Revista Cultura y Ocio

Olaf

Por Sergiocossa @sergiocossa

Olaf La calle no le pertenecía, pero por ahí lo encontramos. No era de esos callejeros sin dueño ni collar, que van por sus vidas compartiendo pulgas, huesos y juegos. Venía de buena raza; de esas con ojos celestes y pelaje grueso que gustan del frío y de la nieve. Se le notaban los años y la enfermedad. Avisamos a los medios, dispuestos a encontrar a su familia, pero nadie apareció. Y nos quedó la duda de si andaba perdido (con el tiempo nos demostró su habilidad de escapista), o simplemente se habían olvidado del viejito. Así llegó Olaf a nuestro hogar. Heredó su nuevo nombre de otro Olaf, atorrante como el famoso de las historietas y que le venía al dedo. Desde el principio impuso sus condiciones: comeré alimento balanceado del mejor; te daré la mano solo a cambio de unos tragos de refresco; subiré a tu auto, pero en el asiento delantero. Sí, parecía hablar. Apenas lo disfrutamos un par de años, aunque fueron suficientes para llenarnos el corazón de ternura y compañía. Cuando lo recordamos, imaginamos que estará corriendo feliz, delante de algún trineo, o cavando pozos en un patio lejano. No sé por qué se me vuelve mar la mirada, si al final, como dice la canción, no era más que un perro.
© Sergio Cossa 2012
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