De pájaros que se buscan en un espejo y sostienen en esa mirada huidiza como de no saber entender qué están viendo el peso del mundo. Dura una brizna, apenas un chasquido en el baile del tiempo, pero al pájaro se le manumite su condición de pájaro y se le concede otra, no podemos aventurar cuál, tal vez parecida a la nuestra, igual de frágil, quién sabe. Está resuelto en sí mismo, descifrándose. Sus ojos de pronto reveladores conciben las dimensiones del universo en el reflejo que producen. No hay engaño ni se comisiona de hechizo la noticia de esa identidad súbitamente entregada. Luego alzará el vuelo. Entrará en la costumbre del aire y hará los prodigios que suele, a los que no da mayor importancia. Es su cara en el espejo la que le dará zozobra y desconsuelo. Ha adquirido, sin que lo sepa, el mimbre de la tragedia, su metafísica y su certeza. El pájaro se ha dotado de alma.