Ella.
Ella era una rebelde sin causa, una luchadora incansable, una de esas que sonríe a pesar de todo y quiere volver a poner un pie en la luna. Era una de esas valientes que la sociedad tiene miedo a cruzarse, era la Juana de Arco del siglo XXI.
Ella era la que fregaba, la que barría, la que hacía la comida, la que ponía orden en la casa. Pero al mismo tiempo era la que gobernaba el país, la que dirigía la empresa, la que cerraba las ventas del trimestre, la que sacaba fuerzas para levantarse a las 7 de la mañana y preparar el bocadillo a toda la familia. Era la que amaba su trabajo, la que dibuja las comillas más bonitas jamás vistas en un rostro, sus queridas comisuras.
Ella no era la que cumplía con un prototipo estándar que según muchas personas tenían que cumplir las mujeres. Era la que se negaba a vivir subida a unos tacones, a salir a la calle maquillada, a hacer lo que la sociedad esperaba de ella.
Ella era mucho más que un cuerpo bonito, una cara delicada, unos labios finos y una sonrisa tímida. Ella era la que se negaba a ser la mujer de la frase de “Detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer”, le gustaba ser la que se ponía a su lado, o mejor todavía, la que andaba sola, la femme fatal que más ansiaba comerse el mundo.
Ella era la que abría la puerta y dejaba pasar a los hombres, la que ayudaba a sentarse a los señores en las sillas cuando tenía una cena de negocios y la que que pretendía ser la esencia del desorden en frases como aquella que dice “Quédate con quien te alegre las días y te desordene las noches”.
Ella era la que luchaba contra la fuerza de la naturaleza, la que se sentaba en la Puerta del sol a la luz de la luna a acampar con “aquellas feminazis extremistas” que reivindicaban la loca idea de leyes contra la violencia de genero, la que batallaba por una igualdad real y por ser la protagonista de eslóganes de campañas publicitarias, que al fin y al cabo eran solo eso, campañas.
Y es que todos tenemos a esa mujer en la vida a la que seguir. Esa abuela que enseña a esa mujer que después se convierte en madre, y esa madre que después enseña a otra mujer que se convierte en hija y hermana al mismo tiempo. Esa mujer por la que pararías el mundo, bajarías la luna o conquistarías una nueva galaxia, si hiciese falta. Esas atrevidas que consiguen sacarte la mejor de tus sonrisas, la causa de levantarte después de todas las piedras del camino. Las que no tienen nada que ver con la definición de “sexo débil”.
Porqué sí, porqué ella es la mujer de este siglo. La mujer que que se quiere viva entre las calles de una gran ciudad, la que triunfa, la que sonría, la que brilla, la que vive.
Por toda y cada una de ellas, feliz día de la mujer trabajadora
Vicent Bañuls