Últimamente, que parece que con el cambio climático nos estemos acostumbrando a ir en bermudas y camiseta hasta en pleno enero, no falta quien nos recuerde que los inviernos de antes...¡ esos sí que eran inviernos y no los de ahora! Aunque, también se ha de decir que, en cuanto vienen unos días de frío, ya pensamos que lo del calentamiento global es una auténtica patraña; el ser humano es así de veleidoso, mira. La verdad es que más allá de la volátil memoria de las personas, el clima se rige por una serie de ciclos para los que la escala humana se queda excesivamente corta, y únicamente un estudio intensivo de datos científicos puede darnos alguna idea de por donde nos estamos moviendo. Tan solo así podemos llegar a entender porqué los pescadores sacan huesos de mamut en medio del Mar del Norte ( ver Doggerland, la Atlántida del Mar del Norte) o bien porqué nos estamos quedando sin glaciares en el Pirineo ( ver Glaciares pirenaicos, la lenta muerte de nuestros glaciares domésticos). Sin embargo, hubo un episodio climático reciente en que la memoria histórica no se equivoca cuando dice que hizo mucho frío. Mucho. Muchísimo. Y es que de tanto frío que hizo, hasta el Mediterráneo llegó a congelarse. Me refiero a la terrible ola de frío de febrero de 1956.
Que el invierno es para hacer frío, los que estamos por encima o por debajo del ecuador, lo sabemos bien. Días cortos, con temperaturas bajas es lo que marca el canon de la experiencia, y tal vez por ello, cuando nos encontramos con un invierno cálido, por muy bien que nos sintamos -siempre es agradable no pasar frío- algo nos dice que no va como debiera. Diciembre de 1955 y enero de 1956 fueron de éste palo y es que, que los agricultores de España y Francia fueran en mangas de camisa por el campo en pleno mes de enero, no era ni medio normal. No obstante, las cosas iban a dar un giro dramático totalmente inesperado.
Efectivamente, durante aquel extraño invierno, el anticiclón de las Azores se había enseñoreado del Atlántico central, haciendo de barrera a todas las borrascas y frentes que venían del norte hacia Europa occidental. Esta situación produjo que el tiempo fuera estable y con temperaturas sostenidas extrañamente altas para la época, lo que propició que a finales de enero todas las plantas -y no sólo los almendros ( ver ¿Porqué florecen los almendros tan temprano?)- empezasen a despertarse como si la primavera ya hubiera llegado.
Fue durante los últimos días de enero, que los anticiclones y las borrascas se movieron "estratégicamente" y, si bien por esta parte de Europa seguíamos con entradas de aire cálido, un potente anticiclón sobre Escandinavia y una potente borrasca sobre el Mar Negro se dedicaron a enviar aire frío de origen siberiano sobre Europa del Este. O lo que es lo mismo, que entre el 30 y el 31, la oleada de aire glacial comenzó a circular de este a oeste con temperaturas que, en Moscú llegaron a los -28ºC. Aquí no nos estábamos enterando de nada, pero con el cambio de mes, la cosa iba a cambiar radicalmente.
Como todo siempre es susceptible de empeorar, la abuela parió en forma de una borrasca que, situándose sobre la vertical del golfo de Génova, permitió que el aire gélido que se colaba por los países del Este se viera insuflado hacia Europa occidental mezclado con aire húmedo del Mediterráneo. De esta forma, todos los países que habían tenido los dos últimos meses con un invierno suave, a partir del día 1 de febrero recibieron de pleno el embate del hielo -que había dejado temperaturas por debajo de los -15ºC por toda Alemania- y, por si fuera poco, con nieve (sobre todo en Centroeuropa) y vientos huracanados, con puntas de 180 km/h. Toda la Costa Azul quedó bajo un inusual manto blanco.
Así las cosas, durante los días 1 al 5 de febrero, las temperaturas bajaron de una forma espectacular. En Francia, el día 2, las mínimas llegaron a entre -15ºC y -20ºC prácticamente en todo el país, y en Alemania, llegaron a bajar entre los -20 y -25. Todos los ríos centroeuropeos, por grandes que fueran, se llegaron a helar con un importante grosor de hielo. Las orillas del Atlántico se llegaron a helar en Holanda, Francia y Alemania. Incluso el Támesis se podía atravesar caminando.
La invasión de aire frío, también se hizo notar duramente en España, sobre todo en el Pirineo catalán, donde se alcanzaron los -32ºC en el observatorio del Estany Gento el día de La Candelaria (2 de febrero), récord de temperatura mínima registrada en el Estado español y que aún no ha sido superada. Con todo, los diarios franceses informaron de que aquel mismo día se habían alcanzado los -50ºC en el lago de Marboré (Pirineo aragonés), dato de dudosa fiabilidad y que hubiera significado alcanzar temperaturas similares a las de la propia Siberia en pleno invierno ( ver Oymyakon. Frío, no. Lo siguiente).
A partir del día 5 de febrero, parecía que la climatología iba a dar una tregua, pero ni mucho menos. El hecho de que la situación atmosférica se mantuviera estable (los anticiclones y las perturbaciones seguían estacionarios), hizo que no hubiera cambio de masas de aire, propiciando la entrada de una nueva oleada de aire siberiano entre el 10 y el 14, y una tercera entre el 15 y el 21 de febrero, llegando a afectar al Magreb ( ver El espectáculo de la nieve en el Sahara). Esto significó que, helando sobre helado, las temperaturas se mantuvieran entre los -10º y -20º de mínimas y +5º y -10º de máximas en toda Europa durante 21 días, incluso en la misma línea de la costa, llegándose a helar el Mediterráneo en zonas entre la Costa Brava y el Rosellón y en la Costa Azul. Se comenta que los pescadores que navegaban por el Golfo de León se encontraron zonas en que se había formado banquisa (hielo marino). Ahí es nada.
Los resultados de semejante "barbarie" climática fueron catastróficos.
El frío intenso sostenido en el tiempo heló toda el agua líquida que había en el continente, ya fueran cascadas, ríos, lagos, embalses o canalizaciones de agua, que estallaron por miles. Ello provocó una falta de agua que mató a millones de aves y fauna terrestre al no poder obtener nada que beber durante tres semanas. A pie de playa, los moluscos y los peces de costa morían por no estar acostumbrados a un mar helado. Pero no solo los animales, sino que las personas que vivían en la calle acababan por morir de congelación si no eran socorridas por el resto de la gente, algunos de los cuales se llegaban a meter en hornos de pan encendidos para intentar entrar en calor. Para las plantas, ya fue el acabose.
Al haber hecho un clima tan benigno las semanas anteriores a la ola glacial, el frío siberiano acabó con toda la agricultura de invierno y cogió a los árboles en pleno arranque primaveral. En esta situación, los árboles se encontraban llenos de savia, la cual se congeló, matando incluso a las especies autóctonas más adaptadas a su clima habitual, tales como castaños, avellanos, o hayas, los cuales crujían estrepitosamente bajo el peso de la nieve y la rotura de la madera por pura congelación.
El summum del desastre se lo llevó la flora mediterránea, ya que, más acostumbrada a un clima benigno, no soportó los rigores glaciales. Las encinas y los pinos blancos se congelaron, y los olivos, muchos de ellos varias veces centenarios y capaces de aguantar hasta -15ºC murieron masivamente por el hielo. Valga como ejemplo que en la comarca del Empordà, el 62% de la superficie olivarera tuvo que arrancarse; de los cítricos, ya mejor ni hablar. Aunque, curiosamente, hubo un rincón de la Costa Azul francesa, en Menton (cerca de Mónaco), que quedó extrañamente a cubierto de la ola de frío, lo que permitió que los naranjos y limoneros que tenían allí se salvaran. Una auténtica lotería.
Total, que la próxima vez que tenga frío y alguien le diga que los inviernos de antes sí que eran fuertes recuerde que, si bien es verdad que el clima tiene sus ciclos, el hombre, con toda su capacidad de modificar el ambiente, no es más que un pelele a manos del clima. La memoria es inexacta y engañosa, pero el planeta tiene una maquinaria compleja y potentísima que justo ahora empezamos a comprender; mejor que conservemos nuestro entorno con el máximo cariño y respeto, porque, si todo se alinea y despertamos a la fiera, acabará con nosotros con solo soplarnos...
Acuérdese de febrero de 1956.