No hace mucho, mucho tiempo en una tierra muy cercana le regalaron a un chaval una cámara de fotos reflex.
Aunque nunca había probado a hacer fotos más allá de disparar con una compacta en automático el regalo le encantó, porque él veía las fotos de las revistas y le gustaría hacer algunas como esas.
Lo que no sabía la persona que se lo regaló es que además de la cámara también le había traído una responsabilidad y es que este chico que quería hacer fotos como las de las revistas tenía muchas cosas que aprender. No sabía lo que era la profundidad de campo, ni la apertura, ni mucho menos el ISO. Pero como dicen en las tierras del reino de Castilla “sarna con gusto no pica” y el muchacho disfrutó de cada línea leída y de cada libro terminado.
Por supuesto no sólo leía libros, también hacía fotos y estas fotos iban siendo mejores (al menos en técnica) a medida que pasaban los días, las semanas y los meses. El chico se dio cuenta que sólo con los libros no se aprende y sólo haciendo fotos no se disfruta, entró en una rueda en la que la fotografía consumía gran parte de su tiempo de ocio. La cámara era su juguete y el mundo su campo de juegos.
Años más tarde una inmensa alegría llegó a su mundo en forma de un niño muy pequeño (pero que crece muy rápido). Este chiquitín llenó su alma tanto como su tiempo y así poco a poco la cámara fue quedando relegada a una estantería de la que al principio sólo salía de manera ocasional para hacer fotos al pequeñajo y más tarde casi ni eso. Lo cierto es que en los últimos tiempos prácticamente ni se movía llegando a estar tan parada que se había quedado sin batería (cosa impensable en otros tiempos).
No hace mucho el muchacho estaba preparando un vídeo para celebrar el primer cumpleaños de su pequeño. La mayor parte de las fotos utilizadas estaban hechas con el móvil pero había un puñado de ellas (no más de 5 o 6) que se habían hecho con la cámara e incluso las había revelado en el ordenador. Al repasar el vídeo al chaval le picó algo en el estómago, en ese momento volvió a recordar lo que le gustaba hacer fotos, las sensaciones que tenía con la cámara en la mano, lo que le cabreaba cuando no conseguía la foto que buscaba y como disfrutaba después eligiendo y revelando las fotos que consideraba mejores.
No te preocupes pequeña cámara, aunque te olvide a ratos sigues estando ahí y volveremos a jugar juntos. Ahora tengo más responsabilidades y otros quehaceres que me llenan el tiempo y el alma pero tarde o temprano, de manera puntual o durante una racha larga, no te preocupes pequeña cámara, de verdad que volveremos a jugar juntos.
Y quien sabe, dentro de un tiempo puede que seamos dos los que hagamos fotos contigo.