Revista Opinión

Ocultar Nuestras Emociones

Publicado el 30 agosto 2018 por Carlosgu82

Hace poco murió la madre de un amigo muy querido. Él la quería muchísimo, siempre veló por ella y para que nada le faltara en su vejez. Un día la buena mujer no despertó y su hijo quedó destrozado.

Asistí al velorio y luego a los novenarios. Siempre fui terrible expresando mis emociones y peor cuando se trataba de cosas así, yo sabía lo mucho que mi amigo estaba sufriendo y quería decirle que cualquier cosa que necesitara yo estaría ahí, que no dudara en llamarme, que saldría corriendo sin dudarlo si necesitaba mi ayuda o mi presencia; pero, mientras tenía todas estas ideas volando en mi cerebro, lo único que atiné a decirle fue: ¿Estás bien?

¿Estás bien? A quien se le pudo ocurrir semejante pregunta estúpida ¡su madre acababa de morir! claro que no estaba bien, mi amigo estaba triste, destrozado, adolorido, abrumado, todo al mismo tiempo. Me sentí tan tonta de haber preguntado semejante cosa, pero lo que más me sorprendió es que él me sonrió y me dijo “bien, estoy bien”. Mi vergüenza entonces se convirtió en estupefacción, él y yo teníamos más de veinte años de conocernos, nos habíamos contado miles de historias así que siempre pensé que las respuestas condicionadas no cabían en nuestro alrededor; pero ahí estaba, una respuesta más falsa que un billete de cinco pesos saliendo de su boca.

¿Por qué ocultamos lo que sentimos? ¿por qué damos respuestas prefabricadas? Porque nos condicionan desde que nacemos. Habiendo reflexionado, creo que si alguien me hubiera preguntado lo que yo pregunté, sin importar si acabara de conocer a quien me lo preguntó o si se tratara de una amistad de toda una vida, probablemente mi respuesta habría sido la misma que me dio mi amigo: ¿Cómo estás? -bien -diría yo, aunque por dentro me sintiera como si me hubiese arrollado un camión.

Desde que nacemos nos enseñan a no mostrar lo que realmente sentimos, particularmente si se trata de emociones perturbadoras. Nos adiestran para no incomodar a los demás con nuestros propios sentimientos cuando de hecho nosotros mismos no sabemos qué hacer con lo que nos sucede. Y tristemente este adiestramiento nos hace mal, porque a veces realmente necesitamos que las personas estén cerca de nosotros: que nos den un abrazo, contarles lo mal que estamos, que necesitamos de su ayuda para salir adelante; y en vez de aceptar todo eso decidimos tragarnos nuestro dolor y sufrimiento para no “incomodar”.

Si tan sólo fuésemos más solidarios con los otros, si demostráramos empatía, nuestros amigos queridos y cercanos (y cualquier persona en realidad) no tendría esta sensación de tener que fingir que nada le pasa, de sentirse quizás como una carga para los demás.

Hoy sólo quiero decir: Querido amigo, no eres una carga, está bien sentirse mal cuando nos pasan cosas doloridas; y aunque ese dolor pasará algún día, hoy necesitas apoyo y no incomodas a nadie por pedirlo.


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