Ola ultraderechista

Los votantes habituales de derechas e izquierdas en las democracias están asustados al ver cómo se acercan al poder o ya lo han alcanzado en Europa y América los partidos que llamamos de ultraderecha, y que en España podrían estar representados por VOX y, como otra derivación, los nacionalistas vestidos de esparto progresista.

Este domingo perdían su habitual mayoría absoluta en la rica región alemana de Baviera los socialcristianos del CDU, aliados de los cristianodemócratas de Angela Merkel, se hundían los socialdemócratas del SPD, y llegaba por primera vez al Parlamento regional la ultraderechista Alternativa por Alemania, AfD, con el 10,2% de los votos.

Algo parecido ocurre en las tradicionalmente socialdemócratas naciones nórdicas: aparecen los partidos autoproclamados “nacionales”, menos tolerantes con la delincuencia, a la que identifican con la inmigración no europea; ganan apoyo elección tras elección, mientras gobiernan ya en Polonia y Hungría –el Brexit está en esa línea--tras rechazar la doctrina de la UE de acoger lo que llaman “la invasión islámica”.

Coinciden en denunciar la lenidad de las autoridades y declaran su rechazo a la inmigración musulmana que no se integra en las sociedades de acogida.

Por el contrario, y habiendo teniendo trasfondo antisemita, como el Frente Nacional francés, son tolerantes con los hasta ahora más perseguidos, los judíos.

Tras Donald Trump, observemos Brasil, donde hasta Ronaldinho o Rivaldo, que son negros, apoyan al ultraderechista y previsible futuro presidente Jair Bolsonaro porque promete mano dura con los delincuentes.

Tras décadas del buenismo iniciado quizás con las revoluciones florales del 1968, proclaman su hartazgo creciente ante la idea de que todo debe tolerarse y justificarse porque quienes delinquen violentamente y se apartan de la corriente general de la sociedad son sus víctimas: ese podría ser el principal origen de esta ola ultraderechista.

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SALAS