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Hace ya unos años y alrededor de la caída de la Unión Soviética y el final de la Guerra fría, un académico medio japo y medio americano—aunque lo politicamente correcto es decir que es un americano de origen japonés, nacido en Chicago—Francis Fukuyama, se descolgó con un ensayo titulado "El final de la historia". El argumento iba sobre que, sin conflictos ideológicos, el desarrollo histórico se detenía. Fue muy criticado por técnicos y opinadores de todas partes y, muy pronto, nuevos eventos, especialmente los del 11 de septiembre de 2001 vinieron a desmentirlo.
Cuando de crio iba en el Instituto, en alguna clase del profesor Abellà aprendí que los historiadores trabajan con documentos, preferiblemente escritos. Lo que sucedió antes de la escritura era "Pre-historia". Los archivos que gestionan miles de documentos escritos—y gráficos, por aquello del valor multiplicado por mil de las imágenes—nos permiten profundizar en el conocimiento de lo que sucedió hace tiempo. Lo mismo que las bibliotecas que hay y que ha habido.
Fue Edmund Burke, el político inglés aunque nacido en Irlanda del siglo XVIII, quien dijo aquello de que los pueblos que no conocen su historia se ven obligados a repetirla. La idea luego se la han atribuído a Winston Churchill, quien probablemente la utilizó alguna vez y, también, a George Santayana, un profesor de Harvard también americano pero nacido en Madrid. Pero probablemente unos y otros lo pudieron extraer de la 1ª Epístola de San Pablo a los Corintios, 10, 11, donde refiriéndose a la historia de Israel dice “Todo eso fue escrito para que lo conocierais y no cometieseis los mismos errores…” O sea, que hay que conocer la historia.
Ha sido el advenimiento de la Internet lo que nos abre un nuevo universo de disponibilidad de documentos y, ligado con las tecnologías de la información, el fenómeno de Wikileaks. Lo que empezó siendo una "wiki", que según el inventor de las "Wikis" Jimmy Wales es un lugar donde todos pueden "colgar", que quiere decir publicar, información, se ha convertido en un fenómeno informativo de alcance mundial. Cierto que ahora a Wikileaks no puede publicar todo el mundo sino sólo su equipo de redacción y gestión y, por lo tanto, no es exactamente una "wiki", pero la libertad de la red permite que se publique de todo y sin el control de los poderosos, estados o corporaciones. Obviamente lo que despierta más interés son las informaciones consideradas secretas o, al menos discretas, de los gobiernos. Y, a la vez, es lo que genera las reacciones más violentas de los poderosos.
Realmente la Internet es la biblioteca de las bibliotecas y el archivo de los archivos. Con un poco de tiempo toda la documentación mundial que tenga vocación de permanencia acabará escaneada y en algún archivo. Que eso incluya toda la información escrita supuestamente reservada o secreta no es más que una cuestión de tiempo. Eso es lo que no interesa a los poderosos que son quienes tienen muy claro eso de que la información es poder. Llevan ya mucho tiempo intentando controlar la Internet, en principio con el fácil recurso de decir que está llena de pornografía. Ese es exactamente el mismo argumento que utilizaron cuando se inventó la imprenta: había libros que no podían publicarse o leerse y así creó el Vaticano el Índice, el Index librorum prohibitorum et expurgatorum, que pretendía ponerle puertas al campo del pensamiento hace ahora 450 años. El fundador de Wikileaks es objeto de persecución y, como ahora eso de llamar hereje a alguien ya no se lleva, le acusan de delitos sexuales, horror de los horrores.
Los gobiernos harán lo necesario para cerrar y suprimir Wikileaks, empezando por perseguir a su cabeza visible, Julian Assange, acusándole de fechorías sexuales como que se le rompió el condón y no lo dijo (¡sic!). Pero con un poco de suerte, la proliferación de lugares donde publicar información hará el esfuerzo inútil. Entonces los historiadores tendrán su fiesta ya que los documentos reales de la historia estarán a su alcance y así podremos reconstruirla. Esto es el principio de que, finalmente, conoceremos la historia.