Onomaturgia. Suena a algo solemne, trascendente, metafísico. Y en realidad lo es, porque, como quizá sepan ustedes, el término onomaturgia se refiere nada menos que a la creación de palabras, y más específicamente a las "palabras de autor". Es decir, neologismos creados conscientemente por alguien, por personas concretas y reconocidas como creadoras de las palabras en cuestión. Son palabras con partida de nacimiento, como quien dice.
Claro que todos podemos crear palabras y hemos creado palabras alguna vez, pero para que se considere un caso de onomaturgia, es necesario que la palabra inventada se popularice, llegue a formar parte del habla común y quede constancia de ella en el diccionario, libros, prensa...
Un caso clásico de onomaturgia es, por ejemplo, la palabra "perogrullada", creada por Francisco de Quevedo en 1622 e incluida en su obra Los sueños.
Como es sabido, la perogrullada es un dicho propio de Pero Grullo, personaje de la tradición oral que se caracterizaba por expresar de manera solemne lo que no eran más que obviedades.
Curiosamente, la palabra onomaturgia es en sí misma un ejemplo de onomaturgia, ya que sabemos quién la acuñó, cuándo y dónde. En efecto, el término es creación del filólogo italiano Bruno Migliorini, que la incluyó en su libro Parole de autore en 1975.
Para acuñar el término, Migliorini utilizó el prefijo griego onoma- que significa "nombre" y el sufijo -urgia, que procede del griego érgon e indica oficio, obra, técnica, arte. Lo tenemos en siderurgia, liturgia, dramaturgia, taumaturgia...
Hace tiempo, cuando conocí la palabra onomaturgia, me resultó imponente, y sin pararme a pensarlo empecé a tomar nota de cada neologismo "con partida de nacimiento" que me salía al paso.
En esa colección mía figuran algunos muy populares, que todos usamos con frecuencia, aun sin ser conscientes de que se trata de casos de onomaturgia. Uno de ellos es "mileurista", palabra que al parecer fue acuñada por una ciudadana, la señora Carolina Alguacil, que la utilizó en una carta que escribió al diario El País en agosto de 2005.
Otro ejemplo de onomaturgia también muy popular es "conspiranoia" (y de ahí "conspiranoico") que el diccionario define como la "tendencia a interpretar determinados acontecimientos como producto de una conspiración", y que es una fusión de "conspiración" y "paranoia". El autor de esta palabra es el sociólogo Enrique de Vicente, que la creó en 1989.
También utilizamos con frecuencia la palabra "meme" (y los propios memes, claro), que fue ideada en 1976 por el científico británico Richard Dawkins en su libro El gen egoísta, combinando la forma de "gene" (gen) y el término griego mímēma, que significa "cosa que se imita".
Tengo también en mi colección una palabra que me gusta mucho, tanto por su sonido como por su significado y por su origen. La palabra es nostalgia.
Esta palabra tan espiritual, tan melancólica y emotiva se la debemos a un estudiante de medicina suizo llamado Johannes Hofer, que la acuñó en 1688. El joven científico había observado que las personas que estaban lejos de su patria, como los soldados o quienes trabajaban en el extranjero, sentían a veces un pesar, un trastorno psicológico tan intenso que podía llegar incluso a causar la muerte. Cuando Hofer escribió su tesis le dio a este trastorno el nombre de "nostalgia", utilizando las voces griegas nóstos (regreso al hogar) y algos (dolor). Por lo tanto, como nos dice Corominas, el término nostalgia significaría propiamente "deseo doloroso de regresar".
En fin, esto sólo es una muy pequeña muestra de este concepto lingüístico, la onomaturgia, que nos ofrece el origen delimitado y preciso de determinadas palabras. De esta manera esas palabras aparecen no como algo originado en el nebuloso pasado de los tiempos, en el infinito ayer de la humanidad, sino como creaciones de una mente individual en un momento concreto. Y esto a su vez nos permite vislumbrar por un instante, un destello de los misteriosos mecanismos del lenguaje.
(¿Continuará?)