo posible y la lista que ven abajo son sólo algunos de los destinos no conozco y que, siento, podrían darme el equilibrio justo de ruido y silencio que siempre estoy buscando.
Tulum, México. Por algún lado leí -y ya no recuerdo dónde- que en Tulum alquilaban unas cabañas muy cómodas, pero que muy a propósito no tenían electricidad. Yo me he imaginado muchas veces ahí: una semana, varias velas, tres libros, una hamaca y mucho azul. En las mañanas caminar por la arena blanquísima, pasear por sus ruinas hasta aprenderlas de memoia y ver los atardeceres desde un rincón distinto cada vez. Sin ruido. Sin prisa alguna.
En alguna calle de New Orleans
New Orleans, Estados Unidos. Aquí quiero comer todas las ostras, mariscos y pescados que tengan a bien atravesarse en el camino. Imagino sus calles llenas de música, como sacadas de un cuento y la siento inesperada en cada esquina. Quiero que me lean el tarot, sentir los rastros del Mardi Gras aunque la visite en cualquier otra época del año y caminar de un lado a otro, maravillada siempre. New Orleans tienen un no sé qué, que intenta acercarme a ella cada vez más.
Atenas, Grecia. Cuando estuve en España, hace poco, no pude continuar hasta Grecia porque me faltaban 200 euros para completar la travesía de 5 días, casi la mitad del costo total. Desde entonces, Atenas es mi capricho más histórico.
Buenos Aires, Argentina. Es el viaje que más me ha tocado rechazar y no por gusto. Antes, cuando era editora, me llegaban invitaciones para ir a conocer Buenos Aires y tuve que dejarlas sin miramientos, porque las fechas nunca coincidían con mis responsabilidades. Hay muchas cosas que me acercan a Argentina: familia, amigos, el vino y el fútbol.
La Gran Sabana
La Gran Sabana, Venezuela. Es mi crónica pendiente. Quizá la más urgente de todas. Cuando tenía ya casi todo listo para viajar, tuve que desvíar la ruta hacia Canaima y el Salto Ángel, uno de los mejores viajes que he hecho en mi vida; de esos que se te quedan tatuados en el cuerpo. Más que un capricho, ir a la Gran Sabana es una necesidad.
Alaska, Estados Unidos. Le tengo cierto miedo a los cruceros, pero son muchas las veces que he sentido que hacer uno por Alaska, es uno de mis viajes obligados. Que los días se vayan pasando entre las montañas, con tanto silencio y paisajes insólitos, es algo que me seduce por completo.
Roma, Italia. Justo ayer dije que quiero ir a Roma para aprender a enamorarme. Me han dicho que es un poco caótica y supongo que es lo menos que se puede esperar de una ciudad tan acostumbrada a recibir gente de todos lados. Tomaría un vino distinto cada día, comería pasta hasta que se me olvide el nombre y me llenaría de dulces sin remordimiento. Hablaría mucho italiano, aunque sea por instinto.
La Fontana de Trevi, Roma
Fiyi. Tan azul, tan lejano, tan costoso, tan tantas cosas. Despertarse con el mar siempre de fondo; no entender el idioma y, al mismo tiempo, entenderlo todo, que nada pase desapercibido. Caminar descalza, comer cosas raras y de ahí saltar a otro lugar.
Y tú, ¿adónde irías?