“Ola k ase” es el fenómeno viral en castellano de los últimos dos meses. Yo he rezado a todos los dioses, a Tutatis y a Osiris para que no dure un mes más, que se acabe, que no siga retumbando en mi cabeza. Al principio mis pupilas su cuartearon al ver la acumulación de tantas faltas de ortografía juntas en tres palabras: es como una película de terror, pero en género gramatical. Todo comenzó con la foto de una llama tal que así, y que comenzaba a inundar Twitter. Y pocos lo entendíamos, pero fue colándose en mis venas y en mi cabeza, como un virus. Una idea: Origen. Ola k ase.
Algunas teorías poco contrastadas afirman que el mismo sujeto que tuvo la idea del Ola Ke Ase es el creador del emoticono de la caquita sonriente del Whatsapp. Pero no hay evidencias fehacientes de esto.
Muchos compañeros me comentaban que era imposible que yo, un talibán con gafas de pasta, disfrutara de esta infección. Pero es que no habían visto lo que yo sí había presenciado, no conocían los efectos positivos de esta afección: el ola k ase político. Esta aberración gramatical al servicio de la risa y la política. Fue la única vez en este mes que, viendo una foto de un político español, me arrancaba una sonrisa.
Hasta pudimos ver Ola k ase reivindicativos. Para que luego digan que los “antisistemas” no somos originales.
Mientras seguía regocijándome en esta estupidez, los interrogantes me seguían asaltando. ¿Estaba atrapado en una espiral de faltas e ignorancia de la que no podría escapar? Algunos compañeros que no conocían esta broma afirmaban alterados: Pablo, eso está lleno de errores. Y la verdad es que era muy humillante ver cómo otras personas podían pensar que tú cometerías tantos atropellos sin despeinarte. Pero yo les respondía, cordialmente: Ola k ase, ¿eres tonto o k ase?
En fin, que este es un compendio de pollabobadas para poder decirles así, a la cara, y sin sentir remordimientos: Ola k asen, ¿se ríen un rato o k asen?
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