Sílvia Alcàntara
(Fuente: vilanova.cat)
Revista Libros
Hoy quiero comentaros una novela maravillosa que he terminado recientemente. Se trata de Olor de Colònia, de la autora catalana Sílvia Alcàntara. La mala noticia para algunos es que el libro está publicado en catalán, y, que yo sepa, no hay planes inmediatos de traducirlo al castellano para su publicación, a pesar de que ha tenido un buen éxito relativo (venta de unos 40.000 ejemplares, por lo menos).De todas formas, el tema y su desarrollo me parecen apasionantes, y me han animado a escribir este artículo.Durante el siglo XIX y buena parte del siglo XX, a las orillas de algunos ríos catalanes (por ejemplo el alto Llobregat) florecieron fábricas textiles que aprovechaban la energía del río para su producción, a la vez que utilizaban el agua para los diversos procesos.Junto a muchas de esas fábricas se desarrollaron las llamadas Colonias, que eran pequeños pueblos, habitualmente muy cerrados, donde vivían los trabajadores de la fábrica (y los encargados, y los directores). Disponían de los servicios básicos necesarios, para que nadie tuviera que salir de la Colonia para las cosas más habituales. Había tienda de conveniencia (el famoso colmado o tienda de ultramarinos, que vendía de todo), una escuela (habitualmente de monjas) y en algunos casos hasta un convento, una iglesia. Había un bar, y seguro que una peluquera, una modista, un carpintero, algún albañil.Siempre había el amo, el dueño de la fábrica, que aparecía por la Colonia una mañana de vez en cuando, para reunirse con el director (que vivía en permanencia en la Colonia) y analizar la marcha de la fábrica y de la Colonia entera, y tomar las decisiones pertinentes.Porque el amo era también el dueño de la Colonia. Todo dependía de su voluntad. Las viviendas eran de diversos tipos, atendiendo al puesto que ocupaba cada uno en la fábrica. Y había por lo menos un par de chalets (de torres, como ya conté en otra ocasión). Uno de ellos era para el director y su familia, y el otro era el del amo, al que raramente acudía.El derecho a una vivienda de cierto tipo venía asociado al nivel del puesto desempeñado en la fábrica. Por lo que las mudanzas intra-Colonia eran frecuentes, al hilo de los ascensos dentro del escalafón de la fábrica. Pero si moría algún cargo que hubiera que sustituir, la viuda y sus hijos debían abandonar la vivienda, para dejar paso a su sucesor y familia.Todo ello daba un entorno social sofocante, agobiante. Porque la gente que vivía allí se pasaba el día con sus vecinos, en la fábrica, en el bar, en la tienda o por la calle. Lo que daba pasto a un nivel de curiosidad por lo ajeno, de cotilleos y de maledicencias que no conocía límites. Los hijos e hijas de las diversas familias era habitual que, a su vez, se unieran entre ellos, prolongando y fortaleciendo ese tejido social a lo largo de los años.La novela recorre la vida en una de esas Colonias durante una veintena de años (más o menos, 1950-70). Y refleja colosalmente bien ese ambiente asfixiante. El catalán se utilizaba habitualmente a nivel verbal por parte de todo el mundo, pero el estudio y las manifestaciones escritas derivaban a la lengua formal, al castellano. Este tema está sugerido en la novela, pero es perfectamente reconocible para los que conocimos algo de esa época.En un entorno social tan cerrado, las rencillas, las envidias, los amores que se acabaron trocando en bodas alternativas, los rumores, el miedo al qué dirán, son el pan de cada día. Y la perfecta estratificación en clases, según la posición ocupada en la fábrica, es tácitamente respetada por todos, como una ley inmutable.