Revista Opinión

Olor de cabeza

Publicado el 16 marzo 2012 por Cronicasbarbaras

A partir de los años 1950 los actores y actrices de Hollywood dejaron de usar sombreros y demás coberturas de testas.

El mundo occidental los imitó, y hasta lo hicieron muchas musulmanas, que abandonaron el hiyab y similares prendas opresoras.

También desaparecieron los pañuelos de las mujeres de campo españolas y las boinas caladas de los hombres, aditamentos cuyo hedor sólo les permitía acercarse mutuamente cada muchos meses para elaborar hijos, y después huir.

En los 1960 los cueros cabelludos ya no intoxicaban con perjúmenes de grasa agria de carnero, sudor y caspa, que durante milenios le provocaban arcadas a las pituitarias sensibles.

Es cierto que el estado más natural es la desnudez, pero como hay que soportar el clima, la ropa se hace necesaria.

Allá donde el sol hace sudar y se transpiran ideas insensatas, se hacen necesarios los sombreros, turbantes y hiyab.

En ambientes calurosos la gente cubierta huele choto, es inevitable, y las glándulas olfativas añoran las cabezas libres y mucho champú donde quizás no hay agua.

Pero ahora, con los renacimientos espiritualistas que vienen del mundo islámico, muchos occidentales sienten atracción por la cultura del orientalismo sudoroso.

Hay mujeres que además de decirse feministas defienden el uso de los hábitos de tierras desérticas cuyos tufos no los erradicaban las esencias de Bagdad, sino sólo los higiénicos baños romanos heredados por los califas de Córdoba.

Las adalides del laicismo occidental entrevistan arrobadas a una diseñadora holandesa, Cindy van den Bremen, fenómeno de moda y creadora de modelos de hiyab para la vida diaria y el deporte femenino, que es como interrogar a un herrero sobre sus nuevos modelos de cinturones de castidad.

Volvemos a las pestes de la antigüedad. Debe ser la lucha ultrafeminista contra lo sexy, en la que entra oler mal.

------

SALAS

AFINANCIACIÓN SANIDAD


Volver a la Portada de Logo Paperblog