Revista Diario

Olvidé mis pastillas

Por Jmsalas @drjmsalas

ansiedad post

Luces blancas en el pasillo, una aparente calma gobierna nuestra noche de urgencias en Archena. Un frenazo en la puerta rompe la armonia. Celador que se asusta y da la voz de alarma. Gritos pidiendo ayuda y una mujer aparentemente inconsciente entra en la consulta en los brazos de angustiados familiares que la traen cual paso de semana santa.
Aterriza en la camilla, a simple vista observo su buen color de piel, un tono muscular apropiado, respira y tiene pulso. Ya imagino el diagnóstico.
La exploro, tomamos constantes y no parece reaccionar ante nuestros movimientos. Pido que salga la familia, que la paciente está estable y enseguida les informo.
El silencio se adueña otra vez del servicio, el sonido de sus latidos en el monitor me relajan. Me acerco, le hablo porque sé que me escucha, anamnesis dirigida y busco esa palabra que se disfrace de maza y rompa ese catatónico muro. Como siempre la encuentro, una lágrima me confirma que lo he conseguido. El llanto se apodera del silencio y el corazón se hace dueño de la palabra desahogo. Esta noche no precisará de benzodiacepinas, solo necesitaba un llanto.
Salgo, hablo con una intranquila familia, y les comento mi impresión diagnóstica. Hoy dormirá en casa, las lágrimas ya las dejó en la consulta.
La escoltamos hasta la puerta, mira al celador y le regala una disculpa “lo siento, olvidé mis pastillas”.

Luego se despide con un adiós, aunque yo sé que simplemente será, un hasta luego.

{Continuará en el libro Con Tinta de Médico, reflexiones de un médico de urgencias adicto a la noche}

 


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