He oído muchas veces que la homofobia nace de impulsos homosexuales reprimidos; es posible que esto sea verdad en ciertos casos, incluso es el tema de varias películas, pero me parece erróneo generalizar la idea de que odiamos conscientemente lo que deseamos en el inconsciente. Este concepto nació con el psicoanálisis freudiano. La paranoia, para Freud, era una huida de impulsos homosexuales reprimidos. Hoy se sabe que eso es un grave error. Si fuera cierto, ningún griego ni ningún romano, especialmente los emperadores, habría sido paranoicos y el caso es que sí hubo muchos con delirios de persecución. Para Freud se convirtió en una fórmula mágica diagnosticar que si tenemos mucha aversión por algo es porque lo deseamos inconscientemente. Llegó al extremo de decir que nos dan asco los excrementos porque de niños nos encantaba jugar con ellos y que el artista plástico sublimaba, en sus pinturas, esculturas o cerámica y orfebrería, sus impulsos excrementicios reprimidos durante su niñez, en su etapa anal-sádica. Eso obviamente es un absurdo, no existe ningún animal con atracción hacia sus excrementos y no hay razón para suponerla en el ser humano.
Si generalizamos la fórmula caemos en errores. Por ejemplo, existe la xenofobia, el racismo y el antisemitismo, pero no es posible que se trate de deseos reprimidos de ser extranjero, pertenecer a otra etnia o ser judío. Me parece más acertado un análisis que leí en un libro de sociología hace muchos años. No recuerdo el título ni el nombre del autor, pero este observaba que las cosas no se odian mientras ocupan el lugar que les corresponde según nuestra tabla de valores o estatus social. Los blancos estadounidenses tenían una tabla de valores con respecto a los negros, creían que su lugar era ocuparse de oficios inferiores. Mientras estuvieran en esos cargos eran simpáticos, amables y no despertaban odios. En cambio, cuando superaban a los blancos en éxito, ocupaban puestos de mando e incluso atraían a las mujeres blancas más hermosas, despertaban el odio racial. El tema se repetía con judíos, latinoamericanos, etc. Igual pasa respecto de las mujeres. La misoginia aparece cuando son nuestras jefas en los trabajos o nos superan en concursos literarios, ganan más que nosotros, son tan libres sexualmente como cualquier varón o pretenden ocupar cargos elevados en las iglesias, predicar, etc. (allí los fundamentalistas recuerdan las palabras de Pablo de Tarso sobre el lugar que deben ocupar las féminas). Es el mismo esquema siempre: el grupo social dominante ocupa cierto estatus y cuenta con privilegios. Mientras ese estatus no se vea amenazado por nadie, no hay odio. Al homosexual se le ha constreñido a lo oculto, a no manifestarse. Al hacerlo, rompe un tabú que amenaza lo establecido, de allí la homofobia.