Revista Cine
Director: Terence Davies
Y llegamos a la tercera película que tuve que ver para la puta universidad. Entre ésta o "Carla's song", no sé cuál es peor, aunque ahora que lo pienso mejor, es aconsejable no darle tantas vueltas al asunto: pensar en semejantes basuras de películas podría provocarme alguna enfermedad, netamente mental o quizás hasta fisiológica. Mejor me voy con cuidado. Lo cierto es que, ya sin querer comparar malas películas, la de hoy ganaría el premio a la más pedante y por lo mismo más insufrible de lo que va de siglo. Menos mal que este remedo de reflexión a lo Chris Marker -un genio absoluto- sólo dura 70 minutos, pues habría sido el maldito acabose tener que soportar otros 30 más. Gracias al amor de todo lo que es bueno por ello. Ahora, a desquitarme. Pero antes, una rectificación: a pesar de haberme hecho ver estas tres películas y desviarme de mi agenda, no puedo tenerle mala a mi profesora, tan simpática y adorable que es: queda perdonada.
Una oda a Liverpool, la única manera de describir lo que es este documental, aunque para ser más exactos, es un ensayo fílmico -que tanto me gusta que se hagan, pero que pocos realmente lo hacen como debe ser: universal y honesto, no como la cinta de hoy, pedante, egocéntrica y pretenciosa-. El propio director narra sus reflexiones sobre su ciudad y la influencia de ésta en su vida -y todo lo que conlleva: amistades, amores, edificios, escondites, y elementos propios de la idiosincrasia inglesa general-. Una oda a Liverpool, sin más.
Me voy a tomar la libertad de escribir los delirios que se han apoderado de mi mente estos últimos días, después de todo, si Terence Davies puede caer presa de sus insufribles reflexiones, ¿por qué yo no podría desvariar durante un párrafo?
Ya decía anteriormente que parece que este Septiembre está siendo de locos, o quizás esté siendo el preludio a una montaña de locura que no podremos controlar. Para empezar, sigue lloviendo intensamente y el sol apenas se ha asomado, y estos primeros días del mes parecen ser incluso más helados que la parte más intensa del invierno que está llegando a su inminente fin... Lo cierto es que cada mañana una lluvia me ha despertado -contrariamente al año pasado, cuando unos cálidos rayos solares me molestaban y finalmente despertaban; definitivamente, prefiero el sonido de la lluvia como despertador: me produce sosiego-, y creo que ahora mismo está comenzado a granizar -¿cuándo fue la última vez que granizó en Santiago?-.
Y utilizando el mismo enlace entre locura climática y locura humana que usé la otra vez, relacionado al famoso The Fappening -sigo sin ver el material; ahora aseguran que las fotos tienen virus y demás cosas-, ha ocurrido algo no tan interesante que, gracias al sensacionalismo periodístico, lo hacía parecer como la cosa más impensada del universo, nada más lean el titular de la noticia en cuestión: "Inesperado giro en el caso de las filtraciones: actrices afectadas habrían dado sus contraseñas a hacker". Wow. Sencillamente wow. ¿Qué te dice el titular? Pues que Jennifer Lawrence y otras afectadas famosas regalaron sus fotos por unos minutos de fama. Eso da a entender, no es que uno se lo haya creído de verdad, pues ya sería demasiado. Lo cierto es que luego uno lee la noticia y se da cuenta de que, efectivamente, algunas afectadas dieron sus claves, pero pensando que estaban ingresando a cuentas bancarias o cosas así, que en realidad eran páginas falsas del hacker, típico truco que sigue cosechando víctimas a pesar de su obviedad. Después de aclarado el titular, es completamente entendible que hayan "entregado" sus contraseñas, pero el titular es sencillamente manipulador y alejado de la verdad; la gracia está en atraer a los lectores mediante mentiras. Mal, mal, mal, señoras y señores, muy, muy mal. Y yo acá sin trabajo. Apuesto a que sería capaz de escribir mejores noticias que esas, con tal de ganar un par de monedas...
Y finalmente, se murió Gustavo Cerati y también Joan Rivers, el mismo día y quizás al mismo tiempo -pura especulación mía-. En facebook estaban, por un lado, los afectados por la muerte de la animadora y crítica de moda, y por el otro, los afectados por la muerte del músico argentino. No hubo enfrentamientos de quién sufre más y lleva el mayor duelo, lo cual me sorprendió.
Y llevamos tan solo cinco días de septiembre; esperen al 11 -importante para Chile y para EEUU- y al 18 -importante para Chile y para Escocia-. Por cierto, ya ha dejado de granizar -lo que ustedes leen en tres/cinco minutos, yo lo escribo en quince/veinte-, aunque la lluvia persiste. Ya les informaré del estado mental de septiembre en mis próximas entradas.
Y retomando lo que es "Of time and the city", me voy a aferrar a cierta palabra que utilicé previamente en la entrada: insufrible. Antes de ésta y "Carla's song", no recuerdo cuál fue la película que me hizo desear con tantas ganas que la función se acabara ahí mismo, por el bien de mi mente y mi integridad. Claro, pueden decir que la cosa es tan simple como ponerle pausa y no ver nunca más lo que sea que estés viendo, pero tengo que decir que no me gusta hacerlo, pues es como si fallara un compromiso. Aunque no me esté gustando la película, me recrimino el no haberla terminado -hay casos peores y francamente ridículos: personas que odian una película aún sin verla ("no la he visto pero se que es mala")-.
Primero partamos con el cómo se hace este ensayo filmico, que es lo que finalmente, en conjunto con el "fondo" -si así se le puede llamar, incluso en comillas-, hace que esto sea completamente insoportable. Para empezar, el narrador -el mismo Davies- relata todo el texto como si fuera una poesía, siempre con un desagradable tono de canto forzoso, con aquella típica entonación cansina e injustificable. De seguro el sujeto vio su obra como una poesía visual de su ciudad, como una conjunción de distintos lenguajes artísticos, lo cual explicaría el vacuo barroquismo del que adolece. Segundo, constantemente hay música clásica de fondo, y no es que me moleste la música clásica, sino el cómo es utilizada: más que aprovechar la belleza de género, lo que le interesa al director es la capacidad de la melodía de aparentar sublimidad y magnificencia de la secuencia en cuestión, casi como si estuviésemos viendo algo divino, sacro -por muy contrastado que resulte el binomio imagen/sonido, lo cual puede jugar "a su favor", si es que el director se lo propuso-. El texto en sí es un exceso de palabras rimbombantes para que el director se luzca con su amplio vocabulario y su excelso conocimiento, pues además se permite citar constantemente a filósofos, escritores, sociólogos, y a quien se le venga a la cabeza. Miramos un edificio y nos saca a Freud, por ejemplo.
En el fondo, "Of time and the city" no es más que un fallido ejercicio de pedantería, excesiva y patética, maquillada por una débil capa de nostalgia y anhelos infantiles. El resultado no es más que un intelectualismo básico y vacuo, increíblemente forzado y anti-natural, anti-cine. Es de lo más deshonesto que he visto en el último tiempo. Una basura ofensiva. Y mi queja todavía no se detiene.
Lo peor es que todo ese disfraz de conocimiento intenta esconder lo somero y vacío de su discurso, obvio y sin absolutamente nada que aportar a nadie -salvo a los impresionables de siempre, o a la sociedad inglesa en general, encantados de manera obscena: mirarse al ombligo siempre es agradable, al parecer: un inglés reflexionando sobre lo genial (con bajas y caídas y todo) de ser inglés, en una ciudad inglesa emblemática. No es de extrañar que haya ganado numerosos premios por "su valor patrimonial"-.
Entre los distintos tópicos que Davies manosea se encuentra la realeza, claramente no bien vista, así como la religiosidad y las instituciones "divinas", la crítica a la arquitectura destinada a la clase media, la grandeza de los pobres que salen adelante, la superficialidad de los jóvenes de hoy, el oscuro futuro que le espera a la ciudad si se deja llevar por los placeres mundanos, etc. Todo lo que se ha dicho una y otra vez -por los más respetados sociólogos o por los más vulgares borrachos de una cantina de mala muerte- está en este ensayo fílmico, que por más que trate o parta de la infancia y vida del director, no tiene ni una pizca de identidad: plano, insípido y, por qué no, populista. Para más remate, en ocasiones no se entendía realmente lo que el director quería decir, pues si a veces lo dominante era la ácida ironía -con la iglesia y la realeza, ¡oh, que sorpresa!-, a veces se hacía notar el orgullo y la nostalgia, lo que finalmente se mezclaba y uno terminaba confundido ("¿Este sujeto se está burlando o emocionando?"). Probablemente Davies comenzó a delirar y delirar, lanzar chorrada tras chorrada sin ton ni son, únicamente guiado por la "pasión" -capaz de resucitar a alguien, así de emocionante- con la que expresaba sus vagas ideas y opiniones.
Lo único que podría salvar es un par de imágenes y videos -por lo demás, de archivo: para elevar la nostalgia al cuadrado- que resultaban simpáticos, como el de la niña que juega con sus hermanos en un estéril y gris parque, o los lindos perros que de vez en cuando aparecían. Todo lo demás se puede ir a la basura. Davies hace una mierda de ensayo fílmico, sin identidad ni sentido ni sustancia, sólo balbuceos locos y clichés de un viejo con aires de grandeza, lo cual explica también la cansina, excesiva y gratuita sublimidad con que monta, tan artificial como infructuosa. Un discurso planito el de Davies... Y francamente, ¿a quién le importa su opinión? Cómo ganó tantos premios, no lo sé; en este mundo suceden cosas inexplicables e irrisorias. Por cierto, lo que Davies opine me tiene sin cuidado.
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