Revista Opinión
Me cuesta creer que el hijo de un dios naciera de una mujer virgen que luego ascendió a los cielos, pero me gusta este niño de Belén, recién nacido.
Le tengo cariño a esa familia pobre y perseguida y sigo mirando con ojos infantiles a los magos que llegaron de Oriente siguiendo una estrella para dejar en el pesebre oro, incienso y mirra.
Dice Juan Manuel de Prada que las tradiciones, al crear lazos entre los hombres, forman pueblos fuertes e inexpugnables al saqueo material y moral. Y acusa al podemismo municipal gobernante de querer arrasar nuestras tradiciones para convertirnos en masa cretinizada, en rebaño, en piara. Y de hacerlo, no por decreto, sino subrepticiamente, mediante sucedáneos paródicos y caricaturas grotescas. Y ahí es donde entra lo de la reina maga.
Pasando por alto el habitual tono apocalíptico de monseñor de Prada es imposible negar que algo de eso hay. De ingeniería social, quiero decir, de transformación forzada, de que a España, pasados los años, no la conozca ni la madre que la parió, aunque me parece miope y sectario culpar en exclusiva a una organización tan reciente como Podemos de un fenómeno –el de la secularización de España- que viene de lejos y que tiene más que ver con el capitalismo y el culto al dinero que con Ahora Madrid o Barcelona en comú. Es cierto que Manuela Carmena, desde que se hizo con la alcaldía, hace seis meses, ha tenido más de una ocurrencia que ha dejado perplejos a los madrileños, la última de las cuales ha sido la de incluir en la cabalgata de este año una reina maga que –se ha apresurado a aclarar la regidora- no será Baltasara: la alcaldesa que pidió a las madres ayudar a limpiar el colegio de sus hijos –los padres, como se sabe, están para llevar el dinero a casa- habrá pensado que el pobre Baltasar bastante tiene con ser negro como para convertirlo además… ¡en mujer!
Ada Colau, el estandarte catalán del poder morado, no ha querido ser menos ocurrente y ha invitado a los barceloneses y barcelonesas a poner en valor los valores que nos unen a todos, celebrando el solsticio de invierno, la vuelta a la luz y el final de la oscuridad. Al margen de la patada al idioma, parece como si el anterior alcalde hubiera dejado de pagar los recibos de Endesa.
Pero no crean que el de las navidades alternativas es un fenómeno exclusivamente español. En Italia, la izquierda a la que se le cayó el Muro encima ha encontrado en el animalismo un nuevo horizonte vital y los alcaldes neocomunistas y del M5S de algunas de las principales ciudades del país se han apresurado a prohibir -esa cosa tan de izquierdas- los castillos de fuegos artificiales y espectáculos pirotécnicos de Nochevieja “para que se festeje de una forma más segura y respetuosa para los hombres y los animales”.
La medida ha sido acogida con entusiasmo por buena parte de la población, –no sólo España se ha vuelto gilipollas- que secunda las propuestas del ambientalista Emilio Salemme quien, desde hace tiempo, batalla contra los castillos del 31 de diciembre, recordando que “miles de perros, gatos, conejos y pájaros escapan aterrorizados o mueren de miedo todos los años” durante la celebración de capodanno.
El alcalde de Pescara, siguiendo los consejos de la concejal de Tutela Animal –sí, amigos, existe una concejalía de Tutela Animal- ha propuesto una alternativa: “sustituir los petardos por poéticas y pacíficas linternas a las que confiar nuestros deseos para el año que comienza; así la ciudad será verdaderamente cercana a todos, incluidos los animales de compañía, que a causa de las detonaciones sufren verdaderos traumas”.
Al alcalde de Pescara le mataron el padre los terroristas de Prima Linea en los años setenta, lo que hace aún menos comprensible su distorsión perceptiva sobre lo que es un verdadero trauma.
¡Este niño es un petardista!, se quejaba el vecino de los Alonso en La gran familia, ese clásico navideño del desarrollismo.
Aquellas navidades de petardos, familias numerosas y frío aterrador ya no volverán, y nadie va a echar de menos esa España carpetovetónica, pero yo me resisto a felicitar el solsticio de invierno, con su sorteo de La Gorda, sus reinas magas, su niña Jesusa, sus progenitores A y B, sus pastores animalistas y sus caganers de la CUP.
Llámenme antiguo, pero a mí en Navidad lo que me gusta es escuchar a las familias gitanas que se reúnen junto al fuego, entre zambombas y guitarras, para cantarle villancicos de gloria al niño Manuel.