Escrito por Diego Arévalo
Borges también los admiraba. Más que nosotros, incluso. Cuando el irrefutable calendario advertía un 24 de agosto, el maestro argentino no celebraba su cumpleaños cantando un irritante Cumpleaños Feliz; lo hacía con la siniestra ópera rock The Wall. Luego, soplaba las velas. Saltando a otro disco y citando un tema que fue esencial obsesión tanto para el escritor como para la banda británica –Time–, no es difícil imaginar a un Borges emocionado con eso de hanging on in quiet desperation is the English way.
The time is gone, the song is over, thought I'd something more to say
Igual todos tenemos algo que decir acerca de Pink Floyd. Por mi parte, ya había comenzado a escuchar atento y emocionado las posibilidades literarias y poéticas del rocanrol, pero descubrir esta banda fue un acontecimiento violento. Como si te arrojaran una piedra al cráneo. Fue tan radical que, la primera vez que escuché el Dark Side, lo rechacé de golpe. "Quién hace tanta bulla", pensé. La pluralidad de sonidos yuxtapuestos rematados por los desgarradores gritos al inicio del disco me terminaron por sacar de quicio y lo apagué ahí mismo. La mente se había espantado por lo nuevo y desconocido.
Superado rápidamente el comprensible rechazo, entré de lleno a la perplejidad. ¿Qué clase de milagro musical se había instalado en nuestro presente? Balbucear los éxtasis es inútil; eso ya es problema de cada quien. Pero sí que me iluminó en muchos sentidos. Demasiados. El filosófico sobre todo. Por ahora solo puedo decir que nuevas formas del espíritu humano detonaron nuestros oídos, incendiaron nuestras mentes y se instalaron para siempre en nuestros corazones.
Generaciones mayores que los vivieron en tiempo real, adultos nostálgicos que crecieron con ellos y los supieron ídolos, jóvenes mileniales amantes de smartphones y Spotify, niños curiosos que todavía ignoran esta masacre... ¿nos veremos las caras en el lado oscuro de la luna? Se sabe que el espectáculo es una experiencia estética de primer orden. Este 17 de noviembre, el Estadio Nacional será un lugar seguro donde podremos enterrar nuestro, bien amado, hueso. Al fin y al cabo, cualquier tonto sabe que un perro necesita un hogar: un refugio contra los cerdos al vuelo.