Revista En Femenino

Ojos que no ven

Por Familia De 3 Hijos @familiade3hijos
Cuando la salud falla, podemos sentirnos víctimas, o podemos observar lo que el cuerpo quiere decirnos. Reconozco que hasta hace pocos años yo fui muy ciego a lo que el mío me decía. Y nunca mejor dicho.Desde muy pequeño, tuve un ojo vago. No sé si se debió al parto tan traumático que al parecer tuve, con fórceps y más de un hematoma cerebral incluido. Pero lo cierto es que con el ojo izquierdo apenas era capaz de atisbar luces y sombras. A fin de cuentas eran nada más y nada menos que 18 dioptrías. Sin embargo, cuando uno convive con alguna rareza, piensa que a todo el mundo le sucede lo mismo. Hacemos de nuestra realidad, la realidad universal. Y eso debí pensar yo: que todos vemos sólo con el ojo derecho. De ahí que fuera en una revisión rutinaria en el “cole”, con 4 o 5 años, cuando mi deficiencia salió a la luz. Yo no había dicho nada porque pensé que aquello era normal. Y además, para aquel entonces, ya había aprendido a sobrevivir y a manejarme con lo que tenía: un solo ojo y una visión monocular.Ojos que no venEso ahora, bien superados los 40, he entendido que suponía que mis ojos no eran capaces de transmitir al cerebro la información necesaria para que éste generase el efecto “profundidad”, el famoso 3D. Y ello, sin saberlo durante toda mi vida, me ha supuesto adaptarme e interpretar mi realidad de forma algo distinta a como lo hacían los demás. ¿Cuál es entonces la realidad real? Las diferencias de colores y las sombras me ayudaban a intuir si una montaña estaba delante o detrás de otra en un bello paisaje. Y el ensayo y error, me ayudaba a calcular distancias. Aunque bien es cierto que siempre pensé que debía ser algo torpe, ya que se me caían las llaves cuando alguien me las lanzaba, era incapaz de cortar una loncha plana de queso o de jamón, y de vez en cuando tropezaba con objetos cercanos a mí. Ahora he descubierto que todo ello tenía una explicación.Con 5 años, y tras algún que otro intento para que mi ojo vago espabilase mediante parches en el otro y gruesas gafas, los médicos aconsejaron a mi madre que me pusiera lentes de contacto a pesar de mi corta edad. ¡Y allí estaba yo, en 1977, siendo un pionero de las lentes de contacto con tan sólo 5 años! En un momento en el que las lentes sólo las usaban algunos artistas de cine, aprendí a ponérmelas y quitármelas, y de nuevo me adapté a la situación con total normalidad. Durante 25 años, las lentes fueron otro apéndice de mi cuerpo.Con unos 25 años, en una revisión oftalmológica rutinaria, me detectaron un pequeño desgarro retiniano. Parece ser que un ojo tan miope como el mío funciona como un plástico del que extiendes al máximo sus extremos cada vez más: en un determinado momento, el plástico puede crear una fisura o una rotura. Puede pasar a los 5 minutos, o puede suceder a los 30 años. Pero tarde o temprano es fácil que ocurra. De inmediato me aplicaron láser, y el problema quedó zanjado en aquel momento. Aunque desde entonces, procuré asistir a revisiones médicas de mis ojos cada uno o dos años para prevenir. Con 28 ó 30 años, mis ojos empezaron a rechazar las lentes de contacto. Se habían cansado de estar con ellas casi 25 años, a una media de 14-15 horas diarias. Se irritaban y empezaban a escocer. Así que por primera vez, empecé a utilizar gafas.En 2011, en una de esas revisiones anuales rutinarias, ya en nuestro último domicilio, el nuevo oftalmólogo detectó algo preocupante. "Degeneración pigmentaria en ambos ojos", fue su diagnóstico. Un diagnóstico que, acompañado de la solución que me proponían (30 ó 40 impactos de láser en cada ojo), y de la recomendación  de hacerme un TAC cerebral para descartar males mayores, me generó las mismas palpitaciones que se deben sentir al saltar de un puente. Y no sólo por lo preocupante que sonaba todo. ¿Podría perder también la visión en ese ojo? ¿Esa degeneración significaba que podría quedarme ciego? Recuerdo el enorme desasosiego que sentí volviendo de la consulta del oftalmólogo, pensado cómo explicar a mi mujer con tranquilidad y sin alarmismos algo que realmente me asustaba mucho.Dado lo rutinaria que pensaba que iba a ser la consulta, había asistido solo, y recorrer los apenas 500 metros desde la consulta hasta el polideportivo donde estaban ella y los niños me resultó interminable. Caminé sin apenas visión tras la agresiva exploración ocular, la correspondiente dilatación pupilar, y la infinidad de pensamientos negativos que mi mente atisbaba. Ir rodeado de gente sin apenas poder verla, tanteando y tropezando con los obstáculos de la calle, y con el peor escenario en mente que podía derivarse de ese diagnóstico, hicieron de esos 5 minutos de recorrido un auténtico infierno. ¿Sería así mi futuro, sin ver a mi alrededor? ¿Era ésa una especie de premonición de lo que podía venir después? ¿Cómo iba a manejarme con 3 niños pequeños? ¿Y mi trabajo? Miles de preguntas y de preocupaciones afloraron en mi mente en esos 5 minutos. Y se me debió notar claramente en el rostro. Mi mujer, desde lejos, intuyó que algo malo había sucedido.El diagnóstico había sino demoledor. Y no sólo por lo inesperado. Sino porque afectaba también a mi ojo “menos malo”, un super-ojo que había trabajado a destajo durante toda mi vida de estudiante y como profesional, y que quizás se podía estar también resintiendo, dispuesto a abandonarme. Pero como sucede en las grandes crisis, y en los grandes grandes de la vida, uno puede adoptar una actitud miedosa, retraída y victimista ante el problema en ciernes, o puede verlo como una enseñanza, como una oportunidad, o como una ocasión para el combate. Y yo, gracias también a mi mujer, decidí esto segundo. De inmediato pedí a ese mismo oftalmólogo que me aconsejase el mejor especialista en vítreo y retina que conociera para un segundo diagnóstico. No estaba dispuesto a aplicarme esos agresivos impactos de láser sin más. Y nada más llegar a casa estábamos llamando a Barcelona, para reservar cita. La semana siguiente estábamos volando a la ciudad condal para encarar de frente lo que mis ojos tuvieran que decirnos. Se acercaban unas semanas llenas de dolor, de miedo, pero también de milagros. Y cuando los milagros te tocan a ti, te ves obligado a abrir los ojos "de par en par" a lo que quieran decirte.“Cada día que pasa, sea como sea, me encuentro mejor, o mi problema desaparece”. Esa fue la frase que a modo de mantra me repetía una y otra vez, y que se convirtió en un auténtico descubrimiento y en el acceso a una forma de entender la vida. Viví entonces el enorme poder que el pensamiento positivo y las afirmaciones pueden tener a la hora de crear la realidad. Creer es crear. Y mis problemas graves en los ojos, parecían querer "tirarme de las orejas". Algo debía ver, que no era capaz de ver. Y ya se sabe: "Ojos que no ven..." ¡¡corazón que espabila!!(CONTINUARÁ)

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