A lo largo de todo el trayecto hacia la escuela de música no pude evitar imaginarme cómo hace un profesor de piano para enseñar a sus alumnos,en su mayoría niños, si este no puede ver. “Solo la devoción a la música y transmitirla impulsa a Sebastiano Corrientes a desafiar la oscuridad para hacer felices a otras personas como lo fue él en un principio”. Será esta la entrada a mi pauta.
La Escuela Nacional de Música de Valencia es un lugar muy silencioso a pesar de albergar en sus amplios salones cientos de instrumentos musicales capaces de estremecer en manos de los estudiantes, cualquier edificio que uno se imagine.
Sebastiano Corrientes nos esperaba muy tranquilo sentado en su piano junto a un niño de unos diez años. Escuchó nuestros pasos y giró su cabeza, dándonos la bienvenida a mi y a mi fotógrafo, Joselin, quien no se aguantó y preguntó al profesor cómo había sabido que veníamos nosotros sin habernos visto.
Nuestro entrevistado nos dijo que no veía, cierto, pero se conocía todas las pisadas de sus alumnos y demás profesores de la escuela, además de los perfumes de todos sus conocidos, y las nuestras no estaban en su memoria.Sencillo, replicó el maestro, esas pisadas y esos aromas no son de aquí.
No esperamos mucho a que culminara la clase de piano, nos pusimos cómodos en una pequeña biblioteca muy cerca del salón de piano y allí comenzó nuestra entrevista. Sebastiano Corrientes es un hombre de 55 años, nacido en Caracas, de padres músicos y docentes del Colegio Friedman, razón por la cual siempre estuvo en contacto con la enseñanza musical.
A la edad de 25 años ingresó como docente al colegio y a los 30 años perdió la vista a causa de una malformación del nervio óptico, modificando su vida por completo pero sin dejar de enseñar sus clases de piano. Esto lo narraba el maestro Corrientes sin dejar de mover sus manos y de reír. Vaya sonrisa, otra melodía más para la escuela,esperando yo que fuera momentáneo.
Con un atrevimiento muy calmado pregunté si había sido un trauma perder la vista tan joven, ¿hay alguna marca que superar?, marcó mi voz .El amable profesor respondió: claro que sí, me marcó los dedos, aprender por método Braille, después de viejo no es fácil, y debo ser coqueto con mis manos, hasta brillo llevo en mis uñas ahora, este sistema me causó callos,pero trauma como tal no lo considero,relató el maestro, tenía un compromiso con mis alumnos, ellos me necesitaban.
Al oír la respuesta solicitada me dije que quizá no buscaba tanto optimismo para mi trabajo,pero me era imposible guiar la entrevista a episodios fatídicos. No podía esperar de él esa frase triste que tanto yo esperaba. A quién se le ocurre sonreír y carcajearse mientras admite que nunca más podrá ver, solo a un hombre como este, dramáticamente feliz para mi gusto apocalíptico.
Retomó mi cordura por un instante transfigurada en frustración y solté otra posibilidad de asomo a la tragedia.Significa entonces Profesor que, ¿usted no lamenta ser invidente?, pregunté de nuevo.No valeee, se escuchó en el salón cual redoblante en marcha militar. Perder la vista me permitió abrir las ventanas del alma,cosa muy difícil en estos días donde la superficialidad y el culto a las formas visuales marcan las maneras de amar. Es más, enfatizó Sebastiano , si naciera de nuevo y en mi destino estuviera esta ceguera, viviera mi vida exactamente igual. ¿No cree usted licenciada?.
Mi reportaje ya no podía manejarlo según mis objetivos principales y me entregué por completo a celebrar la existencia de este señor que desbordaba infinita felicidad en todas mis malas intenciones. Arrepentida profundamente por mi egoísmo, hice señas a Joselín para que dejara de tomar fotografías en clouse up y se dedicara a sus manos, a su piano ,a sus alumnos. Comprendí que el mensaje debía ser otro distinto a la lástima y no estaba yo en presencia de un minusvalido sino de un líder.
Supe entonces que este noble señor no había dejado de ser distinto a todos. Estaba casado, tenía 2 hijos adolescentes, quienes desde pequeños enseñaban a su padre a moverse por la casa y a identificar los letreros en Braille colocados a su paso. Así pues no hay mayor dependencia que lamentar, al contrario, cuenta el maestro, soy emprendedor y eso me lleva a tomar nuevas aventuras cada día. Es más, no me tropiezo ni con cordones de zapatos ni con las cacas de los perros en las calles.
No pude despedirme de este hombre sin pedirle que tocara algo en su piano. Joselín se apresuró a darle paso , pero tropezó con el banco del piano y cayó sentado. Ten cuidado por dónde caminas, dijo el profesor en una carcajada al fotógrafo.
Sin duda esos dedos no se equivocaban, la danza entre ellos y las teclas del piano, borró la frustración de mi vida. Reconocí entonces que era el hombre más feliz del mundo a pesar de no poder explorar las luces y formas que esclavizan al resto de las personas,incluyéndome.