Revista Opinión

Oda a José Luis Borja

Publicado el 10 agosto 2022 por Manuelsegura @manuelsegura
Oda a José Luis BorjaJosé Luis Borja, con Iribar, en 1973

Cuando José Luis Borja Alarcón entró por vez primera al vestuario del Real Madrid corría la temporada 1969-70 y Paco Gento ya era un ilustre veterano, de casi 37 años, con seis Copas de Europa en su currículum. El joven portero de Cabezo de Torres, de 22 años, que acababa de fichar por el equipo que presidía Santiago Bernabéu tras cuatro campañas como titular indiscutible en el Real Murcia, club que militaba en Segunda División, se quedó más que impresionado cuando estuvo frente a ‘la galerna del Cantábrico’. Cierto que en aquel vestuario había otros grandes, como Pirri, Zoco, Velázquez, Grosso, Amancio… Pero Gento era Gento. Y había además excelentes guardametas con los que competir, como Junquera o Betancort. El entrenador de aquella plantilla era Miguel Muñoz, en el banquillo desde 1960. “Eran humanos y no galácticos, como se llamó después a algunos jugadores”, reconoce hoy Borja, a sus 75 años, para añadir: “Me acogieron fenomenalmente; porque en el fútbol, lo mejor siempre han sido los futbolistas”.

José Luis Borja había llegado a la primera plantilla del Real Murcia con solo 17 años, tras despuntar en el Olímpico de Totana, en la selección murciana y en el conjunto grana como juvenil. En 1964 el titular era Campillo, el fornido arquero de Guardamar del Segura, toda una institución en el marco murcianista. A José Luis, como se le conoció en sus inicios, le tocó suplirlo por vez primera en un partido de Copa, frente al FC Barcelona, nada más y nada menos, jugado en La Condomina, en un choque que el Murcia ganó con un solitario gol y en el que él fue capaz de dejar su portería a cero. Pero sería en la temporada 1966-67, ya con 19 años, tras el fichaje de Campillo por el Betis, cuando por empeño del técnico José María Martín debutara en la Liga, contra el Atlético Ceuta, cuajando una esperanzadora actuación, a decir de las crónicas de la época. 

Tras cuatro temporadas consecutivas, el club blanco puso sus ojos en él, pensando en el relevo del canario Antonio Betancort. Sin embargo, el murciano tuvo que competir con otros dos magníficos porteros que por entonces se incorporaron también a la disciplina merengue: García Remón y Miguel Ángel. «Aunque yo ya cobraba una buena ficha aquí, el Madrid me la mejoró. Pero te puedes imaginar que hubiera firmado con ellos aunque me pagaran menos dinero», confiesa con socarrona sinceridad. La directiva de Bernabéu, natural de Almansa y vecino de Santa Pola, “que nos trataba a los de Murcia casi como si fuéramos los hijos que no tuvo”, pagó al club grana por el traspaso algo más de tres millones de pesetas de 1969.

Como consecuencia de esa competencia en la portería, en la temporada 1971-72, Borja -como se le empezó a llamar en el Madrid para no ser confundido con el defensa José Luis López Peinado– fue cedido al RCD Espanyol. Se afianzó en la meta del club catalán, que pujó por su fichaje, consiguiendo el entrenador José Emilio Santamaría hacerse con sus servicios. Allí permaneció durante siete temporadas, las dos últimas sin poder jugar por problemas físicos, hasta su retirada en la 1977-78, mermado por sendas lesiones de hombro y rodilla que le obligaron a abandonar de forma precipitada la práctica del fútbol. Borja se encontró con 30 años sin oficio ni beneficio, algo que le pudo abocar al abismo de no ser por su convicción espiritual ante la vida y que la marca de ropa deportiva Adidas se cruzara en su camino a través de un amigo. A ella dedicó profesionalmente las siguientes tres décadas de su existencia, como representante en la zona del sureste español, hasta su jubilación.

Rafael Alberti dedicó una Oda a Platko, aquel legendario portero húngaro del Barcelona que tanto le impactó cuando lo vio jugar en Santander, en la final de Copa de 1928 contra la Real Sociedad, con la cabeza vendada y seis puntos de sutura en “un partido brutal”. Yo recuerdo a José Luis Borja en una tarde dominical, de lluvia y barro en La Condomina, sentado tras su portería, bajo el paraguas, junto a mi padre, vestido de negro solemne, como Yashin o Iribar, haciendo estiradas espectaculares y recibiendo el aplauso atronador de la afición. De eso hace más de medio siglo, por lo que hablar con aquel mito de mi niñez y escucharlo relatar con modestia serena pasajes de su trayectoria deportiva, me ha devuelto el recuerdo de los días remotos y, en palabras del poeta del Puerto de Santa María, ha sido como si la estrella que se alejase volviera a tomar su primer brillo en el firmamento. 

[‘La Verdad’ de Murcia 10-8-2022]


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