Hay melodías que se incorporan a la sustancia con la que se forjan las emociones. Al recordar unas afloran las otras, inseparablemente unidas como las cerezas en ramilletes. Pasan a forman parte, así, de esa memoria indeleble que permanece latente en lo más íntimo del ser para hacernos revivir un pasado que nos impregna cuando nos dejamos vencer por la nostalgia y que determina de alguna manera el devenir de nuestra existencia. Poseemos recuerdos que nos poseen con la fuerza evocadora de lo sublime y mágico. Ningún acto de nuestras conductas está exento de alguna emoción que hunda sus raíces en lo que fuimos, sentimos o padecimos. Como esta canción de Yazoo, música electrónica de una época en que fuimos jóvenes y queríamos doblegar al mundo. Y al rememorarla surge, invariablemente, la misma emoción que despertó escucharla por primera vez, trayendo consigo, en ramillete, el deseo de aquel joven que miraba la vida a través de la ventana del amor. Parece que era otra persona y, sin embargo, la melodía despierta el recuerdo adormecido de lo sólo yo o sólo tú sentiste.