Imagen del espectáculo extraída de la página oficial del FÀCYL.
Parecía que iba a ser un festival flojo, muy flojo. Después del brutal recorte presupuestario que se ha traducido en una fuerte reducción de la programación, nadie tenía muchas esperanzas puestas en que se lograra mantener el nivel de otras ediciones. Pero ayer Philippe Decouflé nos recordó por qué este festival ha servido para poner a Salamanca en el mapa del arte contemporáneo.
A un clic continúan las palabras de Héctor Toledo sobre el espectáculo del pasado sábado.
Fue sencillamente impresionante en todos los aspectos. Una obra de arte total en el sentido Wagneriano del término. Un deleite estético, visual y musical. Y es por la música por donde deben empezar los elogios, pues Pierre Le Bourgeois y Labyala Nosfell, son dos músicos impresionantes. Dos hombres-orquesta capaces no sólo de tocar cada uno multitud de instrumentos, sino también de cantar, hacer beat-vox e incluso se atreven a hacer algún que otro pinito coreográfico. Rock mezclado con clásico, voces operísticas, bases de batería para crear una atmósfera delicadamente cuidada, ora lírica, ora épica, capaz de agarrar al público e involucrarlo en la escena.
Coreografías sencillas cargadas de sensualidad. Dúos, coros y solos de una perfección técnica brillante. Y es que Decouflé cuenta con unos bailarines sencillamente mágicos, atrevidos, que no se detienen en la coreografía, sino que son capaces de increpar con la mirada al público y jugar a provocarlo.
Pero si hay algo que realmente se ha de destacar es cómo Decouflé, ayudado por los últimos avances en tecnología del espectáculo, crea imágenes, formas y figuras para diseñar verdaderos poemas visuales, como él mismo los llama. Cámaras de video, detectores de infrarrojos, telones que se abren para mostrar pantallas, focos que entran y salen de escena, proyecciones sobre telones y sobre el suelo… todo ello para construir aquello que Peter Brook llamaba “el edificio del teatro”. Cada vez es más clara la tendencia del teatro contemporáneo a eliminar la escenografía como elemento material, y a sustituirla por imágenes y proyecciones, que además de un elemento estético, pueden ser un extraordinario elemento narrativo. Y en este aspecto, el coreógrafo francés demuestra saber dónde se mueve. Grabaciones tomadas en directo desde el suelo, desde el techo, mezcladas, retardadas, que dialogan con la evolución de los bailarines sobre las tablas creando una doble coreografía: la de la escena, y la de la pantalla.
En definitiva, un deleite artístico que si tiene algún pecado, tal vez sea el exceso de duración, pero que consiguió una cerrada y larga ovación por un público totalmente entregado y puesto en pie desde el mismo instante en que sonó la nota final.