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Odio la Navidad.

Publicado el 14 diciembre 2013 por Bypils @bypils

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Odio la Navidad.

Cuando lo digo, la gente me mira con cara rara. ¿Cómo no puede gustarte la Navidad, hombre? Es un tiempo de amor y de paz, de regalos, comilonas, encuentros familiares… Y ya pueden venderme la idea más romántica y preciosa de la Navidad que a mí, no me afecta. Sigue sin gustarme.

La odio. Profundamente.

Lo del amor y la paz me produce escalofríos. Es como si el ser humano estuviera programado para amar y estar en paz y armonía esos días del año. Específicamente esos. El resto del año tiene como una especie de carta blanca para ser anodino (ni bueno, ni malo) o un verdadero hijo de puta. Perdonad que sea tan grosero pero no sé cómo expresalo con la contundencia que requiere.

 Cuando estoy concentrado poniendo las luces, suelo crear historias de ciencia ficción que me ayuden a superar el frío y el tedio. Siempre me imagino que los extraterrestres que nos controlan (eso ya os lo explicaré otro día), nos han insertado una especie de temporizador con una serie de botoncitos. Se divierten jugando con nosotros y, en Navidad, nos colocan en el mode Xmas, para que se activen esas características navideñas del amor y la solidaridad.

El que me decía eso de la paz y el amor tiene a su madre internada en una residencia de ancianos a la que no va nunca. Eso sí, en Navidad come con ella.

Yo soy un tipo normal. Amo cada día del año a mi esposa y mi hijo y soy un ser pacífico.

Y…odio la Navidad.

Lo de los regalos me supera. La mayoría de veces son intercambio de obsequios medidos por su valor económico: Yo te regalo tu perfume favorito que me cuesta 60 euros y espero que tú te gastes lo mismo en el mío. La gente acude en manada a los centros comerciales y compra sin ilusión.Son pocos los que invierten su tiempo en regalar de verdad. Se limitan a fijar el dispendio y obvian todo lo que tiene de ritual : pensar en el destinatario, en sus gustos. Buscar lo que crees mejor, encontrarlo y hacer que te lo envuelvan con cariño ( el último regalo que me hizo mi cuñada tenía como envoltorio una bolsa del Carrefour … y eran unos calcetines negros y una bufanda de rayas horrorosa. Yo nunca llevo bufanda.). Es por eso que los días posteriores a las fiestas navideñas, las tiendas saben que tendrán un aluvión de devoluciones. Todo es consecuencia del no querer regalar y , por lo tanto, regalar mal

No puedo evitar en pensar en todo esa superficialidad cuando el camión recorre las calles y, de madrugada, veo todas esas cajas y bolsas amontonándose en los containers de basura la ciudad. Eso sí, papel con papel, plástico con plástico…

A mí, las Navidades, lo que hacen es robarme el tiempo que le regalo, cada día, a mi hijo. Me hacen ir a controlar que todo está en orden y no puedo cumplir mi horario habitual.

 Mi hijo es un precioso niño, gordito y sonrosado que viene de tierras heladas. Hasta los seis años vivió en un centro de adopción y, durante todo ese tiempo, no recibió muestras de afecto ni pudo jugar. Mi hijo no había jugado jamás. Así que, desde que vive en nuestro hogar que ahora es el suyo, le dedicó un tiempo sagrado por la tarde, antes de bañarlo y acostarlo, para jugar a aquello que más le apetezca. No le interesan los juguetes, lo que le gusta es fabricar castillos con cajas de zapatos e imaginar aventuras con los desgastados muñecos de plástico que le regalamos en su primer cumpleaños con nosotros y de los que no se ha desprendido en estos tres de convivencia. Así que lo único que me trae la maldita Navidad es alterar mi ritual sagrado del juego. Mi regalo diario a mi hijo.

¿Cómo no voy a odiar la Navidad?

Por si fuera poco, eso de los encuentros familiares y las comilonas es algo que ya sufro con regularidad en casi todos los momentos del año. Hay festejos para los cumpleaños, los bautizos, las bodas, un par de domingos al mes, en agosto cuando vamos al pueblo y al apartamento de la playa… Lo que me gustaría es que hubiera menos pero es imposible convencer a mi mujer…ni a mi madre, ni a mi cuñado que ya me está enviando mensajes para saber qué vamos a hacer para Fin de Año…En Navidad, la sociabilidad de nuestras familias se multiplica por mil y se convierte en una cadena de eventos alrededor de una mesa que casi se parece a La Grande Bouffe.

Sólo pensar en ello, me dan náuseas y tengo que tener cuidado con eso . Me paso todo el día arriba y abajo con el elevador…

Odio la Navidad.

Y aún más desde el apagón del 2018. Demasiadas Cumbres Internacionales sobre el cambio climático y poco trabajo efectivo para corregir nuestros excesos. Tras la crisis mundial que se inició en el 2009, llegaron los tiempos difíciles. Cuando en el 2016 por fin se vio la luz, se inició una etapa de nueva euforia consumista. Al mismo tiempo, el invierno empezó a ser más extremo y lo mismo pasó con el verano.

En Diciembre del 2018, todas las ciudades del mundo se engalanaron con millones de luces navideñas. Aunque eran portentos del bajo consumo, la tierra superpoblada, se llenó de bombillas de colores que anunciaban la alegría de los buenos tiempos que se avecinaban. Las temperaturas bajo cero hicieron que la población mundial pusiera en marcha sus aparatos de calefacción mientras la otra mitad de ese mundo, sofocado por el calor tropical, hacía lo propio con los de aire acondicionado.

No se sabe por qué, todo ocurrió en el mismo segundo pero lo único que se recuerda es aquel gran puuuufffffff y, después, la oscuridad total.

La tierra se apagó completamente. Era la Navidad del 2018.

A partir de ese momento, mi trabajo en el Departamento de Mantenimiento del Ayuntamiento de Barcelona, sufrió un cambio radical durante la Navidad. Las ciudades tuvieron que racionar el consumo de luz y, a la vez, requerían de iluminación navideña que motivara a los ciudadanos a salir a la calle, a saludarnos y a animarse. Eso de vivir en la penumbra, nos convirtió en seres malhumorados y ariscos…

Si antes me ocupaba de colocar los sesenta kilómetros de iluminación navideña en las 305 calles escogidas por el alcalde y, tras ese faenón, dejar que el susodicho apretara el botón del encendido ahora… Ahora, debíamos acudir diariamente a las 305 calles y encender los sesenta kilómetros de velas que iluminaban la ciudad. Eran velas especiales que duraban todo el mes y que debíamos encender y apagar en ciclos de veinticuatro horas.

Vuelta a las velas. Vuelta al encendido y apagado manual.

Odio la Navidad.

Y odio tener que irme a las 24:00 p.m. en el camión del Ayuntamiento para recorrer Barcelona, soplando las velas. Una a una.

Yo soy el tipo que las enciende y las apaga cada día. 

¿Lo entiendes? ¿Entiendes por qué odio la Navidad?

 

Making Of : Este texto de ficción lo colgué en el 2010 y me inspiraron tres cosas distintas : 1) la de gente que odia la Navidad, 2) la noticia del encendido del alumbrado navideño en Barcelona y 3) las noticias sobre el cambio climático que llegaban de La Cumbre Internacional sobre el Cambio Climático en Cancún. 

Curiosamente, cada año por estas fechas, esta es la entrada que recibe más visitas…

 


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