Planteamiento:
Me sumo gozoso a la celebración del centenario de Oiza (1918-2000), arquitecto admirable por muchos motivos, y al que cada día voy descubriendo más y con más gozo.
Pero hoy aquí quiero hablar de su faceta como profesor y de cómo podía verlo y apreciarlo un alumno cualquiera, un alumno "del montón". Quiero escribir desde la perspectiva de ese alumno, que creo que no es tan lisonjera.
(Estoy seguro de que muchos dirán que fueron alumnos de Oiza, que lo celebran cada día y que no conocieron, ni siquiera conciben, a un profesor mejor. También lo entiendo perfectamente).
Empiezo diciendo que la carrera de arquitectura no es que sea para superdotados, ni muchísimo menos (la prueba es que hasta yo la superé), pero sí exige mucha dedicación y da mucha guerra. Es una carrera muy agobiante.
Cuando era alumno estaba enfrascado en mis estudios, loco por ir tachando una y otra asignatura, y otra, y otra más, e írmelas quitando de encima cuanto antes para acabar la carrera de una puñetera vez. (Supongo que me entendéis perfectamente). Hubo un largo tramo en mis estudios durante el cual me podrían haber dicho que Frank Lloyd Wright y Le Corbusier venían por la tarde a la escuela a pelearse en el barro ante el campo de rugby y yo me habría ido a casa a preparar una práctica de instalaciones que tenía para el día siguiente.
Con estas urgencias y esta saturación de tareas dejé pasar extraordinarias oportunidades de las que ahora me arrepiento mucho, pero cada día tiene su afán, y el mío en aquellos era ir aprobando las asignaturas.
Por ese motivo no disfruté de Oiza todo lo que podría haber disfrutado.
Nudo:
Desde ese punto de vista, mezquino y miserable, sí, lo único que le podíamos pedir a un profesor es que fuera clarito y previsible, y Oiza no lo era en absoluto. Nunca sabías qué le iba a gustar, y hacías los proyectos sin saber si los iba a juzgar como creaciones geniales del intelecto o como despreciables mierdas. Comprenderéis que esa incertidumbre era molesta.
Yo tuve la suerte de no tenerlo como profesor, y de ir a escucharlo (ya digo que no demasiadas veces) por placer. Y lo era. Era delicioso, siempre y cuando no dependieras de su voluble criterio para aprobar.
(Diré en su favor que, dentro de esa imprevisibilidad, tendía a la benevolencia, y que vi más chispazos suyos incomprensibles para ponderar muy favorablemente una cosa mediocre a nuestro juicio que para hundir un proyecto que nos pareciera bueno. Aunque se daban las dos cosas, con gran consternación de todos).
Oiza veía cosas que solo las veía él, y seguir sus enseñanzas era muy arduo.
Por ejemplo, en un examen final de proyectos puso como ejercicio hacer una puerta de entrada a Madrid por el norte, al eje de la Castellana. Tenía que tener un alto contenido simbólico. El concepto de puerta. Las cosas de Oiza.
La asignatura de proyectos era de las de cursar, de las de trabajar día a día, enseñar croquis, corregirlos y entregar cada ejercicio completo y en su plazo. No se aprobaba en un examen final. Es más: Presentarse a un examen final era casi insultar a los profesores, decir que no los necesitabas y que chulamente les restregabas por la cara tu proyecto. Vamos, que en un examen final de proyectos no solía aprobar nadie.
En ese examen se presentaron algunas puertas extraordinarias. Muchas basadas en el neoplasticismo, otras en el constructivismo soviético, que daba mucho juego para estas cosas, otras a base de filigranas de ladrillería... Una locura. Había perspectivas cónicas, axonométricas, láminas coloreadas con acuarela o con aerógrafo, plantas con sombras arrojadas, trabajadísimas secciones...
Oiza y su cohorte de profesores paseaban de tablero en tablero sin decir nada, haciendo "bah" o "psh" (lo que quería decir que todos estaban suspensos: Lo normal, como ya he dicho).
De pronto el jefe se paró ante la puerta más sencilla que se pueda concebir: Un arco que en alzado era una semicircunferencia y en planta un segmento rectilíneo:
Esto lo he dibujado de memoria, pero os aseguro que era así.
(Más o menos).
Lo señaló con el dedo:
-¡Eso! ¡Eso! ¡Esoesunapuerta! ¡Esoesjustoloquesehapedido! ¡Estealumnosísabeloqueeslaarqui-tectectrpjsfctt! ¡Notable!
Y el alumno se llevó un notable.
Todos los demás suspensos. Habían trabajado mucho, pero -también es verdad- si eran de los de trabajar mucho deberían haber seguido el curso. Si vienes a un examen final tienes que ser un caradura chisposo y tener suerte.
Ah, pero que nadie se molestara en tomar nota para hacer algo similar en la siguiente convocatoria: Oiza seguramente montaría en cólera ante semejante mamarrachada.
Otra cosa: Aquí tenemos un vídeo de Oiza en acción:
Se atropella tanto que me cuesta entender algunas cosas, pero sí entiendo claramente esto:
-Esos mecanismos burocráticos en virtud de los cuales entre los sobresalientes y los notables vamos a elegir a los mejores... Los mejores puede que salgan entre los suspensos. Nosotros hemos dado en la escuela de suspenso a matrícula.
Pues qué bien. ¿Y eso qué quiere decir?, ¿que a lo mejor estoy suspendido y soy de los mejores? No me fastidie y apruébeme, hombre, que ni quiero ser de los mejores ni quiero estar suspenso a mucha honra ni a ninguna honra. Que yo ya lo único que quiero es salir de aquí por mi propio pie y con el título por delante.
¿Qué quiere usted decir?, ¿que el sistema burocrático de la escuela es injusto? Pues usted era catedrático. Qué coño, usted era el puto director de la escuela, cojones.
Si no sabía cómo evaluar a un alumno, si pensaba que a lo mejor el suspenso era mejor que el sobresaliente debería haber dimitido de su cargo en cero coma tres segundos. Y haber mandado a la mierda a la escuela y a todo el sistema. O haber hecho algo para cambiarlo. Que era el director.
Ya está bien de esas salidas de pata de banco, de esas arbitrariedades, de esas frases ampulosas y extraordinarias que no significan nada. Hacen intuir muchas cosas, sugieren mucho, pero no enuncian nada.
Precisamente por eso, como conferenciante era siempre interesantísimo. Pero como profesor con la potestad de suspender o aprobar a los alumnos era un peligro público. Y me vais a perdonar todos, pero esto había que decirlo y nadie lo dice, así que lo digo yo, que soy un bocas y no aspiro a nada. Y se conmemora su centenario con toda justicia y merecimiento, claro que sí, pero me sorprende que estos vídeos no solo no se oculten discretamente, sino que se exhiban sin pudor.
Y que conste, repito, que en su arbitrariedad escolar solía pecar más de benevolencia que de lo contrario. Menos mal.
No era mala persona. Al contrario: Intentaba enseñar, ayudar, arrojar luz. Y la arrojaba siempre, pero, como digo, lo hacía sobre el oyente interesado en el debate y no en la mezquina necesidad de las notas, o sobre el estudiante veterano y curtido, pero al pobre alumno novato e ingenuo le sumía en el caos y en la desesperación.
Otra escena que vi fue la siguiente:
Quien había obtenido el segundo premio en el concurso del monumento a la Constitución Española en Madrid se fue a la escuela buscándolo y lo abordó delante de los alumnos. Se quejó ante él -que había sido miembro del jurado- de que el ganador había planteado su monumento en una ubicación distinta de la que establecían las bases. Por lo tanto había hecho trampa y debía ser descalificado.
(Me acordé el otro día de esta anécdota al contar la misma para el concurso del faro. Todo se repite).
Oiza se desentendió del tema hablando, hablando, hablando, gesticulando como siempre, atropellándose, diciendo un montón de cosas que no respondían a lo que el ofendido le había reclamado. (El ofendido, que no conocía a ese señor y no venía preparado para su torrente oratorio, abría la boca y los ojos desmesuradamente, sin entender nada).
Le dijo -entre la cascada de palabras gritadas y de ideas erráticas- que se alegrara por haber obtenido el segundo premio, que era un gran mérito. Y que la ubicación elegida por el ganador era mejor que la que proponían las bases.
El ofendido le contestó que esa no era la cuestión, que las bases estaban para cumplirlas, que uno no podía desmarcarse de lo solicitado mientras los demás sí lo cumplían.
Para qué seguir. Os lo podéis imaginar. El cabreado se fue no solo cabreado, sino perplejo y pasmado. Con ese señor no se podía discutir.
Desenlace:
A veces abuso de los títulos que pongo a las entradas del blog, y puede que esta sea una de ellas. Pero es que ya en su día me llamó la atención que se hubiera hecho esto precisamente con el monumento a la Constitución: La del estado de derecho y por lo tanto sujeto al imperio de la ley. La del cumplimiento de las normas y de los procedimientos. La de la igualdad de oportunidades para todos y la de todas esas ideas grandiosas sobre la justicia y los derechos inalienables de las personas y tal y tal.
(Eh, que acabo de caer en la cuenta de que a lo mejor, y precisamente por eso, sí que es un verdadero monumento a la Constitución Española).
Y de ahí he extrapolado que podríamos hacer una lectura de Oiza como arquitecto genial, como hombre nervioso, como monstruo gesticulante y vociferante, como gran intuitivo, como inteligencia aguda y despierta, como artista apasionado... y como juez inconstitucional.
Profesor o jurado de concursos, cuando uno dependía de su veredicto podía sentir la misma emoción y los mismos temblores que un ciudadano romano ante Júpiter Tonante. Y es que Júpiter Tonante tampoco era demasiado constitucional.
Antes he dicho que no fui alumno suyo. No lo fui durante la carrera. Lo fui después en un breve cursillo de doctorado. Contaba cosas sueltas, divertidas, pero no había una estructura ni una línea "argumental" pedagógica. El cursillo no iba de nada. Era una cosa muy ligera y todo el que iba más o menos regularmente a clase y presentaba un trabajillo (de un nivel bajo y fácil) al final aprobaba. No había, por tanto, esa tensión ante su arbitrariedad calificadora, así que nos lo pasamos bien.
Vamos, que Oiza era apasionado y apasionante mientras tú no te jugaras nada. Si no tenías nada que perder podías escucharlo embobado, aprender de cada una de sus palabras y aplaudir gozoso. Ahora bien: Si de sus palabras y decisiones dependía en algo tu suerte sabías que estabas jugando a la ruleta rusa.
Los chinos dicen como maldición: "Ojalá te toque vivir tiempos interesantes". Y Oiza era demasiado interesante.
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Contratesis:
Esta entrada estaba terminada justo hasta donde acabo de poner la raya. Lista para ser publicada. Pero ayer he ido con mi mujer a ver la exposición del centenario de Oiza que ha organizado el COAM.
Fantástica.
Mi mujer no es arquitecta, pero llevamos muchos años juntos y a estas alturas conoce a Oiza bastante aceptablemente. La exposición le ha gustado mucho. Pero sobre todo se ha quedado entusiasmada con el vídeo que había al final, en el que Oiza pretendía disertar sobre Le Corbusier, pero se liaba y se ponía a hablar de Charles Babbage, uno de los precursores del cálculo computacional mecánico.
Me ha dicho que qué lujo tenía que haber sido escuchar a Oiza en clase. Le he dicho que ejem, que sí, pero... Le he referido que estaba terminando de pulir esta entrada al blog... Y se la he contado.
-¡Hernández, es usted más idiota de lo que creía! -me ha dicho.
Me ha exigido leer la entrada antes de que la publicara, para intentar salvar mi imagen en lo que pudiera. Le he confesado que, precisamente a cuento de otra entrada sobre Oiza en este blog, una tuitera escribió que era el peor artículo de arquitectura que había leído en su vida.
-No me extraña -me ha dicho-. Y este lo desbancará.
Me ha contado que en Medicina de vez en cuando alguna eminencia les daba una clase magistral, y nadie pretendía que siguiera el programa ni que fuera coherente. Eso lo sabe hacer cualquier profesor asociado tresmastrés. Lo que hacía la eminencia era cargarles las pilas a los alumnos, entusiasmarlos, enardecerlos, y eso mismo era, a su juicio, lo que hacía Oiza con nosotros: Hacernos amar más la arquitectura.
-Sí -le he reconociodo-. La verdad es que tras oírle uno salía más contento y con la sensación de haber aprendido algo.
-¿Lo ve usted?
-Pero uno no sabía concretar qué era ese algo.
-Ni falta que hacía. Ande, corrija esa entrada. O, mejor aún, no la publique. Se le van a echar todos encima, y con razón.
-Es que soy perezoso, y cuando tengo algo hecho me cuesta mucho tirarlo a la basura. La publicaré pero añadiré al final una nota o algo-. (Lo que estoy haciendo).
-Ay, Hernández: Llevamos juntos toda la vida y ya sé de sobra, desde hace muchos años, que es usted tonto. Pero cada día que pasa me vuelve usted a sorprender.