Esperanza Aguirre, presidenta de los 6,5 millones de habitantes de la Comunidad madrileña, nos descompone física y moralmente, y nos provoca un odio incontrolable que se detecta en los comentarios a la gran cantidad de noticias que genera.
Son críticas arrebatadas publicadas en los medios progresistas. La insultamos, la maldecimos, pero pocas veces describimos el origen profundo de ese odio.
Sépalo usted: es la envidia que genera la lucha de clases. No se trata de si hace bien o mal su trabajo, sino de condenarla porque vienen de ella y de su origen.
Como ha estudiado en buenos colegios, habla idiomas, y ganó oposiciones, siempre tendrá salidas, aunque pierda las elecciones, pero muchos de nosotros carecemos de sus oportunidades porque no venimos de familia rica.
Con gente así, y sin una revolución contra los privilegios de clase, ¿de qué viviremos los que no estudiamos, aunque no fuéramos de cuna humilde, porque nos dedicamos exclusivamente a la política, si perdemos cualquier elección?
Aguirre viene ahora con la idea de reducir a la mitad los 129 diputados autonómicos y anuncia que no le dará un céntimo más este año ni a partidos, ni sindicatos, y esto es golpe de Estado para que no existamos.
Abusa de que el PP tiene mayoría, y a nosotros nos quita el escaño, el coche oficial, y nos mandan al paro.
Dice que la sanidad madrileña no le cambiará el sexo gratis a quienes no hayan vivido en Madrid durante dos años: eso es xenofobia y un ataque a los derechos humanos, muestra de clasismo que nos podría exigir una revolución violenta, como la francesa o la soviética.
Aguirre crea tasas o las sube para casi ochenta servicios, peajes en autovías y matrículas universitarias, y lo peor es que los madrileños esquilmados así volverán a darle mayoría absoluta si se presenta nuevamente: es insoportable.
Aguirre es un virus clasista-aristocrático que esparce la ultraderecha por España despreciando a los humildes, ¿cómo no vamos a odiarla y llamar a la insumisión?
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SALAS