Revista Comunicación
CUATRO DÍAS DESPUÉS de su metedura de pata, el "ofuscado" consejero de Transportes de la Comunidad de Madrid, José Ignacio Echeverría, aún no ha tenido a bien pronunciar una palabra de disculpa. Ni se ha disculpado, ni ha rectificado. Debe pensar que el tiempo, también en política, lo cura todo y que su polémica afirmación negando la existencia del Metrobús caerá en el olvido. Mal que le pese, pasará mucho tiempo antes de que podamos olvidar su alarmante desliz, así como el tono empleado.
Todo el mundo puede meter la pata y tener un mal día. Nadie está libre de equivocarse, incluso gravemente, cuando se expone públicamente y tiene tantos focos delante, pero lo que no es admisible, ni desde el punto de vista político ni humano, es persistir en el error como si nada hubiera ocurrido. Rectificar de aquella manera, como de tapadillo, es decir, a través de un portavoz, y no tener el valor de admitirlo públicamente dice bien poco de un cargo público.
Claro, que puestos a exprimir el tema podríamos llegar a la conclusión de que Echeverría ni se equivocó ni tampoco mintió al negar la existencia del Metrobús. Algo de razón no le falta. El precio del bono de 10 viajes para el Metro o el autobús ha subido casi un 80% desde que nos gobierna doña Esperanza Aguirre, hasta situarse en los 9,30 euros actuales. Dicho de otra forma, apenas hay diferencia entre adquirir uno de estos bonos o comprar 10 billetes sencillos, a 1 euro cada uno, ya que la diferencia es de tan sólo 70 céntimos.
Todavía hoy no sé con qué versión quedarme de lo ocurrido, porque tan malo es el desconocimiento como la incompetencia, aspectos ambos impropios en una persona que ocupa ese cargo. Si "se debió ofuscar", como sostiene Aguirre, la misma presidenta madrileña puede desofuscarlo.