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Una mañana de domingo tranquila, en calma, con una taza de té humeante a mi derecha y el cuerpo todavía blandito del abrazo de las sábanas. Es el momento perfecto para conversar un rato, el momento idóneo para una pequeña confesión. Si os acercáis un poquito más, os lo cuento.
Y es que creo que ha llegado el momento de abriros un poquito mi corazón, y compartir con vosotras un arma secreta, un refugio, un paraíso personal en el que me asilo cuando la vida se pone lluviosa y cuesta arriba: el cine.
Desde pequeña, siempre me gustó esa sensación de refugiarte en una sala de cine, traspasar las dimensiones del mundo real y dejarte llevar, en brazos de una cómoda butaca, a un mundo donde el cielo es el límite, donde las fronteras infinitas de la imaginación parecen estirarse y donde el tiempo se estanca en una burbuja perfecta de silencio y felicidad.
Ahora que soy mayor, a menudo me cuesta sacudirme de encima los problemas, parece que se me quedaran enredados en el pelo, o que formaran parte del relleno de la almohada. Cuando estos demonios persisten, me acojo a sagrado, me compro una entrada de cine y durante 120 minutos, no pienso en nada.
Por suerte, en mi barrio hay uno de esos pocos cines de ciudad que aún resisten la embestida de los grandes centros comerciales, los Mc Autos y la vorágine del American Way Of Life. No es un cine con encanto, pues es bastante nuevo, tampoco es grande, ni lujoso, ni está de moda, pero lo que yo necesito, lo tiene de sobra: la sesión de las cinco de los martes es toda para mi.
Por eso, ahora que estoy atravesando un momento incierto y estresante de mi vida, busco cualquier excusa para para acomodarme en mi "lugar especial" y hallar solaz en un cucurucho de palomitas más grande que mi cabeza. Sin embargo, incluso a una amante del cine como yo, alguien con estómago suficiente para ver "Las Colinas tienen Ojos" más de una vez, me está costando encontrar excusas para ir al cine últimamente.
Y es que entre tanta comedia romántica, pseudo-cine de autor y drama de barrio me cuesta encontrar mi norte y detectar algo que me resulte medianamente digerible. No es que no se hagan filmes buenos, ni mucho menos, sino que echo en falta la típica peli malilla llena de acción y explosiones donde sabes que todo va a acabar bien y que John McClane va a salvar el día.
Parafraseando al gran Phillip J. Fry: ¿¿¿un vampiro, un robot y una explosión?? ¡¡¡Es mi peli favorita!!!
Imagen de www.oblivion.es
Por eso, en cuanto vi el cartel de Oblivion supe que ese martes tenía plan.Por supuesto, una vez visto el anuncio, el argumento fue bien fácil de adivinar, sin sorpresas ni originalidades. Además, la conjunción Tom Cruise-Morgan Freeman ya preludiaba una americanada de tomo y lomo, como era de esperar.
Sin embargo, americanos, guiones flojos y sobregesticulaciones aparte, la peli mereció la pena. En primer lugar, es una peli de ciencia-ficción, y no se hacen tantas hoy en día como para que podamos permitirnos el lujo de ponernos sibaritas. En segundo lugar, aunque el argumento es lineal y un tanto predecible, no por eso está mal hilado ni carece de interés. Es más, el tema de mis premoniciones argumentales se basa en miles de horas de visionado de filmes de ciencia ficción alternativos, por lo que todos aquellos que no hayan visto Moon aún son susceptibles de disfrutar con Oblivion.
En tercer lugar, hay que destacar la calidad de la dirección artística y el interés de esos paisajes de la Tierra yerma que aparecen en la película, así como el diseño de la arquitectura futurista, la tecnología y el vestuario, que se encuentran a caballo entre Tron y Mass Effect.
¿Reconocemos a alguien? Imagen de www.flicksandbits.com
Y por último, y principio, porque una película que se titule Oblivion ya está diciendo algo bueno de sí misma. No es porque sea el título de una de las entregas de The Elder Scrolls (que también), pero si hay una palabra en lengua inglesa que me fascina es esta, Oblivion, el Olvido, con mayúsculas.Ya sé que para muchos esto puede no ser suficiente pero, ¿qué más puede pedir alguien que en una mañana de domingo recuerda una lejana tarde de martes?