Revista Cultura y Ocio
Durante mucho tiempo me resistí a comprar este libro, ni el ser una incondicional de Pérez Reverte, ni siquiera el tener prácticamente la totalidad de sus obras, dio pie a que comprara un libro que por muy bien ilustrado que estuviera, tenía un precio excesivamente alto para lo que en realidad ofrecía, un relato. Tal como Pérez Reverte comentó a la Agencia Efe "Ese relato es una especie de miniatura y constituyó un desafío para mí".
Esta obra la ha rescatado la editorial Seix Barral dentro de su colección de Únicos, de una revista mexicana, para la cual escribió el cartaginés este relato hará unos diez años. La idea de éste nació en una visita al Palacio Nacional de la capital Mejicana, donde vio un mural en el que una mujer india llevaba a sus espaldas un niño de ojos azules. El mural era de Diego Rivera y Arturo reconoce "pensé lo bien que reflejaba Rivera el mestizaje y me planteé si sería capaz de hacerlo yo en una pincelada corta, en un relato muy breve".
Así nació "Ojos azules", protagonizado por un soldado de Cortés, que va huyendo de Tenochtitlán con el oro que se han llevado de allí los españoles, y que deja atrás a una india embarazada.
Este relato conjuga a la perfección la prosa de este autor polifacético y controvertido como pocos, honesto consigo mismo, con un lenguaje directo sin pelos en la lengua, capaz de meternos dentro de una época sin necesidad de utilizar el lenguaje propio de ella.
Capaz de hacernos vivir el fragor de una batalla, de que el miedo se nos cuele por cada poro de la piel, capaz en última instancia de trasladarnos a una de las noches más cruentas de la historia de España en Méjico, denomida la noche triste, la del treinta de junio al uno de junio de 1950.
Pérez Reverte utiliza para ello muchas onomatopeyas, en ocasiones incluso abusa de ellas, un lenguaje muy propio de la soldadesca actual, soez la más de las veces y plagado de refranes que el mismo adapta a su texto.
“Llovía sobre Tenochtitlán, cubriendo la capital azteca de una noche húmeda, lágrimas siniestras que repiqueteaban en los charcos del patio del templo mayor, y disolvían en regueros pardos las manchas de sangre de la última matanza, la de centenares de indios mejicanos, cuando en plena fiesta el capitán Alvarado mando cerrar las puertas y los hizo degollar, ris, ras, visto y no visto, hombres mujeres y niños, por aquello de que al que madruga Dios le ayuda, y más vale adelantarse que llegar tarde”
“Aquello sonaba adentro, precisamente en el corazón, que los más cenizos ya imaginaban fuera del cuerpo, ensangrentado, abierto el pecho por el cuchillo de obsidiana. Bum, bum, bum. Menudo plan pensó el soldado mirando las caras mortalmente pálidas de los otros. Venir desde Cáceres y Tordesillas y Luarca y Sangonera, que están lejos de cojones, para terminar abierto como un gorrino con las asaduras hechas brochetas en lo alto de un templo, aquí donde Cristo dio las tres voces”
“Cortés con cara de funeral, no se había ido por las ramas: tenían que romper el cerco. Dicho en claro, eso significaba: Santiago y cierra España, todos corriendo a Veracruz y maricón el último”.
En este texto también retrata con pericia la época histórica que se vive en España, el régimen feudal, y la situación de los que nada tienen, de los desheredados de la tierra que no dudan con hacerse al mar, llegar a territorio hostil en pos de un oro que les ha de labrar un mejor futuro a la vuelta. Por ese motivo el soldado de ojos azules se niega a abandonar el oro que han conseguido a pesar de que se les aconseja que cojan solo lo imprescindible para poder correr y pelear mejor.
“Cosas que no les impidieran correr en la huida que iba a ser, esos lo sabían todos, de piernas para que os quiero. Que no era bueno como decía la mala bestia del capitán Alvarado, pasearse con los bolsillos llenos en las noches Toledanas como aquella.”
“ El tenía la certeza de que iba a salir con bien de aquella; y a su regreso no tendría que arar la tierra ingrata en la que había nacido, seca y maldita de Dios, tierra de caínes esquilmada por reyes, curas, señores funcionarios, recaudadores de impuestos, alguaciles; por sanguijuelas que vivían del sudor ajeno. Con aquel oro tendría para vivir bien y hacer una buena boda, para poseer su propia tierra y su propia casa. Para envejecer tranquilo, como un hidalgo, contándoles a sus nietos como conquistó Tenochtitlán. Para morir anciano y honrado sin deber nada a nadie, porqué hasta el último gramo de oro lo había ganado con su sangre, sus peligros, sus combates, su salud y sus miedos”.
Te hace sentir a través de magistrales pinceladas el fragor del conflicto bélico, quizás porque él lo conoce de primera mano, quizás porque en sus años de reportero fue fiel conocedor de la avaricia, y codicia humana, de la crueldad de la que son capaces nuestros congéneres, de cómo se puede renunciar a Dios, o como se acude a él aunque no se sea especialmente creyente.
“Sácame de aquí, Dios, sácame de aquí, Dios de los cojones, sácame vivo, maldita seas, sácame y la mitad de este oro lo emplearé en misas, y en tus condenados curas, y en todo lo que te salga de los huevos. Llévame vivo a Veracruz. Llévame vivo a Tacuba. Llévame vivo aunque solo sea hasta el próximo puente, que ya me las apañare yo luego”.
El prólogo de Pere Gimferrer te disecciona el relato con tanto esmero que es casi más largo que este, sin embargo es imperdible. El texto de Reverte apenas ocupa treinta y seis páginas en una edición de tamaño pequeño y letra muy grande, incluidos los cinco gráficos de Sergio Sandoval que se insertan en él. Una joya no apta para todos los bolsillos, puesto que por el precio de este pequeño ejemplar se compra un buen libro de bolsillo.
Son apenas diez minutos de lectura, que bien se puede hacer de pie en el mostrador de una librería, si no tienes cuerpo para ello, pero no quieres desembolsar los catorce euros que cuesta, más vale que pases por una biblioteca, antes de darte con la cabeza contra las paredes.
Una lectura recomendable para personas poco o nada remilgadas, para muestra uno de los múltiples botones de que disponéis en esta reseña, casi tan larga como el relato en cuestión.